El sida y los agujeros en la capa de ozono
Todo lo que está vivo en la naturaleza tiene múltiples utilidades. Desde bacterias a ballenas, desde arbustos a secuoyas, todo tiene su función en el mundo. La necesidad de ser útil en el conjunto de la naturaleza es condición indispensable para que una especie pueda continuar siendo parte de ella.
En tanto una determinada especie siga su curso natural de desarrollo, perfeccionando continuamente la contribución que le da a la naturaleza como un todo, tiene asegurada su permanencia en el mundo, protegida por la propia naturaleza.
Con todo, si por cualquier motivo ella se aparta de ese camino natural, volviéndose nociva en lugar de útil, será simplemente eliminada, por efecto de leyes también naturales. Una especie mutante perniciosa es automáticamente excluida, para resguardo y protección de las especies restantes. Un proceso automático de autoconservación global.
En la Tierra existe una especie que después de centenas de miles de años probó ser incapaz de adaptarse a las leyes naturales vigentes. El Homo sapiens prefirió seguir otras leyes, creadas por él mismo, en el intento de dominar a la naturaleza y reinar irrefutablemente para siempre sobre ella.
Para alcanzar esos objetivos contaminó el aire, ensució ríos y mares, envenenó el suelo, maltrató y mató a otros seres que, como él, tenían el mismo derecho de vivir y desarrollarse en el planeta. Creó para sí un hábitat artificial, donde comenzaron a regir otras leyes, desconocidas para la naturaleza hasta ese momento: el egoísmo, la inmoralidad, las perversiones, la codicia, la envidia, el odio…
El tan celebrado progreso, que la mayor parte de la humanidad contrapone orgullosamente a esas críticas, no hizo de ella una pieza útil en el engranaje de la naturaleza. Un único ser humano que respeta y ama a la naturaleza, que procura conservar puros sus pensamientos y su voluntad, es mucho más útil en la creación que toda una legión de científicos y sus teorías materialistas. Una única acción eficaz en defensa de la naturaleza maravillosa tiene mucho más valor que una docena de expediciones motorizadas a Marte.
La mayor parte de la humanidad prefirió tomar un camino antinatural durante el período concedido para su desarrollo. Ella se desarrolló, pero en una dirección contraria a la preconizada por aquellas leyes naturales y, así, terminó por firmar su propia sentencia de muerte. Y la firmó conscientemente, con una sonrisa de superioridad, desafiando abiertamente a la madre naturaleza, despreciando todas las ayudas venidas de arriba, burlando las innumerables advertencias y exhortaciones dirigidas a ella, para que retomase a tiempo el camino natural livianamente abandonado.
Finalmente llegamos ahora al punto en que la sentencia está siendo ejecutada. Aparentemente de modo lento, al propio ritmo de la naturaleza, por lo tanto inexorable. Desde el punto de vista de la naturaleza la humanidad moderna no es más que un parásito, que proliferó desmesuradamente en el organismo, hasta entonces sano, de la creación, diseminando focos de enfermedad por todos lados. Por eso, la mayor parte de ella precisa eliminarse. Un miembro gangrenado es siempre necesario extirpar, para evitar que todo el cuerpo perezca en forma conjunta.
El ser humano es, de hecho, solamente un miembro, por demás pequeño, en el conjunto de la naturaleza. Es una criatura como cualquier otra, sólo con la marcada diferencia de ser la única que trabaja incansablemente desde hace siglos para su propia y completa destrucción. Por ser una criatura, está sujeto incondicionalmente a las leyes naturales, que nunca permiten que algo insano permanezca corrompiendo en forma continua a la naturaleza.
Hace ya algún tiempo que sobre la Tierra está en curso este proceso natural de limpieza. Una da las formas como eso ocurre son los propios reveses de la naturaleza, a través de las catástrofes naturales, que crecen continuamente en todo el mundo tanto en cantidad como en intensidad.
Una segunda forma es el aumento en número y virulencia de agentes patógenos en todo el mundo. Molestias antiguas resurgen con una ferocidad jamás vista, en tanto que nuevas enfermedades, cada vez más terribles, aparecen todos los años. En los últimos 25 años surgieron 32 nuevos virus fatales en varios puntos del globo…
Una tercera forma, también efecto automático de leyes naturales, consiste en retirar la protección que el parásito disponía contra sus enemigos naturales. En el ámbito global esta protección está dada por la capa de ozono, que protege al planeta contra la potencialmente mortal radiación ultravioleta del Sol. En un campo más restringido, la protección consiste en el propio sistema de defensa del organismo humano.
El SIDA y los agujeros en la capa de ozono sobre la Antártida y el Ártico son efectos en escalas diferentes de un mismo proceso natural de depuración. En ambas situaciones el ser humano ve desvanecerse paulatinamente las defensas que poseía contra sus enemigos naturales. En un caso la radiación, en el otro, las enfermedades oportunistas.
Los intentos llevados a cabo para solucionar esos problemas hasta el momento no han tenido éxito, porque la causa verdadera permaneció intacta. De nada sirven los tratados para la reducción de la producción de CFC (también porque jamás son cumplidos) ni cócteles terapéuticos, en tanto que el modo de vida de los seres humanos esté en oposición a lo establecido por la naturaleza para sus criaturas.
La parte de la humanidad que aún permanece a la expectativa ante esos hechos tendrá que aprender, de la manera más dolorosa, que no se puede contraponer a determinadas leyes naturales sin sufrir graves daños. Mientras más pronto llegue ese reconocimiento, tanto mejor será para ella.
*Roberto C. P. Júnior es Master en Ingeniería y autor del libro on-line (en portugués) «Vivimos los Últimos Años del Juicio Final» ( http://www.msantunes.com.br/juizo/ )