Pensando en la visita del presidente Clinton
Simetrías, asimetrías y política exterior
Durante este mes vendrá de visita a Venezuela el Presidente Clinton, y vista la cantidad y variedad de temas que caracterizan la agenda común, no está de más preguntarse una vez más si un país como el nuestro tiene en estos tiempos capacidad de negociación alguna ante ese enorme interlocutor.
No es cuestión de ponerse a dudar de la trascendencia de los asuntos pendientes entre los dos países. No creo que nadie pueda ignorar que hay un amplísimo e inevitable temario que hace de los Estados Unidos un interlocutor importantísimo para Venezuela. El caso más bien es que en la dinámica comercial, financiera y política que hace a esta relación relevante, los dos países tienen distinto peso y diferentes expectativas.
Mientras tanto, los temas más específicos a tratar en esta ocasión -inversiones, tributación, energía, narcotráfico, restricciones al comercio y propiedad intelectual- se plantean ahora en un contexto de relaciones bilaterales y hemisféricas en el que clarificar las reglas del juego y ajustar diferencias es más importante que nunca, teniendo en cuenta que el «tablero de juego» mayor, en el cual tenemos que pensar en cada movimiento menor, es el de la integración hemisférica.
Es posible analizar todo esto desde dos grandes perspectivas: por un lado, la que teniendo como ideal a la simetría, considera el gran desbalance bilateral como algo inevitable, aplastante y definitivo en el curso de las relaciones entre los dos países; por otro lado, la que permite descubrir las oportunidades de las asimetrías, y se propone aprovechar para bien los desbalances y las divergencias.
El pensamiento simétrico y lo internacional.
El gusto y aprecio por la simetría es común en campos tan diversos como la estética, la ética, la política o la economía. Es equivalente a la búsqueda de fórmulas de orden, equilibrio y estabilidad, a partir de ciertas ecuaciones, o de ejercicios de igualación más allá de las matemáticas. De otro lado, la asimetría tiende a generar incomodidad, y a veces su comprensión y aceptación supone hacer un gran esfuerzo para cambiar de perspectiva, para alterar lo que consideramos el «frente» y el «lateral» de un objeto, de una persona, de una relación.
Esto que parece tan abstracto, y quizá poco verosímil como argumento general, tiene interés particular y puede ser analizado como un aspecto de enorme importancia en la evolución reciente de las relaciones internacionales o, mejor, globales.
La búsqueda de simetrías -en capacidades, en intereses, en agendas o en estrategias- se ha manifestado en principios como el de la igualdad de los Estados, y en prácticas que tienden a «bilateralizar» y a hacer balances en las relaciones interestatales.
1. Poder.
Los balances estratégicos y el cuidadoso estudio y aplicación de fórmulas como la muy famosa de Ray Cline, se basan en un principio de simetría, sustentado a su vez en una apreciación del poder como suma de recursos materiales e inmateriales, junto al difundido rechazo y recelo ante las asimetrías de poder entre «grandes» y «pequeños». El estudio de las relaciones internacionales a partir de los «balances de poder» y de la identificación de polaridades es una especie de himno a la simetría en los equilibrios de la bipolaridad o de la multipolaridad.
Una de las tantas evidencias de la dificultad para aceptar las complejas asimetrías del sistema mundial en el presente es, precisamente, la insistencia en pensarlo en referencia a Estados o regiones polares, en torno a los cuales se definen relaciones jerárquicas (en las que las asimetrías sólo son aceptadas -como desigualdades- en tanto sustentadoras de simetrías globales).
2. Intereses.
Desde luego, que esas polaridades también contienen un elemento «sustantivo», que le da sentido y propósito al poder, a las capacidades. Son los intereses, la otra dimensión en la que se ha tendido a buscar simetrías y a considerar a las asimetrías como generadoras de conflicto, a la vez que obstaculizadoras de la cooperación. Esta última, en efecto, sólo es posible y deseable -según esta perspectiva- en situaciones de perfecta comunidad de intereses. Es más, se considera entonces que proyectos como los de integración sólo son factibles y provechosos si se hace un esfuerzo especial para reducir -en lugar de combinar- asimetrías. Es decir, si se hace un trabajo de «homogeneización», de «igualación».
