Amanecerá y veremos
Que vivimos tiempos difíciles es innegable, pero que esta adversidad sea permanente no es el destino ineludible de nuestro país. La historia nos demuestra que, tras los períodos más oscuros, siempre surge la luz de la libertad, la razón y la dignidad humana. Por más prolongada que parezca la tormenta, su final es inevitable.
Es comprensible sentirse abatido, desanimado o desorientado ante circunstancias adversas. Sin embargo, si queremos presenciar el resurgir del sol de la libertad, debemos rechazar la resignación, dejar atrás el miedo y levantarnos con determinación. No podemos aceptar la miseria como destino, ni permitir que la opresión se normalice. Nuestra voz y nuestra acción deben convertirse en herramientas de cambio, enfrentando a quienes, por la fuerza, pretenden imponernos un futuro sin esperanza.
Si nuestros antepasados hubieran claudicado ante la adversidad, hoy seguiríamos sometidos al yugo de un poder foráneo. Y aunque la independencia se conquistó en el campo de batalla, las amenazas contra nuestra soberanía nunca cesaron. En cierto sentido, seguimos luchando contra la injerencia de quienes han pretendido someternos desde aquella isla del Caribe que nunca abandonó su ambición de dominación.
Hace décadas, supimos defender nuestra soberanía en Machurucuto. Hoy, la lucha es diferente, pero el objetivo es el mismo: recuperar la libertad y la dignidad de nuestra nación. La historia nos ha puesto una nueva prueba, y solo si permanecemos unidos y firmes en nuestra determinación, lograremos que el 28 de julio no sea visto como un accidente histórico, sino como el punto de partida de nuestra recuperación.
El amanecer está cerca. Y cuando llegue, habremos demostrado que la voluntad de un pueblo jamás podrá ser sometida para siempre.
