La saga de los partidos modernos
Venezuela arribó al siglo XX 35 años después de su inicio. La muerte del Benemérito Juan Vicente Gómez, quien había ejercido el poder de manera totalitaria, administrando la nación como si se tratase de su feudo, abrió un período de transición que permitió al país rural y atrasado en ideas y en su desarrollo económico, abrirse a la nueva era, permitiendo a estudiantes, intelectuales, profesionales y algunos obreros que conocían las ideologías que circulaban por el mundo, aprovechar ese fermento postdictadura para crear los partidos de masas que en la búsqueda del poder impulsaron la democracia.
Es así como, el 13 de septiembre de 1941, hace su aparición pública en un mitin en el Nuevo Circo de Caracas, el primer partido político moderno hecho en Venezuela, que bajo la denominación de ACCIÓN DEMOCRATICA, según la visión de su líder fundador Rómulo Betancourt, nacía para hacer historia.
Hoy el otrora “Partido del Pueblo” arriba a su octogésimo aniversario, si bien cargado de jalones estelares en su ciclo vital, también apesadumbrado por el lastre de su propia saga, signada por la imposibilidad de interpretar la transformación de la nueva sociedad que desde el poder logró construir, armado de una convicción de progreso que se truncó por las desviaciones del rentismo petrolero, las ambiciones y los errores de la llamada generación intermedia que controlaron la organización ignorando los ejemplos honestidad y claridad conceptual de sus predecesores, que no cultivaron ninguna de las virtudes de la generación fundadora, sino que copiaron solo sus defectos, resistiéndose a las dramáticas transformaciones que exigía los desafíos del siglo XXI y dejaron que la anti política permitiera la vuelta del militarismo y del caudillismo que ha sido el hilo conductor de la historia del poder en Venezuela desde 1830.
Antes de la caída de la democracia bipartidista, se advirtió que era necesario la descentralización del poder mediante una nueva institucionalidad caracterizada por la autonomía de las regiones de manera que cada estado gestionara su desarrollo. El diagnóstico estaba claro; había que poner fin al estado presidencialista de poder centralizado. Dejar atrás el clientelismo político. Dar paso a la generación Ayacucho para que desde las posiciones de poder oxigenarán a la democracia. El detalle estuvo, que tanto, AD como los demás partidos, el algún momento desviaron su rumbo y habían dejado de perseguir la modernidad negándose a la adaptación de los nuevos tiempos. Siguieron siendo partidos de esténcil y multígrafo en una sociedad del conocimiento que reclamaba el cambio de los partidos políticos analógicos a los digitales.
Para no volver al pasado y recuperar el rumbo, no basta con la salida de los usurpadores. Para lograrlo, los partidos políticos históricos deberán reinventarse, tomando lo mejor de su historia que son sus valores para de cara al futuro, volver a ser la vanguardia del cambio y por qué no, competir con los nuevos factores partidistas en la alternatividad del poder.
En medio de este aniversario, paradójicamente la historia parece repetirse y no ha permitido que entremos como nación al siglo XXI.
Durante muchos años los gobernantes de la época del gomecismo se opuso a la acción política de Rómulo Betancourt, a su segundo gobierno y a su creación, Acción Democrática. Iba en ello la vehemencia de que son capaces los políticos de oficio. No hubo regresos ni arrepentimientos. Después del año 48 se escogió el fácil observatorio de la imparcialidad. El país se situó en un lado u otro de los dos extremos en que a la hora de juzgar a Betancourt, Miguel Otero Silva dividía a los venezolanos.
Los opositores crearon una especie de crítica histórica del pensamiento político y no de una diatriba de quien va a enfrentarse con Betancourt en la arena de la política, donde sí es válido rebatir sus ideas con base en las que trae el escritor.
La larga y convulsa transición del gomecismo a la democracia del Pacto de Punto fijo, experimentó las tensiones de nuestra modernización, entre una creciente democratización y nuestra tradición autoritaria.
Sabemos que muchos políticos aparentando en sus discursos, defender nuestras Libertades Democráticas, han encendido hogueras en sus corazones para sus propios intereses personales sin importarles nuestras Libertades Democráticas y la trsformacion de nuestra sociedad en lo político Namasté