3. Agendas.
Desde esta óptica, la construcción de políticas de alcance nacional, regional o global, es una tarea casi imposible, harto compleja, y usualmente ingrata, pues obliga a «inventar» balances (en intereses, en capacidades a movilizar, en asuntos a atender); así, lo que no calza simétricamente, lo que no promete satisfacer a todos por igual, es muy difícil de introducir de manera legítima y eficiente en el repertorio político local o global.
Esa manera de construir agendas -de definir los problemas a atender- termina siendo muy poco flexible y eventualmente autoritaria pues, de entrada, cada decisión se está midiendo, calibrando, y juzgando a partir de referencias fijas, a la vez que es pensada respecto a estrategias para mantener o crear simetrías. A fin de cuentas, esto genera mucha rigidez, estrecha el margen de maniobra, y limita la posibilidad de identificar y crear nuevas opciones.
4. La simetría y la política exterior de Venezuela.
La tendencia a evaluar las políticas exteriores en referencia a interlocutores específicos -es decir a «bilateralizar» el análisis- puede bien ser el efecto del gusto por la simetría, o por la búsqueda de simetría. Por otra parte, la consideración de conjuntos de países suele ser pensada como fórmula para el balance, para el equilibrio.
Casos muy diferentes ilustran el gusto por la simetría en los análisis sobre política exterior venezolana: las relaciones con Estados Unidos, con Colombia, con Brasil, y con Guyana y el Caribe. En las argumentaciones y posiciones frente a cada uno de ellos hay una especie de tendencia tradicional que tiene como rasgo común el temor a los desbalances, fundamentalmente en tamaño y en capacidades.
Ciertas visiones sobre nuestra relación con Estados Unidos han hecho de la simetría la vara para juzgar la imposibilidad de una vinculación que nos sea razonablemente favorable. La visión en grueso de un interlocutor tan «grande» lleva a la conclusión de que no es posible negociar nada con un país tan poderoso.
Cambiando lo cambiante, también sobre la relación con Brasil pesa el temor a las dimensiones y capacidades, a las que se suma el componente geopolítico. Tampoco allí, se argumenta, tenemos posibilidad real de negociar.
En los casos de Guyana y el Caribe, la incomodidad con ciertas asimetrías parece invertirse, de modo que incluso se alega la dificultad para negociar con países más pequeños, siempre dentro de la visión restringida que vengo reseñando.
Colombia es, desde luego, un caso de gran interés por la simetría que, en términos gruesos, llegó a permitir la identificación de una amplia agenda y de estrategias comunes para atenderla a comienzos de esta década. Allí, sin embargo, rápidamente comenzó a manifestarse también cierta incomodidad, precisamente en la medida en la que las percepciones y opiniones de ciertos sectores de opinión aferrados a un ideal de simetría han insistido en recordar una y otra vez.
El pensamiento asimétrico y lo global.
Romper con la valoración y el gusto casi exclusivo por la simetría, y aceptar creativamente que la realidad global, postinternacional, está plagada de asimetrías, y que en ellas hay un enorme potencial para nuestro desarrollo individual y colectivo, es un desafío y una necesidad. Personas, agrupaciones civiles y políticas, sociedades y gobiernos, organizaciones internacionales y no gubernamentales podemos y necesitamos asumir activamente esta circunstancia.
Aceptar y disfrutar la asimetría implica, para empezar, el reconocimiento y aceptación de lo diverso, de lo distinto; esto es parte de la esencia de la vida social; allí donde solemos ver el mayor obstáculo, podemos encontrar las mayores posibilidades para articular diversos deseos y aspiraciones individuales con el bien colectivo.
