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El Primer año de la «Agenda Venezuela»

Al cumplirse un año de la aplicación de la Agenda Venezuela, no fueron escasos los esfuerzos realizados desde diferentes sectores de la sociedad civil, especializados o no en la materia, para tratar de entender los resultados de la aplicación de la misma, y las perspectivas en la orientación de la política económica del gobierno que se derivan de ellos. Sin embargo, tanto la posición del Ejecutivo Nacional al calificar de exitosas las medidas ejecutadas en el lapso de un año, así como el desacuerdo y las diferencias de criterios entre analistas económicos, causaron cierta confusión en la opinión pública nacional, al no encontrar explicaciones razonables que dieran cuenta de la brecha existente entre los logros anunciados por el sector oficial y las evidentes muestras de una decadencia económica y un empobrecimiento cada vez mas acelerado de la población y de sus condiciones generales de vida.

En este sentido, sin pretender agotar el tema, se presenta a continuación un intento por analizar la aplicación de la Agenda Venezuela, en un contexto de crisis estructural de la economía venezolana.

La visión del gobierno

Para los principales ministros del gabinete económico, el balance del primer año de aplicación de la Agenda Venezuela arroja un saldo positivo. Según esta apreciación, los logros obtenidos en 1996 y hasta el momento son:

  • Superávit fiscal del 0,6% del PIB.
  • Reducción de la tasa de inflación
  • Aumento de las reservas internacionales.· Estabilidad en el tipo de cambio.
  • Disminución del «stock» de la deuda externa.
  • Inicio del cambio de régimen de las prestaciones sociales.
  • Mayor eficacia en la aplicación de los programas sociales (subsidios al transporte público y familiar y el programa alimentario), pues se han ejecutado entre un 80% y un 90%.

Adicionalmente, han indicado que en el primer trimestre de 1997, el PIB no petrolero ha crecido en 1%, cifra que, de acuerdo al ministro de Hacienda, se ha logrado por el crecimiento en la producción de cemento y por la mayor demanda de electricidad y automóviles. Así mismo, han estimado para el 2° semestre del presente año, un crecimiento del PIB no petrolero 2%, para un total de 3,5% al finalizar 1997. Este crecimiento del PIB no petrolero estará focalizado en Construcción, Alimentos y Textiles, sectores que son grandes generadores de empleo.

También se argumentó como síntoma de mejoría para el presente año, el crecimiento de los créditos industriales otorgados por FONCREI Fondo de Crédito Industrial) del orden del 150%.

De acuerdo a las estimaciones gubernamentales, la recuperación que se inicia en el presente año vendrá determinada por el crecimiento del consumo y no por el crecimiento del gasto público, el cual se producirá como resultado de la reforma laboral y el incremento de los salarios, pensiones y prestaciones. Para que este aumento de la demanda de consumo no sea inflacionario, se dará una apertura selectiva de importaciones para que sirvan de precios de referencia para el consumidor, por un lado, y por el otro, se reforzará con información al consumidor y el mantenimiento de una estabilidad relativa del tipo de cambio, moviéndolo dentro de las bandas establecidas de manera que ni se sobrevalúe y se subvalúe el bolívar.

Por otra parte, consideraron como materias pendientes (logros no alcanzados) los siguientes aspectos:

  • No haber logrado tasas de interés reales positivas.
  • Lentitud en la generación de empleo.
  • Demora en la privatización de la Corporación Venezolana de Guayana.

Según el ministro de Hacienda, con el crecimiento del 1,6% del índice de precios en el mes de marzo de 1997 «se tocó piso», en el sentido de que no cree que pueda disminuirse mas en este año y que, además, «quizás» pueda mantenerse.

El Ejecutivo Nacional estima, que los retos que tiene para el presente año son: superar los relativos desajustes fiscales que puedan producir los aumentos de salarios y la reforma laboral; completar la reforma del Sistema de Seguridad Social; y, la reforma del Sistema Judicial.

Apreciaciones no gubernamentales

Existe una mezcla de opiniones favorables y negativas respecto a los resultados de la Agenda Venezuela, muchas de las cuales son contradictorias entre sí, en el sentido de que un determinado aspecto es positivo para unos y negativo para otros. Sin embargo, muchos de los que están emitiendo opiniones y son en gran medida considerados «formadores de opinión», en realidad no tienen claridad respecto a los problemas económicos fundamentales del país, del peso específico del contenido de la Agenda Venezuela en relación a éstos, ni de las verdaderas causas de los relativos éxitos logrados por ella en su primer año de aplicación.

