¿Qué importa quién sea el presidente?
¿Qué importa quién sea el presidente” -nos decía un empresario amigo- “con tal de que nos dejen trabajar?”.
Tiene toda la razón, a nadie le importa quién sea el presidente si uno vive en Suiza. En efecto, Suiza es una república parlamentaria, donde no hay un presidente ni un primer ministro, sino un gobierno colegiado bajo la forma de un Consejo Federal integrado por siete consejeros que representan los distintos cantones. Los siete miembros del Consejo, con iguales poderes, se rotan entre si para actuar como Presidente de la Confederación por un año y presidir las reuniones del Consejo. El presidente rotativo es solamente un “primus inter pares” con funciones protocolares.
Lamentablemente en Venezuela sí importa quien sea el presidente por tratarse de un país en extremo presidencialista. Es una ilusión pensar que se puede negociar con alguien que ya ha desconocido lo convenido en varias negociaciones anteriores.
Sólo la Constitución frena al presidente, siempre y cuando el presidente le haga caso a la Constitución. Para empezar, a través de una ley inconstitucional llamada Ley Antibloqueo, pasaron por encima de la Constitución saltándose a la torera los mecanismos de referendo contemplados en la Constitución. La Ley Antibloqueo priva sobre la Constitución y crea un súper poder ejecutivo que tiene la capacidad de desaplicar leyes y disponer de bienes del Estado, todo dentro del mayor secreto, ya que prohíbe el control legislativo sobre las acciones del Ejecutivo e impide que los ciudadanos conozcan en tiempo real la forma como se manejan los dineros públicos.
En las actuales circunstancias, no existe seguridad jurídica alguna, ya que es bien sabido que que existe un poder legislativo surgido en unas elecciones que han sido desconocidas por la mayoría de las democracias respetables del mundo, incluyendo las de nuestro continente y las de Europa. Tenemos además un poder judicial de plastilina adaptable a los deseos del ejecutivo, un poder electoral cuya función parece ser la de garantizar el triunfo electoral de quienes convengan al régimen y un poder ciudadano al que pretenden denominar “poder moral”. Todos ellos se pliegan a los deseos de un presidente, en un sistema donde la institucionalidad brilla por su ausencia.
En Venezuela el presidente nos recuerda mucho la figura del “hermano mayor” de la famosa novela de George Orwell “1984”. Este “hermano mayor” nos habla en la misma “neolengua” de la obra de Orwell y, permanentemente nos cuenta fantasías que poco o nada tienen que ver con la realidad, aunque aquí, tal como ocurre en la novela de Orwell, también se creó un Ministerio de la Verdad.
Es la citada novela de Orwell, “el hermano mayor” todo lo veía y todo lo sabía, al extremo de que las pantallas de los televisores eran bidireccionales para que todos se sintieran vigilados durante las 24 horas del día. Aquí pretendieron emular la misma idea con los ojos de Chávez que aún aparecen to todas partes. Y en todo caso, quien él escogió para sucederlo, es una figura omnipresente que habla todo el día por radio y por televisión, intentando cumplir en el imaginario popular la misma función que ejercían los ojos de Chávez
Será difícil que Venezuela pueda recuperar el estatus de nación democrática mientras no se recupere la independencia de los poderes públicos y no se hayan producido unas elecciones que cumplan con los estándares de transparencia y confiabilidad. Esto sólo podrá ocurrir con una exhaustiva participación internacional que sirva de garantía a los venezolanos.
Para llegar a eso, sin duda será necesaria una oposición unida. Mientras más dividida la oposición, más difícil será recuperar la democracia. Y de paso más poderosa será la figura del presidente.
José Toro Hardy, editor adjunto de Analítica