Apreciar la asimetría en la política mundial ayuda a romper con ciertas nociones muy difundidas acerca de lo que significan principios como el de la igualdad, o prácticas como las de construcción de alianzas y complejos mecanismos de seguridad. De esta perspectiva surge, de manera natural, una nueva valorización y dinamismo de lo multilateral y de la coordinación, así como la aceptación y hasta promoción activa de los componentes no típicamente internacionales que caracterizan a las relaciones globales.
En los mismos términos en los que buscamos simetría, balance, equilibrio -en poder, intereses y agendas- podemos descubrir los encantos y posibilidades de las asimetrías, los desbalances y los desequilibrios.
1. Poder-relación.
Si al estudio de los recursos materiales en los que se sustenta el poder añadimos otras dimensiones que nos obliguen a verlo como lo que finalmente es -es decir, como relación- descubriremos rápidamente lo engañosa que puede ser la simetría, al lado del potencial de las asimetrías que estamos acostumbrados a temer o a aceptar pasivamente.
En efecto, si vemos al poder como una relación que ocurre entre jugadores que tienen ciertas habilidades para movilizar ciertos recursos en ciertas circunstancias de juego, no nos resultará difícil romper con el rígido esquema de polaridades o de balances globales de poder.
Colocado entonces cada uno de los múltiples juegos (ambiente, finanzas, comercio, energía, o derechos humanos, entre otros muchos posibles) y cada uno de los numerosísimos y variadísimos jugadores (con sus particulares papeles) en sus circunstancias y contextos (mediados por las percepciones y valoraciones de cada cual), el análisis de los recursos disponibles deja de estar «anclado» en la búsqueda de balance, a la vez que aprovecha las posibilidades de las relaciones asimétricas.
El «mapa» global es entonces mucho más complejo de representar que lo que sugiere la búsqueda de polaridades, pero también mucho más rico en oportunidades que lo que indica la constatación simplista de que unos cuantos grandes centros de poder determinan la dinámica global.
2. Intereses negociados.
Los intereses, una vez que se reconoce el potencial de lo diferente, de lo específico, adquieren otro significado. Ya no sirve pensarlos en los términos tradicionales del interés nacional, tan asociado a una visión excluyente y estrecha de la seguridad del Estado. Son cada vez más atendidos en tanto preferencias orientadoras, sujetas a una complicada negociación desde el interior de cada sociedad, y dentro del ambiente global.
La clave para moverse en un orden mundial lleno de incertidumbres, es ahora la identificación de intereses y el sacar provecho de su fluidez y de sus desbalances, es decir, de los cambios en las percepciones y valoraciones de los asuntos en torno a los cuales emergen el conflicto o la cooperación. En cada relación o juego específico, la búsqueda de asimetrías que «combinar» es una excelente estrategia para encontrar soluciones satisfactorias a «paquetes» de problemas.
3. Agendas de trabajo.
Más que detenernos en la definición precisa de grandes intereses nacionales, es necesario asumir la variedad y fluidez del entorno global a partir de agendas de trabajo; éstas, a las que subyacen valores y preferencias, son el resultado de negociaciones locales y globales.
A través de la formación misma y de la atención a agendas de trabajo, se asume y aprovecha la asimetría en varios sentidos. Una agenda es negociada en diversidad de transacciones en las que, de entrada, no todos los interesados tienen igual peso; es cambiante, pues no todo lo que entra se queda necesariamente -en su lugar inicial o dentro de la agenda como un todo- por mucho tiempo, es decir, la agenda fluye tanto como las transacciones sociales, las circunstancias domésticas y globales, incluida allí la atención del público propio y ajeno; es multidimensional por la variedad de sus tópicos y públicos; y es simultánea en virtud el desarrollo paralelo de cada uno de sus componentes.
4. La asimetría y la política exterior de Venezuela.
No se trata de desconocer el peso de los desbalances y las inequidades que caracterizan la política mundial, muchos de ellos acentuados en los últimos años. En cambio se trata de repensar las relaciones internacionales con otras referencias, que nos permitan sacar partido de crecientes asimetrías en capacidades, en intereses y en agendas. Esto es válido tanto en el análisis bilateral, como en el multilateral. Ambos, en realidad, pueden beneficiarse de una visión del mundo como un enorme conjunto de espacios llenos de asimetrías por negociar.
