La corrupción acabará con todo
Es difícil concebir un estado perfecto y puro en el que no exista algún grado de corrupción, basta recordar el caso del esposo de la reina de Holanda, que causó hace algunos años un enorme revuelo, pero que se convierta en noticia escandalosa es en sí un buen signo de una sociedad bastante sana.
No se puede decir lo mismo de Italia, que desde que existe como República, ha ido de escándalo a escándalo, hasta el punto que ya nadie se escandaliza. A pesar de ello el país más o menos funciona.
En nuestro caso no podemos decir que la corrupción no existió en las dictaduras del siglo XX, aunque en la transición a la democracia, en los gobiernos de López Contreras y de Isaías Medina no prevaleció. En la era democrática hubo casos reales y supuestos, pero no fue un fenómeno masivo, ni contaminó a todos los niveles de la población, y se producía un escándalo público cuando se desataba alguna olla.
En estos 22 años de «revolución» la corrupción se volvió endémica y se transformó en un cancer que hizo metástasis. Basta ver como ejemplo el mayor centro comercial del país, que está ubicado en Maracay y la cantidad inusitada de vehículos costosísimos que transitan por las calles de esa ciudad. Uno se pregunta acaso si hay industrias pujantes o es una excepción en un país en quiebra. No, lo que hay allí es una importante concentración de personajes de los diversos componentes de las FFAA.
Y en Caracas proliferan los bodegones con todos los productos de consumo que existen en Miami y los restaurantes de lujo se encuentran abarrotados de consumidores que no escatiman en gastos para satisfacer y evidenciar sus capacidades ilimitadas de consumo. Para colmo tenemos ahora un casino en la cima del Ávila, en el Hotel Humboldt y en el archipiélago de Los Roques viviendas tipo resort y yates propiedad de gozosos «turistas» venezolanos. La pregunta que cabe es ¿acaso hay una actividad que genere tantas divisas para poder permitir lujos que la inmensa mayoría no puede ni soñar en ello?
Es evidente, como dijo Shakespeare en Hamlet, definitivamente hay algo podrido en el reino de Dinamarca.
El caso de Giulio Andreotti fue semejante al que vivimos en nuestro país. Andreotti fue político y periodista italiano que asumió el cargo de Presidente del Consejo de Ministros de Italia en diferentes gobiernos y Presidente del Consejo de Ministros de Italia en siete ocasiones, además de máximo exponente del partido Demócrata Cristiano.
Se cometía el crimen y los asesinatos eran frecuentes, mientras los políticos defendían a las maffias.
En Venezuela tenemos muchos Andreotti, todavía activos.