La Administración del futuro. ¿Estamos listos los Venezolanos?
Para contestar la pregunta de si estamos listos los venezolanos o, mejor aún, si podemos prepararnos para administrar los retos del futuro, es importante fijar un punto de partida para tomarnos la fotografía de hoy. 1) ¿Cómo somos?. 2) Desde ese mismo punto de partida tomarle también una fotografía al país. ¿Cómo está?. 3) Definir después cuál es el país que queremos y desarrollar, a partir de ese punto de partida y cuáles son las acciones críticas a tomar por la sociedad para movernos desde donde estamos hacía donde queremos ir.
1 ¿Cómo somos?. En una vieja película, uno de los protagonistas confiesa: «Ayer me vi en el espejo y no me gustó lo que vi». Más y más si nos miráramos todos colectivamente de repente en un espejo, seguramente que nos gustaría menos y menos lo que allí veríamos reflejado. Tenemos demasiadas características negativas que hemos desarrollado sobre las cuales no podemos sentirnos satisfechos. De diferentes estudios, análisis y encuestas se pudiera hacer una lista que impresiona por su negatividad: Pérdida progresiva de los valores éticos importantes: trabajo, ahorro, respeto al derecho ajeno, honestidad. Esto es tan crítico que casi se puede generalizar en el sentido que nuestra sociedad -en su conjunto- ha racionalizado y aceptado un modo de vida que busca obtener el máximo beneficio con el mínimo esfuerzo. Que «sabe» que el ahorro no es la forma de enriquecerse. Que su conveniencia individual tiene preferencia sobre el interés colectivo y que ha desarrollado un nuevo código para definir a la honestidad: a) Sobornar no es deshonesto. (Todo el mundo lo hace y si no lo hago me coloco en desventaja). b) El único pecado de deshonestidad es robar personalmente. Si permites que otros lo hagan, aunque sea con bienes que no te pertenecen y cuya custodia te ha sido encomendada, «eso» está bien y a los ojos de todos seguirás siendo honesto. El uso personal de lo que no nos pertenece se explica porque la discrecionalidad se ha considerado justa ya que se le aplicó a lo que era de nuestra propiedad. El «pecado» hubiera sido ejercer la discrecionalidad en el manejo de la propiedad ajena. Pero no puede ser ajeno lo que se considera propio… y allí está el problema. No puede haber justicia distributiva en un Estado que se considera propietario absoluto de lo que es de todos. Por una razón muy sencilla: Distribuirá a su discreción y favorecerá a sus relaciones primarias sin sentirse culpable de apropiación indebida. Nuestra gran tragedia es que hemos construido un venezolano que piensa que tiene derecho a repartir lo que no es de él. No hay -pues- remordimiento, porque en su visión no hay abuso. Los bienes colectivos, entonces, son propiedad de aquellos que los administran. Así de simple.
Tenemos además otras características menos personales: Poco confianza en las instituciones. Conformismo. Fuerte dependencia. Optimismo irresponsable y bajos niveles de información. La combinación de lo anterior resulta en que nos apoyamos en mitos que refuerzan esta manera «cómoda» de ser y aceptamos, como cierta, toda la información que tienda a coincidir con nuestros prejuicios y nuestros estereotipos: Los ricos son ladrones. Venezuela es un país rico, los únicos culpables del desastre son los políticos. Pero el hecho de que por 38 años ganen las elecciones los mismos políticos, pone de manifiesto otra característica venezolana: La del doble discurso. Ejemplos también de contradicciones son: Los venezolanos aman a la democracia, pero Gómez y Pérez Jiménez son más populares que nunca y Chávez y Arias Cárdenas han sido aceptados de inmediato dentro del sistema que pretendían destruir. Necesitamos un Gobierno que haga cumplir las leyes, pero violamos a diario todo tipo de disposiciones legales, desde las señales de tránsito hasta la compra de sentencias mil millonarias en nuestros tribunales. Desde el punto de vista positivo, tenemos un pueblo que no es agresivo y que es capaz de realizar sacrificios personales sin protestas extremistas. Eso es a la vez una buena y mala característica. La excesiva pasividad condena al abuso desconsiderado de los poderosos. Y la excesiva beligerancia conduce, a veces, al saqueo, linchamientos y a acciones de violencia incontrolables. Y de lo uno y de lo otro algo hay. Tenemos grupos de ciudadanos que luchan por mejorar su condición y la del país. Una parte pequeña, pero importante, de nuestra juventud está bien educada para el trabajo, aunque el carácter elitesco de nuestra educación superior, por muy gratuita que sea la pública, tiende a seleccionar a los «educados» y «competentes» dentro de las clases sociales de mayores recursos económicos. Esto es peligroso para mantener la paz social en un país que se considera igualitario en las oportunidades que se le brindan a todos los ciudadanos (Otro mito que empieza a derrumbarse). Hay -por supuesto- como hemos asomado, focos de excelencia, tanto en lo individual como en lo colectivo y, lo más importante, una convicción casi general, consciente y subconsciente, de que seguir siendo como nos vimos hoy en el espejo, pudiera ser no sólo contraproducente sino peligroso.
