La corrupción es un cáncer
Cuando se estudian los indicadores mundiales que evalúan la efectividad de los gobiernos y su nivel de control sobre la corrupción, se nota una enorme diferencia entre los países que han logrado un crecimiento económico estable con una estabilidad política aceptable y un relativamente alto nivel de respeto a las normas que garantizan un poder judicial autónomo.
En esas correlaciones puntean países como Singapur, Dinamarca, Holanda, Reino Unido, Alemania, EEUU, Francia, Japón y Corea del Sur.
Mientras que otros países en los que la corrupción y la eficacia gubernamental son por lo general inferior a 0, la correlación entre ambos indicadores es creciente en lo negativo, exceptuando a China que tiene un cierto nivel de eficacia gubernamental, pero mantiene aún un nivel relativamente alto de corrupción .
Los casos extremos son países fallidos como Somalia, Afganistán, Nigeria, Haití, Yemen, República Democrática del Congo, Sudán y, si seguimos como vamos, no dudamos que Venezuela se sumará a la lista.
En un reciente informe de la Organización Mundial de la Alimentación se señala que después de la actual pandemia hay 5 países en el mundo que corren severos riesgos de entrar en una crisis grave de hambruna e indica que estos son: República Democrática del Congo, Yemen, Sudán, Afganistán y Venezuela. No es casualidad que estos países sean no sólo corruptos, sino ineficaces.
Desde hace más de veinte años en Venezuela se ha venido extendiendo una verdadera corrupción, expresada en la descomposición, destrucción, que se produce, al modo de los organismos vivientes cuando ha cesado la fuerza vital que les daba fuerza y propósito.
El mal de la corrupción ha destruido muchas sociedades en la historia y está activo y presente en toda organización humana. Venezuela está padeciendo esa crisis que se extenderá si no se ejerce en ella una actividad continua de vigilancia, prevención, saneamiento y una eficiente profilaxia ética y moral.