La realidad del beato
Lo de José Gregorio Hernández no es sólo cosa de católicos practicantes, ni siquiera de la jerarquía eclesiástica venezolana a la cual –y con ellos al país- la jerarquía vaticana acaba de dejar esperando con el pretexto del coronavirus, ellos sabrán.
Lo de José Gregorio Hernández es tema nacional, es la ciencia y la bondad humanas al servicio de los necesitados, sin aspavientos ni carnets especiales. La patria no es un alarde, debe ser una realidad y el médico trujillano salió, por años, a caminarla en aquella Caracas sometida a la tiranía. José Gregorio Hernández no le preguntó nunca a nadie de qué partido era, si tenía o no dinero, sólo preguntaba por el dolor y ponía sus conocimientos y su voluntad en la búsqueda de una cura eficaz.
Como médico fue un santo, como devoto buscador de la santidad fue un fracaso porque no aguantó las durezas, horarios entre oraciones y sueños breves de los monjes, pero tuvo la honestidad de entender que no había venido a la Tierra para sólo rezar a Dios, sino para curar a los enfermos. Un buen médico es siempre más útil que un buen monje, pero cada cual en su especialidad.
José Gregorio Hernández se ha convertido en símbolo y bandera de una Venezuela que para algunos es un trozo a conquistar, y para los venezolanos es una única patria en la cual cada uno debe hacer lo que le corresponda, siempre y cuando sea en beneficio de su familia y de la nación.
Este viernes la que se consagra y se eleva a los altares es esa venezolanidad del esfuerzo sincero y la responsabilidad común de poner lo mejor de cada uno de nosotros. Y eso es lo que en realidad cuenta.