El País. Estamos en crisis. Política, social y económica. El sistema político, tal como lo conocemos hoy, podría sobrevivir sin evolución, lo cual es malo. Podría además sobrevivir con los mismos actores, lo cual sería fatal. Y podría sobrevivir porque de alguna manera es ese el sistema que nos ha hecho lo que somos y, hasta que nuestra imagen en el espejo no nos produzca la indignación necesaria como para negarnos a seguir teniendo el mismo rostro, el sistema ingenuamente llamado democrático, persistirá. Porque nos da lo que en el fondo nos ha complacido siempre y porque todavía no hemos reunido las voluntades y las fuerzas necesarias para oponernos colectivamente al «más de lo mismo». Los políticos profesionales nos siguen enredando en una discusión preprogramada. Si criticamos al sistema es porque preferimos a la dictadura. Si nos oponemos a los partidos políticos, por la forma como se comportan, es debido a que queremos un sistema sin partidos políticos. Pero pocos de los protagonistas de hoy están dispuestos a sentarse y discutir temas como, por ejemplo: ¿Puede haber democracia sin justicia y sin un sistema legal maduro y honesto?. ¿Cómo se financian los partidos políticos y sus campañas electorales?. ¿Porqué hay fraude electoral hasta en las elecciones internas de los partidos y cómo puede haber democracia si el sistema no puede garantizar la pureza electoral?. O sea, que si yo me quejo de un sistema que es corrupto, no representativo, sin garantías legales, sin mecanismos electorales honestos, con partidos políticos sin democracia interna para seleccionar a su liderazgo y sin fuentes conocidas de financiamiento, ¿el antidemocráta soy yo?. Triste, pero así es. Y es así porque nos hemos dejado. Sugiero que no nos dejemos más.
La crisis social es más grave aún y se manifiesta por niveles de pobreza crítica jamás vistos en este país. Por el colapso de los servicios públicos. Por la ausencia de sistemas marginalmente eficientes de salud y educación. Por inseguridad personal. Nuestra mayor tragedia es que la vida no vale nada. Te matan en la calle. Te mueres mientras te ruletean de hospital en hospital, o simplemente te dejas morir por falta de una verdadera opción de vida. Eso sin contar los muertos del sistema. Los de las cárceles. Los asesinados por las fuerzas del «orden». Dentro de este rosario de tragedias y de formas de morirse, hemos desarrollado quizás la más penosa. La de la muerte en vida que produce la pérdida de oportunidades por falta de instrucción. La cadena perversa de excluidos del sistema que se reproduce de generación en generación. De incapacidad para insertarse productivamente en una sociedad cada vez más exigente. La tragedia potencial de convertirnos poco a poco en una sociedad que, aunque las oportunidades de crecimiento y trabajo se le presentaran en forma abundante, no podría incorporar al mercado de ese trabajo a una parte importante de sus ciudadanos. ¿Qué pasará el día que tengamos que importar mano de obra extranjera, mientras nuestros ciudadanos permanecen desempleados?. Por ahora, la tragedia del desempleo se ha tapado con la excusa de la crisis económica. Cuando la crisis desaparezca y siga el desempleo por incapacidad de los ciudadanos para desempeñar labores productivas, ¿cuál será -entonces- la nueva excusa?. De todas nuestras irresponsabilidades como sociedad, y son tantas que ya se hace difícil jerarquizarlas, ninguna tan trágica en sus consecuencias como la de condenar a una parte importante de la población a vivir en la miseria, no por falta de oportunidades sino por ausencia de instrucción para identificar y aprovechar esas oportunidades.