No obstante, otros analistas, entre los cuales destacan algunos extranjeros como «The Economist», han formulado las observaciones mas objetivas y serias al hacer este balance. En tal sentido, se puede señalar lo siguiente:

  • El alivio relativo del impacto del ajuste sobre los sectores mas pobres de la sociedad, se pudo lograr sin que afectara las metas acordadas con el Fondo Monetario Internacional, gracias al aumento de los precios del petróleo.
  • No todo el éxito en las cuentas fiscales se debe al petróleo: una parte importante de la reducción del déficit y del superávit fiscal, se debió al incremento en el IVMCS del 12,5% al 16,5%.
  • Existen dificultades en el manejo efectivo de la política monetaria, derivadas de la fortaleza que el incremento de las reservas internacionales le ha dado al bolívar, como consecuencia de los precios del petróleo y la afluencia de capitales financieros, todo lo cual ha incidido en el aumento de la liquidez, dificultándole al BCV el control monetario.
  • Fallas en los recortes del gasto público junto con las dificultades para controlar la liquidez, han hecho que el gobierno base sus expectativas para atenuar la inflación, en la fortaleza del bolívar.
  • A pesar del anuncio que hizo el BCV de efectuar una devaluación promedio del 1,32% mensual (un «crawlig peg» entre bandas), el bolívar ha permanecido estable.
  • El costo de esta política, es y será la contracción del sector productivo no petrolero y no vinculado al petróleo.
  • Estiman que para finales de 1997, el tipo de cambio estará en el orden de los 521 Bs/$ y la inflación no será menor del 40% para este año.

Respecto a los pronósticos, estos analistas señalaron lo siguiente:

  • Para el corto plazo, habrá una reactivación vinculada a la apertura petrolera y a las inversiones en este sector (especialmente la construcción), y a la progresiva recuperación del sistema bancario, gracias a la contribución que en él está haciendo la inversión extranjera, lo cual estimulará los créditos, abriendo posibilidades para un incremento del empleo y del consumo privado.
  • No obstante, y a pesar del 1,6% de inflación en marzo, estiman que ésta no bajará del 40% para 1997.
  • Para el mediano y largo plazo, no visualizan perspectivas estables. Coinciden en que a esos plazos sólo se aprecia incertidumbre.

¿Cuál es la real situación?

Lo mas acertado de la «Agenda Venezuela» es su nombre o título, pues constituye una relación de temas que hay que hacer, o tratar en una reunión como las que hay que tener con el FMI, según sea el caso y, en efecto, eso es una agenda. Mas no es ni un plan ni un programa y, en tal sentido, así debe ser evaluada.

Dentro de la Agenda Venezuela, las cosas mas importantes (e inevitables) que había que hacer, se hicieron y, por tanto, hay que reconocer su éxito. Ellas son: eliminar los controles de cambio; eliminación incompleta de los controles de precios; reiniciar el proceso de privatización; iniciar la reforma del Sistema de Seguridad Social; e iniciar la reforma del Sistema de Prestaciones Sociales.

Los demás elementos que el gobierno esgrime como éxitos, tales como: superávit fiscal del 0,6% del PIB, reducción de la tasa de inflación, aumento de las reservas internacionales, estabilidad en el tipo de cambio, y, disminución del «stock» de la deuda externa, no hay duda que no se hubiesen logrado en esas magnitudes, si no hubiese habido el «boom» de los precios del petróleo en 1996.

El inicio del cambio en el régimen de las prestaciones sociales y en el Sistema de Seguridad Social, efectivamente no tiene nada que ver con los precios del petróleo y constituye, tal vez, el mayor mérito de la gestión de este gobierno en materia económica y social, a pesar de que las reformas legislativas requeridas se están considerando.

Respecto a la reactivación económica en 1997, es bastante probable que sea efectiva, pero sabemos que está estrechamente ligada al plan de inversiones de PDVSA (que comentaremos mas adelante) basado en la apertura petrolera, cuyo efecto colateral inevitablemente requiere de una actividad focalizada en la construcción, y en ciertos sectores metalmecánicos y de servicios, lo cual es positivo, pero en modo alguno constituye una verdadera recuperación económica de mediano y largo plazo.

