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La Caricatura Andina

El anunciado y materializado retiro del Perú de la Comunidad Andina constituye un hecho de inmensa significación para el bloque de países que durante varias décadas mantuvieron un frente visible integrador, a pesar de que las agendas individuales de cada nación asfixiaron todo desideratum de colectivización económica.

Los insistentes llamados a la solidaridad poco han podido, en términos de motivar una reflexión peruana de corte andinista. Perú apenas tuvo el coraje del reconocimiento factual del magro beneficio que podría extraer de esta alianza vis à vis de otras formas de interrelación con los vecinos continentales. Y ello debe, en la hora actual, mas bien incitarnos a efectuar un gesto de análisis descarnado de la vigencia, de la utilidad y del sentido mismo de una comunidad andina dentro del conjunto de movimientos de asociación, de fusion, de intercambios , de alianzas y de promesas que vive todo un continente que no ha perdido nunca esa forma poco pragmática de escoger su propio rumbo.

Este ejercicio podría ser lapidario. Pero del reconocimiento de las limitaciones que históricamente nos hemos fraguado en nuestras inútiles pasiones integradoras, de la observación de las razones que nos insertaron en cada callejón sin salida, del desmenuzamiento de los hechos que a lo largo del tiempo desdibujaron el objetivo comunitario, debería venir la formulación de una estratégia apegada a realidades prácticas que nos ayude a nosotros como individualidad nacional, a conseguir el fin último de participar de la manera más eficiente en el proceso de globalización en el que cada pais latinoamericano, está tratando de hacerse un sitio.

Y lo primero que tendríamos que reconocer es que la tal comunidad andina nunca ha existido mas que en ánimo de las declaraciones escritas de mandatarios, de diplomáticos y de negociadores, imbuidos del más legítimo, pero a la vez del más romántico sentimiento bolivariano.

Lo que privó desde los inicios fue la contradicción evidente entre los objetivos del proyecto y la estrategia de integración adoptada por cada país. Ello condujo a que sus propósitos se fueran desdibujando en el tiempo a través de reformas espasmódicas que lo convirtieron en un animal muy diferente al gestado en el Acuerdo de Cartagena.

En los años del proteccionismo, como filosofía de desarrollo, los pocos avances de la comunidad andina no deben sorprender ya que apenas son la consecuencia lógica de un esquema aperturista abrazado a destiempo.

A raíz de la apertura económica y de la adopción de enfoques liberales, fué cuando se instauró una fisura en el modelo integrador que desde entonces le inoculó la fragilidad que terminaría con su existencia: la noción del regionalismo abierto.

Ya desde la creación de ALADI con su figura de Acuerdos de Alcance Parcial se abrió una primera espita al ánimo asociativo económico-comercial y a los sacrificios en la individualidad nacional que él reclama. Pero el verdadero punto de partida estuvo, en efecto, en el Acta de Barahona que liberó todo el comercio entre Colombia y Venezuela, diferenciándolo de los restantes miembros andinos, como un reconocimiento a que estos dos países estaban más dispuestos que sus socios a avanzar en los compromisos inherentes a una unión aduanera.

A partir de ese momento cambió radicalmente el espíritu gregario con la instauración de la posibilidad de asociarse individualmente con terceros, libertad que ha estado presente en el ánimo de todas las posteriores iniciativas integradoras del Continente. A raíz de ello también, fue cuando el proceso de perversión andina se acentuó, produciéndose en poco tiempo, la primera infidelidad a la causa andinista con la gestación del G3 por parte de dos de sus miembros.

Pocos meses despúes se unieron a la liberación comercial colombo-venezolana, Bolivia y Ecuador, pero la mística estaba ya rota y en la medida en que el comercio intrasubregional solo crecía por fuerza de la apertura entre Colombia y Venezuela, donde si se catapultó a niveles insospechados, la opción de la alianza con un país externo a la zona comenzó a ganar legitimidad.

Dentro de la gesta andina, la negociación para alcanzar un Arancel Externo Común, con sus traspiés, también ha sido materiazada al fin , aunque de manera algo imperfecta. Con estas fallas podemos convivir, por que en algo contribuye la unión aduanera a nivelar las distorsiones que se producen en el espacio comercial subregional. Pero su adopción para toda la comunidad andina no se convierte en una garantía de la solidez de la unión por que la posibilidad de que cada país pueda adelantar negociaciones con terceros a título individual, subsiste.

Poco puede , pues, exigírsele al Perú , si dentro de este esquema y al profundizar su reforma macroeconómica, ha madurado en la intención de adoptar un esquema comercial externo similar al de Chile, en el que conviven acuerdos comerciales bilaterales con un arancel nacional de corte ortodoxo. Ni nada puede culparse a Ecuador ni a Bolivia en sus coqueteos con los países del sur, de la misma manera que no hay culpas que imputar a la promoción del G3 con México .

La partida del Perú , en el fondo, ni le agrega ni nos resta vitalidad al resto de la comunidad andina porque de ella lo que realmente subsiste significativamente es la exponenciación de la interrelación entre Colombia y Venezuela, en la que la parte de la ecuación correspondiente a las inversiones mutuas y de terceros en el eje será en breve tan importante como la comercial. Y en la cual los éxitos atribuibles a la política comunitaria per se son relativos.

En la realidad, del modelo original del Pacto Andino viene hoy quedando bien poco, tanto en términos de filosofía como en términos de acciones y de hecho, lo que estamos es frente a un fenómeno global de aperturas comerciales concomitantes y de un esfuerzo poco eficiente de establecimiento una unión aduanera donde las excepciones son bastantes más numerosas que las reglas. Y como si ello fuera poco, ninguno de los mecanismos supranacionales susceptibles de distribuir equitativamente los beneficios de la integración, han sido ni siquiera pensados.

Asi pués, lloramos hoy un muerto que nunca estuvo vivo y si hoy constatamos que la mayor parte del comercio de los países andinos tiene lugar con el resto del mundo, es solo porque el sentido de supranacionalidad siempre estuvo enfrentado con las agendas individuales, a las que además se les dio la ocasión de entablar alianzas al margen del propósito central de consolidarnos como un bloque comercial de desarrollo conjunto. No es de extrañar, así pues, que cada uno de los compañeros de ruta- y hasta nosotros mismos- a ratos encontremos que el césped que crece en cualquiera de los campos adyacentes, lease Mercosur, G3, Caricom, ALCA , sea más atractivo, o que la concesión de facilidades bilaterales sea una mejor manera y más reproductiva forma de ordenar el comercio.

La profundización de la integración sugregional luce pues en estos momentos como una quimera y su consolidación ya no es un proyecto considerado proactivamente por ninguno de los socios. El efecto disociativo de Barahona ya generó su impacto perverso en el conjunto.

Queda sin embargo, planteado el dilema del eje integrador por excelencia, el de Venezuela y Colombia, cuando la tentación de esa suerte de regionalismo abierto que dió al traste con el esfuerzo andino, le aconseje, a espaldas de su vecino, alianzas en solitario.

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