La remuneración del científico venezolano
La principal limitante al desarrollo científico de Venezuela es, precisamente, el bajo sueldo que reciben nuestros investigadores de calidad tanto en universidades como institutos académicos e industriales. Un profesor titular, máxima categoría académica, percibe hoy día un salario mensual equivalente a unos mil dólares mensuales, que es casi la misma cantidad que recibía hace veinticinco años un instructor al inicio de su carrera en una universidad nacional. La máxima posición académica se obtiene a los quince o veinte años de realizaciones científicas, después de estudios sucesivos de licenciatura y doctorado en una universidad de prestigio. En los contrastes de la Venezuela de hoy, sin embargo, un joven de veinte y tantos años con una licenciatura en administración y con dominio del idioma inglés, puede comenzar su carrera en un banco o empresa multinacional ganando dos mil dólares mensuales, más bonificaciones y carro.
Los científicos no escogieron esa carrera por el dinero, y así había sido toda la vida hasta que la cosa comenzó a cambiar con la integración simultánea entre la ciencia y la industria, como ocurre en Estados Unidos con las nuevas tecnologías como la informática, microelectrónica, y la biotecnología, entre otras. Pero es que aquí en Venezuela el cambio ha sido en otro sentido con la casi desaparición de la clase media por la inflación y el estancamiento económico, del que recién comenzamos a salir ahora. Un científico joven gana el equivalente a unos pocos cientos de dólares mensuales, y no puede dedicarse en forma exclusiva a una profesión que demanda tanta atención sin sacrificar hasta su propia alimentación y otras necesidades básicas. De allí que los programas de desarrollo de la ciencia nacional, y/o de su inserción económica que no tomen en cuenta este factor necesariamente fracasarán. La cosa es tan grave que por primera vez en muchos años he visto a jóvenes con Ph.D. «redondeándose» el salario como vendedores o representantes técnicos de empresas de suministros y equipos científicos. También hay los que venden otras cosas no relacionadas para nada con su profesión.
Hay que hacer, entonces, un proceso selectivo que estimule al investigador de calidad a seguir su carrera científica, o a relacionarse con la economía en una forma donde pueda explotar favorablemente (para todos) los conocimientos y destrezas que le da la ciencia. Y para esto no habría que inventar mucho si tomamos en cuenta las experiencias de otros países que también confrontaron problemas similares. En Estados Unidos, por ejemplo, se produjo en los años setenta un éxodo de los profesores de ingeniería hacia la industria privada, lo cual no estaría nada mal si de esa manera no se comprometiera el futuro de la formación de ingenieros y la producción de conocimientos en esa importante área. La respuesta del Estado no se hizo esperar a través de un programa de la Fundación Nacional para la Ciencia (NSF) que permitió el financiamiento de la carrera del profesor de ingeniería con fondos que proveyeron no solamente los insumos para hacer investigación sino una remuneración competitiva con la del sector privado. Algo similar hicieron las propias universidades estadounidenses en la década siguiente cuando surge la biotecnología moderna. El esquema aquí fue el siguiente: cada profesor tiene hasta un día de la semana libre para que pueda ser consultor de empresas de alta tecnología, y hasta pueden formar compañías mercantiles en sociedad con las propias universidades.
En los famosos tigres asiáticos hay varios esquemas interesantes para incrementar la remuneración del investigador universitario, y que han tenido éxito al punto de incrementar la producción científica de esos países. En Taiwan, por ejemplo, hay un sistema que paga bonificaciones mensuales libres de impuestos a los investigadores más productivos de acuerdo al nivel de excelencia obtenido. El programa clasifica a los investigadores taiwaneses en tres niveles, general, excelente, y sobresaliente, respectivamente, llegándose hasta una cifra cercana a los mil dólares mensuales para el máximo nivel. Desde que se introdujo este sistema a mediados de los ochenta hasta el presente año, la productividad científica de Taiwan se ha incrementado en ¡siete veces!
En nuestro propio país, la Universidad Simón Bolívar también estableció un sistema de bonos, llamados en orden ascendente, de Reconocimiento Académico, y de Rendimiento Académico, que sumados pueden elevar el salario mensual del profesor hasta en un 50%, pero nunca llegan a los niveles de los chinos. En Venezuela también existe el Sistema de Promoción al Investigador (SPI), que otorga complementos al salario, pero las cantidades son tan exiguas y el sistema de evaluación tan sesgado hacia la ciencia básica periférica (a las líneas de investigación que estén de moda) que no vale la pena comentarlo en esta ocasión, como ya lo hemos hecho otras veces.
El Conicit ha lanzado una iniciativa que podría ayudar a cambiar este panorama desolador para el bienestar del científico venezolano, y para la ciencia del país. Se trata de la llamada Agenda Petróleo mediante la cual profesores universitarios pueden competir para realizar proyectos de envergadura para nuestra industria petrolera financiados por un consorcio formado con PDVSA, el Ministerio de Energía y Minas, y la Cámara Petrolera, además de Conicit. La primera convocatoria arrojó 167 anteproyectos ganadores en los cuales hay investigadores de prácticamente todas las universidades nacionales, aunque 4 instituciones se llevaron casi el 80% de todas las propuestas. Si en este programa se incluye un renglón que complemente el salario, o un honorario adicional para los investigadores participantes, entonces se estaría dando un cambio importante en la forma como se financia la ciencia venezolana para acercarla más a las realidades socioeconómicas del país.
En los próximos meses también saldrá otro programa de desarrollo tecnológico del Conicit para insertar la biotecnología en empresas privadas y públicas de Venezuela. El plan ha sido preparado por la Comisión Nacional de Biotecnología que designó el Presidente de la República el año pasado. Este plan considera la formación de consorcios o asociaciones estratégicas entre investigadores, universidades, y empresarios. Al igual que la Agenda Petróleo, el plan piloto de biotecnología también podría señalar nuevas formas de financiar a la ciencia de tal manera que la remuneración del investigador sea tomada en cuenta como factor preponderante para el éxito del proyecto.
En resumen, hay que hacer cambios profundos en el sistema de evaluación, de reconocimiento, y estímulo a la ciencia y la tecnología venezolana. En esa nueva agenda, para usar un término de moda en el país, habrá que rescatar la profesión del científico productivo para facilitar su desarrollo pleno y su contribución al bienestar de la nueva Venezuela que se asoma al horizonte.