De no contar con un plan coherente y global ¾que hasta ahora no existe ni la Agenda Venezuela lo contiene¾, que estimule e impulse la productividad y la competitividad de un conjunto de sectores susceptibles de desarrollar cadenas de competitividad, las perspectivas de mediano y largo plazo son de gran incertidumbre, tal como lo aprecian algunos de los analistas nacionales e internacionales.

Los resultados reales de la Agenda Venezuela

Cuando se iniciaron los ajustes en abril de 1996, el sector público se encontraba en una situación financiera mas deteriorada que la del sector privado. Se efectuó una devaluación del orden del 180%, para estabilizar el tipo de cambio alrededor de Bs. 470 por dólar. En ese mes la inflación mensual alcanzó el máximo de 12,6%, para descender en su intensidad hasta niveles mensuales que oscilaron entre 3% y el 4%, para cerrar con 103% anual en 1996.

En la primera fase del ajuste, la devaluación implicaba la posibilidad de una mejoría para las exportaciones no petroleras, la cual podría incidir en un equilibrio del sector externo de la economía. Pero, dado que una parte importante de los ingresos fiscales son en dólares ¾que en Venezuela los recibe el Estado en su inmensa mayoría¾, la devaluación provocó una redistribución de los recursos entre el sector privado y el público, fortaleciendo al segundo, en detrimento del primero.

Los ingresos públicos en divisas implican que las devaluaciones automáticamente se convierten en mecanismo de ajuste fiscal. Esto determinó que el ahorro público haya sido efecto de dichas devaluaciones y de los mayores precios del petróleo, y no el resultado de un programa de reformas estructurales del sector público. Mas de la mitad del ajuste fiscal, por el lado de los ingresos, proviene de la devaluación del tipo de cambio. Como a su vez la devaluación provocó una fuerte contracción en el gasto privado, exacerbando la restricción tanto al consumo como al ahorro y a la inversión, el resultado neto del ajuste fiscal significó una transferencia de recursos del sector privado al sector público, traduciéndose en un costo social mayor que el que se hubiese producido por un ajuste fiscal no rentista.

Ante la expansión de las reservas internacionales como consecuencia del «boom» petrolero de 1996, el Banco Central ha mantenido el tipo de cambio estabilizado en torno a Bs. 475 por dólar y ha hecho descender las tasas de interés a un nivel en el cual, al tiempo que son superiores a las de los mercados internacionales, internamente son reales negativas, con lo que se ha producido una afluencia de capitales financieros especulativos, aumentando aún mas las reservas internacionales, por una parte, y disminuyendo el ahorro interno, por la otra.

Entre los principales acuerdos con el FMI está la reducción del déficit fiscal del 8,3% del PIB correspondiente al primer trimestre de 1995, al 1,7% del PIB para finales de 1996. Gracias al aumento de los precios del petróleo y el consiguiente aumento de ingresos en divisas, buena parte de las cuales se trasforman en ingresos fiscales adicionales, la reducción del déficit fiscal, para finales de 1996, superó la meta del 1,7% del PIB, para llegar a casi cero (0,19%).

Todos estos factores están incidiendo en la creación de una imagen de gran bonanza económica, que no se corresponde con las cifras reales del Banco Central de Venezuela contenidas en el «Mensaje de Fin de Año» de su Presidente.

El efecto inmediato del ajuste ha sido la contracción de la demanda agregada interna como consecuencia de la caída del poder adquisitivo, manifestándose en menores niveles de consumo e importaciones. Las cifras presentadas por el Banco Central muestran un descenso de la demanda agregada total de -1,6% e interna aún mayor: -5%. Pero lo mas significativo es la caída del consumo tanto privado como público, junto con un fuerte descenso de las importaciones. Ambos efectos indican el grado de deterioro del consumo interno en 1996, lo cual ha sido el factor que incidió en que la inflación no haya sido aún mayor de 103% en ese año.

Las cifras del Banco Central también revelan una caída permanente de la inversión bruta fija privada: -23,3% en 1994; -21,8% en 1995; y, –32,8% en 1996. Es en en este último año cuando se produce la mayor caída de la inversión real (vale decir, la productiva), aún habiéndose producido descensos en los años anteriores mayores al 20% y habiendo afluido capitales foráneos, dada la estabilidad del tipo de cambio y el nivel de las tasas de interés, como se señaló anteriormente. Estas cifras indican que los capitales que han venido al país no han sido para inversiones reales, sino que corresponden a inversiones financieras especulativas («golondrinas») . Así mismo, ponen de manifiesto el fuerte deterioro del aparato productivo nacional, confirmado por el descenso del producto interno bruto de la economía no petrolera y, muy especialmente, en lo correspondiente al sector de bienes transables.

