Al 25 de diciembre no lo alumbra sólo el sol, los ojos de los niños brillan más
Los adultos hemos sido niños y podemos olvidar y recordar muchas cosas, eventos diversos, triunfos y fracasos, amarguras y felicidades, pero jamás olvidaremos aquellas mañanas de 25 de diciembre y la emoción de encontrar y abrir los regalos del Niño Jesús –o de San Nicolás, o de Papá Noel, depende de dónde haya pasado usted sus navidades infantiles. Pero tampoco olvidará esa luz radiante de las emociones de sus hijos arrebolando sus miradas rebosantes de emoción y alegría con sus regalos –aunque no siempre hayan sido los originalmente pedidos en las respectivas cartas.
Esa es la verdadera historia de cada 25 de diciembre. El gozo del encuentro la noche del 24 seguramente nos ha fortalecido el espíritu con la alegría y el entusiasmo de compartir con nuestros familiares, pero cuando en esa misma reunión en familia es cuando llega a su máxima expresión la expectativa infantil por la llegada esa misma noche –siempre después que se vayan a dormir- de los regalos. Pero la verdadera fiesta es cuando despiertan para abrir sus regalos.
Las hallacas y todo en la cena de Navidad es estupendo, excepto la verdadera fiesta, que es al día siguiente, en cuanto el sol se asoma para encontrarse encandilado por millones de niños
La Nochebuena tiene mucho de religioso y de tradición cristiana, el ambiente previo de compras y preparación es siempre maravilloso, inenarrable, porque no es cosa de dinero, siempre limitado, sino de actitud. Pero los niños no tienen actitudes, viven emociones. Cuando juegan no están jugando, están viviendo sus propias fantasías que, al vivirlas, las hacen realidades porque se hacen parte activa de ellas. Por eso en Nochebuena hasta los adultos más curtidos son un poco niños, quienes exageran y convierten la reunión y la cena de Navidad sólo en un esmerado evento social, se pierden toda la auténtica diversión.
Los niños la disfrutan porque avanzan en un camino de exaltación y sueños cada día del tiempo navideño, el encuentro del 24 de diciembre es el prólogo al clímax del amanecer siguiente, cuando abren los ojos y el alma pura a los regalos, ahí comienza la fiesta.
Las hallacas seguramente estuvieron muy sabrosas, el pan de jamón gustó a todos, el dulce de lechosa hizo dejar de lado toda previsión dietética, el ponche nos alegró la vida, el vino descorchó sonrisas y entusiasmos, la Nochebuena fue una reconciliación con lo bueno de la vida. ¿Pero qué estrella puede igualar la mirada y la emoción de un niño con sus regalos el 25 de diciembre en la mañana?