Desde esta óptica podrían ser revisados diversos ámbitos de la política exterior venezolana: las relaciones con Estados Unidos, con Colombia, con Brasil, o con Guyana y el Caribe, tratando de romper con el temor a las asimetrías.
Las vinculaciones con Estados Unidos pueden ser planteadas -más allá de la referencia genérica al país grande que inclina a su favor cualquier negociación- como la relación con un interlocutor complejo, lleno de especificidades, que percibe y valora de maneras diferentes los muy diversos asuntos de interés común. Cada uno de esos asuntos, en su circunstancia, debe ser analizado como tema de una negociada (y negociable), cambiante, mulltidimensional, integrada y simultánea agenda doméstica, bilateral y regional.
También la relación con Brasil debe ser mirada con este cristal de mayor complejidad, de modo que identifiquemos y caractericemos en su asimetría particular la definición y valoración de cada uno de los temas en juego en la relación bilateral y en otros espacios. En los casos de Guyana y el Caribe, también es necesario analizar cada juego en los méritos de sus desbalances de capacidades e intereses, promoviendo la complementación y debilitando las hipótesis de imposición y control desde nuestro lado.
Finalmente, Colombia sigue siendo -no obstante las aparentes simetrías- una prueba de fuego para medir nuestra capacidad de reconocer la variedad y sacar provecho de las asimetrías de capacidades, de intereses, y de agendas.
La visita del Presidente Clinton y las oportunidades de la asimetría.
Sacar partido de la asimetría de capacidades, intereses y agendas que caracteriza nuestra relación con los Estados Unidos implica, para empezar, colocar en contexto las negociaciones que han rodeado y que seguirán a la visita del Presidente Clinton. A partir de allí podemos pensar en cómo enfrentar esas asimetrías en percepciones, en capacidades y en intereses.
1. Las circunstancias.
Estamos ante una circunstancia muy especial, puesto que en Estados Unidos, en Venezuela y en el hemisferio han cambiado algunas referencias muy importantes.
Hemisféricamente, ha continuado el trabajo en el Plan de Acción acordado en la Cumbre de las Américas y, especialmente, las conversaciones en los grupos de trabajo que tienen a su cargo el tema de la liberación comercial hemisférica, a la vez que paralelamente van avanzando los arreglos subregionales y entre subregiones integradas.
En Estados Unidos, desde la instalación de la segunda administración Clinton-Gore, y no obstante las tensiones que ha provocado la continuidad del unilateralismo (visible en los sistemas de certificación -en los ámbitos de narcotráfico, derechos humanos y ambiente- en la ley Helms-Burton, e incluso en las medidas contra la inmigración ilegal) y de medidas comerciales proteccionistas, ha habido importantes señales que indican que hay una nueva atención a los asuntos Latinoamericanos: así se evidenció en la gira del Presidente Clinton a México, Centroamérica y Barbados en mayo pasado cuando en reuniones con los Presidentes y Jefes de Estados de México, de los países Centroamericanos y del Caribe destacó en cada uno de los temas y preocupaciones comunes las posibilidades de cooperación. La flexibilización de la aplicación de la Ley Helms-Burton y de las medidas contra la inmigración ilegal, la no descertificación de México y la búsqueda de fórmulas para mantener la ayuda a Colombia en la lucha contra el narcotráfico, la solicitud de fast-track para hacer posibles las negociaciones con Chile y, así, la ampliación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), son todas buenas señales. Lo son en tanto indicativas del renovado interés de Estados Unidos en una región que ha demostrado ser un mercado muy dinámico y con buen potencial para el rápido crecimiento de las exportaciones e inversiones de Estados Unidos.