Estos hechos contrastan con la inversión bruta fija del sector público que muestra un crecimiento a partir de 1995, el cual se debe a las inversiones de PDVSA, al igual que el crecimiento del PIB petrolero, que se debe al «boom» ya mencionado, pero en modo alguno a la reactivación real de la producción nacional no petrolera.

Es interesante observar cómo en 1995, con plena vigencia del control de cambios, las importaciones aumentaron en 21,1% respecto a 1994, año en que habían descendido en -18,5%. Estas cifras indican lo inútil del control de cambios para evitar la fuga de divisas, inutilidad reafirmada por las cifras absolutas: para 1994 las reservas internacionales brutas fueron de 11.507 millones de US dólares, monto que descendió en 1995 (con control de cambios) a 9.723 millones de US dólares, mientras que para 1996 ascienden a 15.133 millones de dólares, resultado no sólo del «boom», sino también de la caída de las importaciones.

En una economía normal, el superávit del sector externo (expresado en el aumento de las reservas internacionales) debe equilibrarse con un crecimiento del PIB y superávit fiscal, pero en Venezuela el PIB no ha crecido, sino que, por el contrario, ha descendido. Esto implica que hay unas reservas internacionales reprimidas que pueden ser utilizadas para gasto fiscal. Si esto ocurriese, con un PIB sin crecimiento, el resultado inevitable del superávit del sector externo y del crecimiento del gasto público es de mayor presión inflacionaria (real o subyacente).

A nivel de la esfera monetaria se presenta una gran complicación en estos momentos. El Banco Central, procurando cumplir con las metas de la Agenda Venezuela, ha intentado mantener un tipo de cambio programado dentro de su esquema de bandas, con un eje central que contempla una devaluación que se movería entre Bs. 472 y Bs. 566 por dólar para 1997, con variaciones por encima o por debajo de dicho eje de un 15%, de acuerdo a la demanda u oferta de divisas en el mercado cambiario. Simultáneamente, ha hecho disminuir la tasa de interés activas al 17,91% y las pasivas al 11,71%, mediante las operaciones de mercado abierto con los TEM’s a un rendimiento promedio ponderado del 22,93%.

Estas medidas están induciendo a mayores colocaciones financieras en dólares, con lo cual el tipo de cambio a futuro tenderá a estar por debajo del eje central, hacia el extremo inferior de la banda (aproximadamente 480 Bs./$, pudiendo incluso, estar por debajo del extremo inferior de la banda), situación en la cual el rendimiento, aún tomando en cuenta esa relativa devaluación, seguiría siendo interesante: aproximadamente 20 o 21%, que, comparado con rendimientos en dólares en el mercado financiero internacional, es muy atractivo. Esta posibilidad se refuerza si se toma en cuenta que se espera una inyección adicional del orden de los $ 3.500 millones por la vía de las inversiones petroleras (Bs. 1,652 billones al tipo de cambio de Bs. 472/$).

Es evidente que estas inyecciones de divisas tendrán un efecto en el aumento de la base monetaria, obligando al BCV a aumentar sus operaciones de mercado abierto para drenar liquidez, incrementando así sus costos y sus pérdidas patrimoniales, situación que pondría a esta institución en condición muy difícil.

Pero si, por el contrario, hubiese una devaluación (presionada por la inflación) lo suficientemente fuerte como para acercar la paridad cambiaria al límite superior de la banda (aproximadamente Bs. 558/$), el Banco Central se vería obligado a elevar las tasas de interés, aumentando el rendimiento de los TEM’s, para evitar una fuga masiva de capitales. Por tanto, también subirían los costos de sus operaciones en TEM’s, llevando al Banco Central igualmente a una situación difícil, desde el punto de vista de sus pérdidas patrimoniales.

Esta situación configura una suerte de «trampa» monetaria, ante la cual el Banco Central, por lo menos hasta ahora, no ha encontrado una salida. Pero la situación aún es mas grave de lo que se aprecia a simple vista, porque todos los esfuerzos que el Banco Central pueda hacer para mantener la liquidez a niveles adecuados para evitar mayores presiones inflacionarias por el efecto monetario, son contrarrestados por el programa de inversiones petroleras y la incoherencia de las medidas fiscales.

