La era de lo invisible
«Solo aquel que logra ver lo invisible puede lograr lo imposible».
«Ver para creer», acuñó Santo Tomás de Aquino y eso marca una era donde solo existía lo tangible a nuestra más básica percepción. Todo lo demás era ser supersticioso, arriesgado, loco y esotérico. Una percepción básica que determinaba una vida básica.
Sólo las grandes cosas tenían sentido y solo ellas eran celebradas, porque eran las más perceptibles y por tanto sólo las grandes frustraciones era lo común por no darle importancia a los pequeños detalles cotidianos que son los bloques con lo que se erige la grandeza. Esas «grandes cosas» eran para pocas personas, quienes obtenían, a través de lo visible, la racionalización del por qué ellos sí y los demás no.
Tener era la medida del éxito, porque las posesiones se pueden contar, ver y tocar, ser y sentir, eran medidas desdeñables por abstractas, los resultados eran los evaluados dejando los procesos de lado. Por tanto, se producía gran eficacia y efectividad, pero poco sustentable y trascendente.
Lo estructural era lo que mandaba y cada categoría funcionaba independientemente, sin tener una cosa con la otra. Al menos, por su puesto, que tuviera cable, puente o vínculo formal, algo visible que los enlazara «lógicamente». Tanto así que la preparación era para generar «los especialistas» para cada estructura. El corazón no tenía que ver con el hígado, ni el pulmón. La arquitectura con la ingeniería, que por supuesto no tenía que ver con el mercadeo y menos aún con las personas.
Los cambios eran lentos, las planificaciones a 10 años, los cambios eran lo incómodo y los que cambiaban eran grandes aventureros o desquiciados de acuerdo solo con el resultado de su aventura. La innovación era para gente específica o departamentos especiales como la NASA, que nos iba guardando secretos que nos develaba de vez en vez y todo estaba «bien». Por supuesto, el liderazgo no era para todos, era solo legitimado con cargos y no con acciones, habilidades o capacidades.
Todo era así, y de pronto, después de 30 años, después de grandes computadoras en habitaciones, Pc, laptops, chips cada vez más pequeños, teléfonos móviles, fusiones de arte, diseño, tecnología y conocimiento… de pronto, después de todo eso, nació el WiFi.
Nació el WiFi. La conexión sin cable, la sensación de omnipresencia, la no necesidad de ver algo para saber que hay algo allí, que es poderoso y porque es poderoso te conecta con todo y te lleva a la posibilidad de realizar cosas que van más allá de lo que imaginaste y mucho más allá de lo que otros imaginaron.
Esa es la era que vivimos ahora, un período donde los cambios son lo cotidiano y es mejor adelantarse con cambios imperceptibles pero constantes que nos adelanten a la innovaciones de los entornos. Donde todo se conecta con todo y la capacidad en diversificarse es tan valioso como el de especializarse. Donde el proceso hace sostenible los resultados, donde el liderazgo sea develar liderazgo y donde lo que no se ve es el tesoro que todos buscamos porque de allí nace lo nuevo, lo extraordinario y los nuevos mercados de comportamiento, anhelos o acciones trascendentes.
Hoy en día, como la edición de un vídeo, lo importante es estirar la línea del tiempo para más que prestarle atención a los minutos u horas que dura, poner el foco en los segundos que podemos editar, porque cada segundo editado cambia el vídeo completo. Lo infinito se encuentra en lo infinitesimal.
Hoy día, todos podemos ser triunfadores porque todos somos pequeños, pero nunca insignificantes y menos aún sabiendo que conectando e interactuando en colaboracionismo con muchos otros, hoy lo grande está a la vuelta de una mirada obtusa y cerrada, en una mirada humilde, agradecida y apasionada.
Hoy se mira distinto, hoy se ve con el corazón, porque hoy: creer es crear.