La economía. Para que llover sobre mojado. Vamos de fracaso en fracaso. De sacrificios inútiles a sacrificios inútiles. De incapacidad selectiva a una casi incapacidad total para administrar a este país. El Informe del Contralor. Las interpelaciones de la Comisión de Finanzas en la Cámara de Diputados. Las fallas visibles presupuestarias. Las promesas incumplibles. Las huelgas por venir. El fiasco, hasta ahora, de la Tripartita y las prestaciones sociales. Las recomendaciones, hechas a la fecha, sobre la creación de un nuevo marco de Seguridad Social: La última fantasía de nuestra enciclopedia de ciencia-ficción gubernamental. La inflación, de nuevo creciente. Los precios del petróleo, (el milagro recurrente que parece resistirse a repetirse este año). El déficit de caja en casi todos los ministerios, no ya para desarrollar planes agresivos y modernos, sino para cumplir con la muy pedestre labor de pagar salarios. Los conflictos entre los sectores productivos. El renacimiento del mito de Venezuela como eficiente país agrícola. La dificultad para privatizar las empresas de Guayana y, por último, la terquedad de mantener al petróleo como propiedad del Estado. Entiéndanme bien en esto que aclararé mejor después. No quiero privatizar la propiedad de los yacimientos petroleros. Lo que quiero es nacionalizarlos. Es decir, pasarle esa propiedad a todos los venezolanos.
Es hora de mirarnos en el espejo. Sin demasiado maquillaje. No es posible ser optimistas efectivos, si no entendemos como somos y las dificultades que tenemos que superar. Por años nos negamos a vernos como somos por temor a que se nos pegaran las etiquetas de pesimistas, profetas del desastre y enemigos del sistema. Se, que por lo dicho, corro el riesgo de que me las apliquen. Pero mientras que los defensores del lo indefensible siguen achicando un bote que ya hace agua por demasiados orificios, sugiero que algunos de nosotros, con optimismo responsable, nos aboquemos a definir al país que queremos y a decidir como lo vamos a lograr. El verdadero optimismo, está en no tenerle miedo al reto. Pero para conocer al reto hay que sacarlo al descubierto. Los que lo barren bajo la alfombra, es porque no saben que hacer con el problema y prefieren ignorarlo. Esos, son los verdaderos pesimistas. (Por actitud y por resultados).
El País que queremos y cómo lograrlo.
En lo político: Una verdadera democracia. Con tres poderes públicos independientes. Con un Poder Judicial incorrompible. Con reglas claras de juego. Con partidos políticos democráticos. Que se conozca tanto el origen como la honesta administración de sus fondos. Que su liderazgo sea electo por las masas de sus miembros. Que estén abiertos a todos los venezolanos que quieran inscribirse en éllos y que les permitan competir en lo interno por su liderazgo. Con un sistema electoral protegido por los mismos partidos políticos y los grupos de electores. En este sentido, propongo que la cúpulas partidistas, los candidatos, las organizaciones electorales, el Gobierno y los diferentes grupos organizados de la sociedad civil, hagan un llamado público y constante, desde hoy mismo hasta el día de las elecciones, a todos sus afiliados para que defiendan en las mesas electorales y fuera de ellas, no solamente sus votos sino todos los votos que legítimamente hayan obtenido las diferentes organizaciones políticas y sus candidatos. Yo quiero oír a A.D., Copei, MAS, la Causa R., Convergencia, independientes y al propio Presidente de la República, cambiar el discurso proselitista por uno de conciencia democrática en lo relacionado con la pureza del proceso electoral. Todos vamos a defender los votos de todos. Quiero oír eso. Quiero leer las instrucciones giradas por escrito, por los partidos políticos y grupos electorales a sus militantes en este sentido. Es más, los emplazo a que lo hagan y solicito el apoyo de todos los ciudadanos para lograrlo. Esto será un buen primer paso. Segundo paso. Hay que demostrarle a los partidos políticos tradicionales que ya no están solos en el proceso actual. Hay que crear nuevas agrupaciones y lanzar candidatos a los diferentes cargos públicos que se abrirán en diciembre de 1998. Y, lo más importante: seleccionar a un sólo candidato independiente, como aspirante a la Presidencia de la República. Acompañado con buenos candidatos para las otros posiciones a ser elegidas. Hasta ahora la mayoría de los ciudadanos hemos sido indiferentes, abúlicos, conformes y dispuestos a aceptar los abusos de los poderes públicos. Ya no es posible seguir protegiendo cada quien a su cada vez más disminuida parroquia. A fuerza de aislarnos para defender lo propio estamos a punto de perder lo individual y lo colectivo.