En realidad lo que está ocurriendo, es que la economía nacional no petrolera, incluida la esfera monetaria, está dependiendo de las acciones de PDVSA, sometiendo tanto a la política fiscal como a la monetaria, a sus decisiones como industria, sin que sus planes hasta el momento se hayan insertado en un plan de desarrollo económico integral en el marco de la globalización y la competitividad, que evidentemente no lo constituye la Agenda Venezuela. Las políticas petrolera y fiscal revelan la clave de la inadecuada utilización del petróleo en nuestro país.

En efecto, como los ingresos petroleros provienen de riqueza económica generada en el resto del mundo y no en la economía nacional , las divisas que el Banco Central monetice por el efecto fiscal petrolero, aumentan la base monetaria y, aunque no se la pueda calificar en sentido estricto de dinero inorgánico, actúa como tal, pues al aportar el mayor porcentaje del ingreso fiscal, es fuente permanente de presión inflacionaria efectiva o subyacente.

La generación de divisas por exportación petrolera, en su vinculación con la política fiscal y las variables monetarias y cambiarias, produce un resultado contradictorio. En la medida que las reservas internacionales crecen porque aumentan los valores de exportación del petróleo, se forma la errónea idea de que el bolívar se fortalece , cuando en realidad, al apreciarse el bolívar por esa causa, la economía nacional pierde productividad, se hace menos competitiva y se estimula la valoración de los bienes no transables y las importaciones, en detrimento de la producción de los transables, deteriorándose la oferta agregada interna, mientras la demanda agregada aumenta por el efecto de las divisas petroleras fiscales monetizadas, conduciendo inevitablemente a mayor presión inflacionaria.

Al ocurrir esto, el 80% de la actividad económica ¾la no petrolera¾ pierde productividad y, por tanto, el signo monetario nacional sufre una depreciación real, manifestándose la contradicción de un bolívar revaluado «porque las reservas internacionales aumentan» ante un bolívar devaluado «porque la productividad nacional cae«, lo cual conduce a una crisis inevitable que aflora, bien porque se hace insostenible abastecer la economía nacional con importaciones (déficit en la Cuenta Corriente de la Balanza de Pagos), bien porque ocurre una disminución en los precios o en la demanda real del crudo a nivel internacional. En ese momento lo real se impone al desaparecer la distorsión monetaria, dando paso a los determinantes reales del alza de los precios ¾la baja productividad¾ y se hace inevitable una presión inflacionaria fuerte y la consiguiente devaluación. Caen las reservas internacionales, el aparato productivo interno está aún más debilitado y se abren las compuertas del desempleo, caída de la producción, devaluación violenta para cerrar la brecha de la falsa apreciación habida cuando crecieron las reservas internacionales, inflación incontrolada, déficit fiscal inmanejable, imposibilidad del Estado de honrar sus deudas y todas las secuelas sociales de tal tipo de proceso.

Este fenómeno, nada nuevo en Venezuela, se está repitiendo en el momento actual en el que se aplica la «Agenda Venezuela«, la cual no contempla este problema ni su solución. Si no se modifican radicalmente las políticas económicas y el paradigma que sustenta su diseño, se repetirán los hechos, pero con mayor intensidad.

La Agenda Venezuela y la apertura petrolera

Entre 1959 y 1973, las divisas generadas por el petróleo fueron utilizadas como palanca para el desarrollo económico diversificado, bajo la concepción de sustitución de importaciones y crecimiento hacia adentro. Desde 1974 en adelante, el petróleo, como palanca del desarrollo sustentable, fue sustituido de hecho por una concepción rentista de la economía. Esta situación aún perdura a pesar de haber cambios en la realidad económica mundial, y de que las actuales políticas económicas sean presentadas como base para insertar al país en el proceso de globalización. El paradigma rentista aún persiste y, de mantenerlo, Venezuela no sólo no logrará la necesaria inserción exitosa de su economía en la realidad de la globalización, sino que corre el grave riesgo de profundizar la crisis actual.

Antes de la década de los setenta se utilizó la generación de gran cantidad de divisas por la exportación del petróleo, para el desarrollo económico nacional. Se utilizó esa palanca financiera para poner en marcha la producción nacional no petrolera.

