Privatizar por privatizar
Trascendió a la prensa la discusión realizada en el CEN de Acción Democrática sobre el proyecto de ley que abriría las puertas a la privatización progresiva y disimulada de Pequiven, una de las cuatro filiales de Pdvsa. Como en la reseña publicada se menciona mi nombre, en cierta forma me siento obligado a explicar mi posición.
Hasta aquel momento lo confieso tenía información muy general sobre el proyecto. Me abrió los ojos el documento leído por el diputado Carlos Canache Mata, razonando su oposición a la privatización de Pequiven, con argumentos sólidos y convincentes.
Debo reiterar lo que más de una vez he señalado en esta columna: el Estado venezolano se ha revelado pésimo administrador. No existe razón ideológica valedera que pueda invocarse para justificar que ese Estado incompetente y despilfarrador siga cargando con empresas generadoras de pérdidas multimillonarias. En artículo reciente expresé mi opinión personal favorable a la privatización de todas las empresas públicas, con excepción de Pdvsa y de Edelca, a pesar de que esta última, sin razón de peso que lo justifique, sigue arrojando pérdidas cuantiosas.
Según mi apreciación, son razones de orden práctico, y no ideológico, las que deben tomarse en cuenta para privatizar. En su reciente visita a Venezuela, el presidente Sanguinetti de Uruguay así lo señalaba al ser entrevistado en televisión. Allá fue privatizada la empresa estatal de aviación, porque daba pérdidas y no se justificaba que un medio de transporte relativamente costoso, al alcance sólo de una minoría, fue subsidiado por impuestos que pagan todos los uruguayos. En cambio, la empresa telefónica sigue en manos del Estado en razón de que produce ganancias y presta un servicio satisfactorio. Este tipo de consideraciones, por cierto, no habrían podido invocarse aquí para oponerse a la privatización de la Cantv, porque arrojaba pérdidas muy elevada, careciendo de capacidad y solvencia financiera para realizar las cuantiosas inversiones requeridas para garantizar un buen servicio.
Este enfoque práctico, no ideologizado, se ha vuelto casi imposible en Venezuela debido al enfrentamiento agresivo entre dos tipos de fundamentalismo. Los fundamentalistas neoliberales, que presionan para que todo sea privatizado, hasta llegar al Estado mínimo. Los fundamentalistas antineoliberales, quienes ven neoliberales hasta en la sopa, y consideran que toda privatización constituye traición a la socialdemocracia. Hay que empeñarse en sacar el debate del terreno pantanoso de los dogmatismos, como única manera de que avance el ineludible proceso modernizador de la economía venezolana.
Con criterio práctico debe enfocarse el proyecto de ley, presentado curiosamente por iniciativa legislativa y no del Ejecutivo, mediante el cual se intenta privatizar a Pequiven, a pesar de que en su artículo 3o se disfraza un tanto tal propósito, al establecer solamente que las acciones de esta empresa podrán ser enajenadas. Al opinar en el CEN de AD califiqué la iniciativa de curiosa y un tanto extraña. No por considerar que la inspira nada indebido o irregular, ya que no milito en esa falange que está viendo negociados y vagabunderías por todas partes, a pesar de que suele incurrirse a menudo en ese tipo de irregularidades, debido a que la corrupción ha penetrado a fondo en el tejido social venezolano. Es curiosa y extraña, porque, tal como se señala textualmente en la exposición de motivos: ‘A diferencia de la industria de hidrocarburos y del hierro, las actividades petroquímicas, carboquímicas y similares no se encuentran reservadas por ley al ejercicio exclusivo del Estado, manteniendo por el contrario una total apertura a la iniciativa privada’.
En otras palabras, los inversionistas venezolanos y de otros países, sin ningún tipo de restricción legal, tienen libertad absoluta para establecer en Venezuela empresas petroquímicas, no teniendo que asociarse con Pequiven ni con ningún otro organismo estatal o paraestatal. Sólo faltaría crear las condiciones, si es que no existieren, para que tales inversionistas prefieran a Venezuela, en razón de sus ventajas comparativas, antes que otros países, para realizar sus inversiones en petroquímica.
Pequiven seguiría como está, en manos del Estado, siendo una filial de Pdvsa, con sus 17 empresas en las que está asociada con capital privado, dando ganancias satisfactorias, como viene haciéndolo desde hace algunos años, sin presionar por expandirse más allá de lo manejable, dejando al sector privado el necesario incremento de la producción petroquímica a fin de cubrir la creciente demanda de estos productos en el mercado nacional y, sobre todo, en el internacional. Mantenerla en su status actual tiene la ventaja adicional de garantizar suministro seguro a las empresas nacionales que utilizan derivados petroquímicos, como materia prima, empresas éstas que en el futuro podrían verse en aprietos si Pequiven se integrase a las grandes corporaciones petroquímicas internacionales, para las cuales lo que cuenta son las ganancias, y no otro tipo de consideraciones.
En Venezuela ha pasado de moda el nacionalismo, se le considera sentimiento anacrónico. También el patriotismo, al punto de que para muchos jóvenes tiene connotación ‘pavosa’, por la indiferencia hacia la historia nacional que se les ha inculcado en nuestros centros de enseñanza. Pues bien, habrá que apelar a algún tipo de sentimiento fuerte para contrarrestar este frenesí por subastar de una vez por todas las riquezas nacionales, como si Venezuela fuera a desaparecer mañana. De no ser contrarrestado ese remate frenético de nuestras riquezas, terminaremos realmente siendo inquilinos en nuestra propia tierra.
El Universal Caracas, viernes 13 de junio, 1997