En lo social. Salud, educación y seguridad personal, son los aspectos críticos a atacar. Salud no es difícil resolverlo. Planes hay en abundancia. Otros países lo han hecho. Seguridad, cae también bajo lo posible. Son problemas de corto plazo. La educación es el problema mayor a resolver. Es un problema cuantitativo y cualitativo. Es un problema de niños y de adultos. De educandos y de educadores. De toda la sociedad. De ideologías. De valores. De prioridades. Es Estado en su sentido más perfecto. Educar requiere en su acepción más amplia de algo más que maestros y aulas. Requiere como nuevas metas, en la palabras de Jacques Debors de: «Aprender a conocer. Aprender a hacer. Aprender a vivir con los demás. Aprender a ser». !Que prioridades tan sencillas y tan complejas a la vez!. Nos llevan en su profundidad a recordar también a Montaiqne que decía que «más vale una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena» (Ambas citas las he tomado de Leonardo Carvajal, en reciente artículo). En cuanto a lo puramente instruccional, también se impone cierta selectividad de la enseñanza. Ciertas prioridades temáticas que no pretendan cubrir en forma demasiado elemental el amplio espectro del conocimiento. Así, un programa educativo, podría incluir geografía e historia, para saber donde vivimos y quienes somos. Castellano, para aprender a leer, a escribir y a expresar nuestras ideas y matemáticas para aprender a pensar y a aprender a aprender. En todo caso, bajo la moderna teoría educacional que se seleccione, el Estado tiene que responder por la existencia de un programa global. Quiénes lo ejecutarán es otra cosa y se necesitará de la colaboración y presencia activa de todos los estratos sociales e institucionales.
En lo económico, hay mucho por hacer. Miremos un sólo aspecto: Hay que derrumbar al Petro-Estado. Definido como: Un Estado monoproductor que se considera propietario de un recurso natural muy rentable (petróleo) que desarrolló a su vez a un Gobierno monopólico, por cuanto recibe y distribuye toda la riqueza generada por ese monoproducto. Que acostumbró a la ciudadanía a esperar del Estado las soluciones de todos sus problemas (paternalismo) sin desarrollar un modelo social orientado a la productividad ciudadana. El problema no es -pues- ni el petróleo, ni mucho menos que el petróleo produzca renta. El problema es que esa renta fue recibida toda por el Estado para su futura distribución. De haber podido recibir la ciudadanía parte de esa renta directamente, hubiera tenido la oportunidad de convertirla en riqueza. De aumentarla y de participar en la creación de riqueza adicional, mediante el efecto multiplicador del esfuerzo individual y colectivo.
El Petro-Estado ya descrito como nuestro Estado, no puede confundirse con la Nación. El Estado es la representación política, jurídica de la Nación. La Nación somos todos nosotros. El petróleo es propiedad del Estado o por lo menos así lo cree el Estado. El petróleo no es nuestro. Para que fuera nuestro tendría que ser de la Nación. O expresado en términos jurídico, el petróleo en Venezuela se considera del dominio público (Estado) y no del dominio común (de la comunidad). Es decir, de todos nosotros. Esta concepción del Estado propietario en nuestro caso, establece una relación muy particular entre el Estado, el petróleo y la sociedad. Obliga a que el Estado como propietario reciba todos los beneficios del petróleo: Regalías, impuesto sobre la renta, impuesto a las ventas internas, ganancias retenidas por la operación (PDVSA) y desde hace algún tiempo, dividendos sobre las ganancias operativas de PDVSA. Si el concepto fuese el del «domino común», la regalía no le podría ser pagada directamente al Estado, ya que este no sería el propietario. La regalía podría entonces dedicarse a crear fondos de propósitos definidos, tales como educación y salud. Esto le daría beneficios a todos los venezolanos, sin que hubiese que «descontar» previamente un peaje para el Estado. Debe ser obvio, para quien lo quiera ver, que nuestra relación Estado/Sociedad/Petróleo necesita una fuerte sacudida y una real reestructuración. Sin romper y volver a armar ese mueble de tres patas, (Estado/Sociedad/Petróleo) que es el Petro-Estado de hoy, no desmontaremos jamás esa estructura perniciosa que hoy nos gobierna. Mi recomendación es -pues- quitarle la propiedad de los yacimientos petroleros al Estado y transferírselo a la Nación. Entiéndase bien a la Nación. No al sector privado. Ni a las empresas extranjeras. Es decir, pasar del estatismo petrolero al «nacionalismo» petrolero. El problema sigue siendo que los «defensores» de nuestra soberanía, siempre han creído que para que algo, cualquier cosa, sea nacional, tiene que ser propiedad del Estado. Pues no es así. Hay muchísimos bienes de la Nación y de sus ciudadanos que son muy nacionales y que no son del Estado. Es más, así debería ser con todas las riquezas naturales. Son bienes públicos. Entendiéndose como público lo que es de todos. Por eso, la verdadera diferencia en cuanto a la naturaleza de la propiedad no está entre lo público y lo privado. Está entre lo que es del Estado y lo que es público (de todos). Por eso el petróleo tiene que ser un bien público, más no uno del Estado. Y eso es lo que propongo.