En Venezuela, también ha habido cambios importantes desde la puesta en marcha de la Agenda Venezuela y -muy especialmente- a partir del giro que ésta ha significado para la política exterior. Venezuela, lentamente, ha reactivado su presencia internacional y parece haber retomado la senda de la atención a múltiples espacios de integración; así, la atención las reformas que han dado lugar a la Comunidad Andina, las negociaciones de ésta con Mercosur y Caricom, y el mismo reinicio de conversaciones con Estados Unidos en materia de comercio e inversiones son también buenas señales de una sana apertura a negociaciones bilaterales, subregionales y hemisféricas.
En conjunto, entonces, vuelven a existir circunstancias e intereses favorables para la definición de un nuevo trato bilateral y hemisférico.
2. Las capacidades, los intereses y la agenda.
En las circunstancias tan gruesamente descritas se ha revalorizado la relación bilateral y hemisférica, y ese es un primer ingrediente a tener en cuenta a la hora de analizar nuestra capacidad para influir en el resultado de negociaciones bilaterales.
Para sacar partido de esa relación, es necesario colocar en perspectiva los temas específicos que han estado siendo tratados y negociados con miras a que la durante la visita del Presidente se concluyan acuerdos, a los que hay que añadir aquéllos que son de especial interés para Venezuela. Dicho de otro modo, al haber circunstancias tan favorables para identificar preocupaciones comunes en asuntos muy específicos (promoción y protección de inversiones, por ejemplo) o muy generales (lucha contra el narcotráfico o promoción de la democracia) corremos el riesgo de jugar a la simetría, y de olvidarnos de que para cada cual, cada uno de esos asuntos tiene diferente significado e importancia. Hay que recordarlo… y sacar provecho de ello.
3.Las estrategias.
La relación de Venezuela con Estados Unidos, tiene que ser vista con los ojos puestos en las negociaciones hemisféricas de libre comercio que, más allá de lo comercial, implican la creación de un nuevo espacio político-económico. Ese espacio se está definiendo en cada una de las negociaciones bilaterales o multilaterales en las que participamos regional o hemisféricamente.
Así las cosas, desde Venezuela es especialmente importante ampliar la agenda, y añadirle los asuntos pendientes -como el caso de la gasolina reformulada ya conocido por la OMC y a la espera de cumplimiento por parte de Estados Unidos de lo allí acordado, el de las medidas contra el alambrón, o el del embargo al atún- que evidencian la persistencia de bloqueos al comercio desde el mercado estadounidense. Allí, además, no puede dejarse de jugar el factor petrolero, de enorme interes bilateral y hemisférico, respecto al cual Venezuela tiene importantes ventajas que potenciar en un régimen energético hemisférico.
Esas asimetrías deben ser aprovechadas, pero para hacerlo es fundamental reconocer y aproximarse a otros interlocutores dentro y fuera de foros multilaterales que compartan nuestras visiones sobre cada asunto. En efecto, la continuidad del reciente impulso a las negociaciones entre esquemas subregionales de integración es una estrategia natural para el fortalecimiento multilateral de la capacidad de negociación.
Es necesario reconocer que los Estados Unidos no son un jugador «homogéneo», es decir, que las iniciativas recientes del Presidente Clinton tienen aliados y opositores internos, y que hay que procurar apoyarse en los sectores domésticos favorables a una relación más estrecha y fluida con Latinoamérica, dentro y fuera del gobierno.
Finalmente, no basta la negociación técnicamente impecable de cada asunto específico. Es indispensable mantener la visión de conjunto y hacer seguimiento cuidadoso a cada uno de los múltiples aspectos de la relación bilateral, entre los que sigue siendo muy importante el factor petrolero, no reductible al tema de inversiones.
En suma, la asimetría es inevitable, pero no debe ser vista como gruesa diferencia en «tamaño». Es algo mucho más complicado y eso se evidencia en la relación entre Venezuela y Estados Unidos, es sus diferentes percepciones y valoraciones de la situación, y en sus maneras de atenderla. El desafío para iniciar de verdad una nueva etapa en las relaciones hemisféricas está en que unos y otros reconozcamos esas diferencias y en que inventemos nuevas fórmulas para atenderlas cooperativamente.