Bajo esa concepción desde 1959-60 hasta 1974-75, se logró en Venezuela el mayor crecimiento de América Latina, con inflación máxima de 3% al año y la elevación de la calidad de vida del venezolano. Se logró el mayor grado de industrialización del país, el crecimiento de los servicios, se estableció la mayor red latinoamericana de infraestructura vial y productiva e, incluso, se dió el mayor crecimiento del sector agropecuario. Efectivamente constituyó una estrategia de desarrollo nacional.

Sin embargo, después de la crisis energética mundial, que coincidió precisamente con el «boom» petrolero de los años setenta, la OPEP siguió una estrategia equivocada basada en el alza oligopólica de los precios, que le hizo perder importantes segmentos del mercado petrolero.

Este hecho tuvo dos consecuencias negativas: a) por un lado, la avalancha de petrodólares trastornó todos los esquemas de desarrollo equilibrado de la economía nacional, gracias a lo cual, se postró en una fuerte depresión de su productividad y en el deterioro social de carácter ético y moral; y b) los productores OPEP perdieron una importante participación en el mercado petrolero mundial (de participar con algo mas del 60% de ese mercado, cayeron a nivel del 40% del mismo).

Simultáneamente, el proceso de globalización de la economía, iniciado al final de los años 50, marcó un cambio radical en la concepción y práctica industrial a nivel mundial, determinando una clara y efectiva tendencia a procesos industrializadores altamente ahorradores de energía y de mano de obra y altamente utilizadores de talento, factores que incidieron en la década de los años 80 en una disminución importante en la tasas de crecimiento de la demanda energética en general y, especialmente, en los energéticos contaminantes como el petróleo. Esta concurrencia de hechos, no sólo derrumbó los precios del crudo, sino que hizo ver a la OPEP lo errado de aquella estrategia determinando, para la presente década, un cambio de la misma hacia la competencia por volumen y no por precios, para recuperar mercados.

Los países consumidores de petróleo por un lado impulsaron innovaciones tecnológicas altamente ahorradoras de energía, incidiendo en una atenuación sostenida del crecimiento de la demanda energética en general y, especialmente de los energéticos contaminantes como el petróleo y, por el otro, estimularon un crecimiento de la oferta a tasas superiores que el crecimiento de la demanda, teniendo como resultado efectivo un descenso de los precios reales del petróleo.

Sin embargo, el panorama mundial del petróleo ha cambiado. Por un lado, los Estados Unidos, después de mas de un siglo de explotación intensiva de sus yacimientos, ha visto declinar su producción, lo cual abre espacios comerciales para el mercado de nuestro petróleo. Por otro lado, los conflictos de los países de la ex-Unión Soviética vienen determinando una importante merma en su efectiva capacidad de producción de crudo.

Así mismo, convergen en favor del crecimiento de la demanda de nuestro petróleo dos hechos importantes: el primero, es que las economías desarrolladas presentan tendencias de crecimiento estable y sostenido, lo cual implica mayor demanda de energía en general y especialmente petróleo. En segundo lugar, porque existen enormes regiones del mundo que están iniciando procesos de desarrollo que favorecerán en el mediano y largo plazo el crecimiento de la demanda.

Ante este nuevo cuadro del mercado petrolero mundial, Venezuela presenta una posición estratégicamente privilegiada, dadas sus enormes reservas probadas y su situación geográfica favorable para el abastecimiento de mercados claves en la economía mundial.

PDVSA, desde su punto de vista como industria petrolera, ante el actual cuadro de realidades nacionales y mundiales, según las cuales tenemos suficientes reservas de petróleo -de acuerdo a los técnicos de PDVSA permiten una explotación posiblemente superior a un siglo, considerando una duplicación de la producción actual y un crecimiento de la demanda del orden del 2% interanual- y además hay mercado, ha asumido correctamente una estrategia dirigida al aumento de la producción, compitiendo con volumen a precios bajos y estables, para lo cual es preciso un gran esfuerzo de inversiones dirigidas al incremento de la producción nacional de petróleo, apoyándose en la apertura petrolera.