Otras proposiciones:
Como hemos visto, los problemas son muy complejos y abundantes y eso hace que se cree una percepción general de impotencia colectiva y no se haga nada, ni se cambie nada. Por lo tanto, valdría la pena considerar (como una forma de arrancar) tomar un caso de cada una de los principales problemas sectoriales que afectan al país y atacarlo hasta sus últimas consecuencias. Algunos ejemplos: (en forma taquigráfica)
- Corrupción Oficial: El caso de los 9 millones de dólares (Ministerio de Hacienda).
- Demoras legislativas: Las Prestaciones Sociales.
- Privatización: SIDOR.
- Reforma Judicial: Modernización código penal.
- Salud: Experiencias autogestionarias (multiplicar)
- Educación: Evaluación y unificación de proyectos innovadores existentes.
- Reforma Electoral: Cayapa institucional contra el fraude.
- Reestructuración del Sector Público: Administrativo/organizacional, caso piloto: Ministerio de la Secretaría de la Presidencia. (modernización de los sistemas de información y de apoyo al Presidente).
- Presupuesto: Sinceración presupuestaria.(Acabar con la mentira recurrente).
- Finanzas: Desarrollo intensivo del mercado de capitales (Utilizar un porcentaje de todas las empresas públicas a privatizarse y de los proyectos petroleros para constituir una base de oferta al público. Creación de un fondo mutual con un porcentaje de acciones de las empresas del Estado a privatizarse, que emitiera certificados de participación gratuitos e intransferibles a todos los venezolanos mayores de edad.
- La amenaza del narcotráfico y de la droga. Control estricto sobre las transacciones en efectivo.
- Rol y estructura del sector sindical. Normas para la selección del liderazgo.(Votación por la base directa y secreta).
- Sector Militar: Ministro de la Defensa Civil.
- Servicio exterior: Rol promotor del comercio e inversiones.
- La integración Hemisférica. Las relaciones comerciales del sector privado con Colombia y Brasil como prioridad.
- Las relaciones extra-hemisféricas. Explorar.
Hay muchas definiciones que le podríamos dar al país que queremos. Pero cualesquiera que estas sean, si va a ser moderno y competitivo, tiene que lograrse por el esfuerzo de todos. Esfuerzo que se oriente a cambiar las estructuras políticas que hoy nos desgobiernan. Gústenos o no, el entorno político/social influye sobre nuestros esfuerzos productivos en forma determinante. Es muy difícil, pero muy difícil, ser eficiente dentro de un entorno ineficiente y corrupto. Pero allí no termina todo. Tenemos que ser más creativos, puesto que empieza a derrumbarse el mito de que Venezuela es un país con recursos abundantes que pueden mantener a todos los venezolanos sin trabajar. El haber perpetuado este mito más allá de su verdadera vigencia, nos ha conducido a donde estamos.
Los invito a todos a que seamos más productivos, uniéndonos para cambiar y mejorar no sólo nuestras propias limitaciones y recursos, sino también luchar por mejorar aquellos esfuerzos fuera de las estructuras propias, que influyen negativamente en nuestros resultados. Para éllo, hay que salirse de la parroquia, aunque sea para regresar después a ella… mejorados y más eficientes.