André Malraux (1901-1976): La voz consciente del destino
(%=Image(6468784,»L»)%) El tema central de las novelas de André Malraux es la lucha activa por la libertad, capaz de dar sentido a la existencia y ejemplificada en sus primeras obras en el combate revolucionario. Los héroes de su novelas son comparables a los de la tragedia clásica: encarnan la nobleza de la especie humana y contribuyen a la salvación de la patria. El novelista francés afrontó la terrible problemática del hombre de su tiempo con verdad y realismo.
Malraux participó en todos los acontecimientos históricos de la época y se inspiró en ellos con frecuencia para la temática de sus obras A lo largo de su vida participó en todos los combates por la libertad -contra el colonialismo francés en Indochina, el fascismo en España o el nazismo alemán-, como escritor, atacó la miseria del hombre y exaltó su grandeza, pero fue además un esteta y un crítico de arte que nos hizo descubrir la riqueza de las civilizaciones no europeas. En Extremo Oriente situó dos de sus novelas más importantes Los conquistadores (1928), sobre la lucha antibritánica en Hong-Kong, y La condición humana, ambientada en el Shangai de 1928, con la que obtuvo el premio Goncourt. Participó en la guerra civil española al lado de los republicanos, en la fuerza aérea de las brigadas internacionales. Fue uno de los impulsores del II Congreso de Escritores Antifascistas, que reunió en Valencia a Ramón J. Sender, Octavio Paz, Nicolás Guillén, John dos Passos, Iliá Ehremberg, Corpus Barga, Antonio Machado, José Bergamín, Pablo Neruda, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Fernando de los Ríos, María Teresa León, Emilio Prados, Gil-Albert, Miguel Hernández, Ramón Gaya, etc. En 1937 publicó La esperanza, cuyo marco es la guerra civil española. Esta obra constituye una clase teórica y práctica de táctica revolucionaria. Durante la segunda guerra mundial participó en la Resistencia, organizando una brigada contra las tropas nazis de ocupación.
Otras obras destacables del escritor francés son: La vía real (1930), El tiempo del desprecio (1935), que tiene como escenario la Alemania Nazi, Las voces del silencio (1952), Los museos imaginarios de la escultura mundial (1952-1954), La metamorfosis de los dioses (1957), Antimemorias (1967), autobiografía en la que expone su concepción del mundo, y Lo irreal (1974).
André Malraux nació el 3 de noviembre de 1901 en París. Forma parte de esa generación cuya infancia fue profundamente marcada por la guerra del 14. Concluido el bachillerato, estudia Arqueología. Tras estudiar lenguas orientales, pasó mucho tiempo en Camboya, trabajando en una misión arqueológica y en China participó en la revolución de 1927. Antes frecuentó los ambientes surrealistas y se inició en la poesía, aunque aquellos experimentos formales no se ajustaban a su temperamento. Tras la segunda guerra mundial, y con De Gaulle participa en la política, ejerciendo como ministro de Información (1945-1946) y ministro de Asuntos Culturales (1959-1969). Sus apasionados compromisos con todas las causas que incendiaron el siglo XX, le llevó, al final de su vida, a un Bangladesh devastado por la guerra como mensajero y precursor de un aliento fraterno que aún se llamaba ayuda humanitaria. André Malraux murió en París el 23 de noviembre de 1976.
Ante todo fue Malraux un maravilloso novelista, que mezcla el romanticismo de los combates solitarios y la exaltación, a primera vista paradójica, de la solidaridad del grupo, con un estilo ágil, nervioso y entrecortado por diálogos rápidos. Otra dimensión de la obra de Malraux es el clima de tórrido erotismo que reina en toda su narrativa, como contrapunto del coraje, de la abnegación, de la muerte constantemente presente. Como pensador, se sitúa a medio camino entre la generosa meditación de Albert Camus y el acuerdo sereno con el mundo de Antoine de Saint Exupéry. Como ellos también es él uno de esos individuos para quienes la nobleza del alma otorga un sentido al destino humano. “El hombre -nos decía Malraux- se define por lo que hace, no por lo que sueña”.
En 1936, André Malraux viene a Madrid, casi con gesto byroniano, a defender la libertad y la independencia de España con la República, que, desde su principio, espontánea, viva, popular, lo era con la luminosidad y claridad que la comprendieron los “intelectuales” (“que se veía hasta su fondo con la transparencia de un arroyo serrano”, escribió Ortega). Todo el libro poemático que es La Esperanza tiene para nosotros la misma fisonomía natural y sobrenatural de España que el lienzo de su amigo Picasso; que está pintando su Guernica al mismo tiempo que Malraux escribe su libro, en negro y blanco, tenebroso y luminoso a la vez. La España de Malraux es la España verdadera y eterna, la suya, por la que vino a pelear románticamente en 1936. Quedó para siempre en Malraux ese chispazo imaginático, que fundía su conciencia revolucionaria en desesperada y desesperante esperanza
La obra crítica de Malraux, que siempre es poesía, parece que conserva y acrece consigo esa música y esa luz que le dio su sangre española sacrificada. La España de La Esperanza es esa nuestra. La España de Unamuno, que la agonizaba con su propia agonía en Salamanca. Tal vez, André Malraux, en las últimas horas suyas mortales, pensó, soñó con su España de 1936, su España apocalíptica y prometéica. Siempre fiel a su compromiso: “L’art n’est pas, une soumission, c’est une conquête”.