De conformidad con esta estrategia, los planes de PDVSA consideran pasar de 3,4 millones de b/d producidos en 1996, a 5,5 millones de b/d para el 2001 y 6,3 millones de b/d para el año 2006, lo cual implica casi duplicar la producción en 10 años. Las inversiones requeridas para este programa de producción es del orden de los 64,9 mil millones de dólares para el mismo lapso, de los cuales PDVSA asumirá como esfuerzo propio 35,1 mil millones de dólares y conjuntamente con asociaciones 29,8 mil millones de dólares.

Con estas inversiones, para el año 2006 deberán producirse 6,5 millones de b/d, de los cuales 4,5 será producción directa de PDVSA; 0,5 de los Convenios Operativos; 0,5 de las Asociaciones para la producción livianos y medianos; unos 0,7 de asociaciones en la Faja; y unos 0,3 de orimulsión.

En sus planes, PDVSA asume hasta el año 2006 precios entre $13 y $14 por barril. Con esa producción y precios, descontándole a sus exportaciones totales las importaciones requeridas por la industria, las exportaciones netas serán para el año 2006 del orden de los 21 mil a 22 mil millones de dólares, lo cual representa un ahorro de divisas que, entre 1996 y el 2006, pueden representar unos 19 mil millones de dólares anuales en promedio.

Este importante ingreso neto de divisas que puede generar los planes de expansión de PDVSA, permite pensar que, definiendo un adecuado flujo de amortización de la deuda externa nacional y una adecuada utilización de ese ahorro de divisas, es posible, además de pagar el principal y los intereses de la deuda pública externa, disponer de un ahorro suficiente para las inversiones que necesariamente tendrá que asumir el Estado venezolano para impulsar el crecimiento de la economía no petrolera y alcanzar un desarrollo armónico y sustentable para el próximo siglo.

Pero, para que los resultados sean así de positivos, es preciso hacer un gran esfuerzo nacional que logre consolidar el criterio de que el petróleo es un instrumento necesario, pero en modo alguno suficiente para el desarrollo sustentable de la economía nacional y la salida de la crisis actual. Se corre el peligro de que se crea, que cuando estas inversiones empiecen a dar frutos, se solucionarán todos los demás problemas. Pensar así equivale a suponer que el país puede vivir en su totalidad del petróleo, lo cual no sólo constituiría la ruina nacional -como lo han evidenciado la época del «boom» de los años 70-, sino que, además, sería la ruina de nuestra industria petrolera.

Si esta nueva estrategia petrolera sólo sirve para potenciar la condición de país extractor y exportador de hidrocarburos, más no de país transformador de ese recurso en diversidad de insumos susceptibles de integrar cadenas entre sectores de apoyo generadores de ventajas competitivas; si no enfrentamos radicalmente las transformaciones estructurales de nuestra economía y nos integramos a la globalización, el cuadro reseñado de prosperidad petrolera será despilfarrado, como ocurrió en el pasado, provocando más miseria para nuestra sociedad.

Preocupa cómo, a veces, se induce la idea de que la industria petrolera venezolana será la salvadora de la crisis por la cual está atravesando el país, cuando su programa de inversiones empiece a dar frutos, porque exportaremos mas crudo y obtendremos mas divisas; son atrayentes afirmaciones que ocultan el hecho real de que hoy estamos exportando mas petróleo y obtenemos mas divisas por las exportaciones del mismo que hace quince años y, sin embargo, el país ha empeorado y, en lugar de desarrollarnos hemos retrocedido.

No estamos afirmando que deban frenarse los planes de expansión de la industria petrolera nacional. Se afirma que estamos alienados por un paradigma que es imprescindible modificar, que la específica forma rentista que mantiene el Estado venezolano con el petróleo, en lugar de contribuir positivamente a un verdadero desarrollo económico y social sustentable, produce el efecto opuesto.

Es evidente que hay que cambiar dicho paradigma. Se trata de fortalecer la economía no petrolera, especialmente en cuanto a la producción de transables susceptibles de insertarse en la economía globalizada, sin detrimento del fortalecimiento de la industria petrolera.

En el corto y mediano plazo, significa que es preciso definir la estrategia general para el desarrollo sustentable de la economía nacional en términos globales, integrales y armónicos, en la que el petróleo debe ser convertido en palanca de una economía diversificada y competitiva y no quedarse como mera fuente de renta, lo cual no está contemplado en la Agenda Venezuela, pues la misma no deriva de una estrategia de desarrollo económico sustentable, sino de la necesidad de tomar unas medidas económicas estrictamente coyunturales e imprescindibles para el momento en que se formuló la misma.

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