«El libro ante las nuevas tecnologías»
Los libros han sido durante cinco milenios, el objeto tradicional utilizado para comunicar conceptos e ideas. Este soporte escriptóreo, recubierto por tipografía o por imágenes ilustradas, se encuentra en la actualidad frente a una de sus más interesantes transiciones: convivir junto a lo que podríamos llamar, utilizando un término genérico, «Las nuevas tecnologías» Al recordar los orígenes formales y estructurales del libro, debemos remitirnos obligatoriamente hacia presentaciones sumamente arcáicas, en cuanto a los materiales utilizados para su realización: caparazones de tortuga, madera, bambú, seda, piedra, arcilla, papiro, hasta que finalmente, hacia el año 105 d.C. un chino laborioso de nombre Tsai Lun, inventa el papel manufacturado por medio de cortezas de árboles, cáñamo, trapos y restos de redes para pescar.
Desde su remoto origen el papel se convirtió en un material óptimo para escribir e imprimir. En cambio muchas culturas afianzaron su religión, su poesía épica y lírica, sus conocimienos científicos sobre soportes tan curiosos como estelas de piedra, gigantescos muros o sobre cúmulos de tabletas de arcilla previamente horneadas, en el caso específico de los sumerios, persas y asirios. Cada cultura antigua utilizó diversas formas de libro: México, el Islam, la India, Japón, China, los países africanos, aprovechando siempre los materiales propios de su zona geográfica.
Otro factor fundamental en la historia del libro, es el desarrollo paulatino de la escritura. Desde las toscas huellas de manos prehistóricas, hasta el surgimiento de las escrituras ideográficas. Un buen ejemplo sería la evolución de la escritura jerogífica egipcia que fue transformándose a lo largo de tres milenios, en escritura hierática o «sacerdotal», aún difícil de comprender, luego en demótica o «popular», seguidamente influenciada por coptos y griegos, finalizando bajo la hegemonía de los árabes, en la escritura egipcia actual. El caso europeo, que nos atañe directamente, se origina de la escritura latina o romana, derivada ésta de la griega y la fenicia, dando origen a nuestra escritura cotidiana con sus infinitas variedades, familias y rasgos.
. Cabe análizar otra transición fundamental en la historia del libro. Podemos destacar al alfabeto como vía de fácil acceso a la lectura y a la escritura para muchos. Hasta ese entonces los libros y el conocimiento habían sido privilegio de escribas, sabios y sacerdotes, vale decir, el poder de la información se restringía a una minoría privilegiada. En Grecia, agregando vocales al alifato canaceo, se gestó un sistema muy sencillo de expresión alfabética. Allí la palabra «democracia» manifiesta una de sus mejores expresiones, hacia finales del siglo IX a.C. El alfabeto quedó constituido por veinticuatro letras, de las cuales siete eran vocales. Esta apertura del conocimiento a personas que difícilmente hubiesen accedido a la compleja escritura ideográfica china, o a la cuneiforme mesopotámica, apenas descifrada a comienzos del siglo XIX por H.C. Rawlinson, remite ipsofacto al Internet.
De modo similar al alfabeto en su época, este recurso cibernético pone a disposición de muchas personas, y de modo relativamente sencillo una información inmensurable, que sin límites geográficos recorre un espacio virtual, permitiéndonos estar al día con lo ocurrido tanto en la historia pasada como en la presente. Cuando el Internet abarate sus costos y se simplifique a niveles domésticos, ampliando su radio de acción, permitirá a cualquier persona curiosa e interesada navegar y aventurarse en la red.
Si volvemos al libro, otro cambio fundamental en su historia fue el paso del rollo de papiro, propio de las culturas egipcias y griegas, hacia el «Codex» romano, foliado y paginado igual que el volumen impreso contemporáneo. Nuestros libros provienen del rollo de papiro egipcio, que a menudo alcanzaba los 30 metros de largo, y debía rebobinarse como una película cinematográfica. Dividido en columnas para facilitar su lectura, era realmente incómodo, pues si uno deseaba volver hasta alguna frase ubicada al principio del texto, se debía desenrollar o enrollar según el caso. El códice establecido por la cultura romana hacia el siglo III d.C. sugirió la forma del libro que hoy conocemos.
Tan novedosa posibilidad de volver a la página, de regresar a una cita pertinente, sin la engorrosa necesidad de rebobinar los rollos de papiro, instó a que el pensamiento se agilizara, generándose un mundo diferente de ideas relacionadas. También desearía destacar los nuevos modos de lectura propuestos por el Internet, las múltiples ventanas que se ramifican e intensifican la calidad de la información. Haga un «click» y se abrirá una pantalla, ¿Desea saber más sobre el punto A,B o C? Pues pise la tecla y aparecerá una fotografía a colores del Coliseo, del Partenón o de una esfinge egipcia, casi siempre junto a un texto explicativo, apoyando a la imagen o viceversa. La necesidad de ilustrar ideas se produjo desde tiempos remotos. Un ejemplo clásico es el conocido libro egipcio de los muertos.
Los romanos continuaron ilustrando sus códices hacia el siglo V d.C., desarrollándose luego la ilustración bizantina, hasta alcanzarse una cúspide expresiva bajo la forma de los manuscritos medievales, iluminados y ornamentados, con preciosas miniaturas finamente elaboradas por monjes o artistas reconocidos como Jean Fouquet. Imágenes muy estéticas que acompañaban o simplemente ornamentaban libros de carácter religioso: Biblias, breviarios, libros de horas, volúmenes sobre caballería o hermosos herbolarios. Más recientemente la tradición del libro ilustrado tuvo un repunte durante el siglo XIX. Un ejemplo son los libros ilustrados por Gustave Doré o por artistas como Delacroix o Manet. Así llegamos a un punto crítico, la invención de la fotografía, a mediados del siglo diecinueve. A finales del mismo siglo se facilitó la reproducción de imágenes en linea al utilizar procedimientos fotomecánicos, y en los albores del siglo actual comenzaron a utilizarse nuevas técnicas de impresión como el offset, que hizo posible acompañar los textos de algún viajero con reproducciones fotográficas a color, previamente tramadas, usando el procedimiento de la cuatricromía o impresión con cuatro colores superpuestos, para lograr el efecto de una imagen a color bien definida. También en pleno siglo XX surgió la más poderosa vía de comunicación audiovisual hasta hoy conocida, la televisión. Primero en blanco y negro, luego a color. El movimiento, la locución , la música sincronizada, los movimientos de cámara propios de otro lenguaje anterior, el cine, pusieron a disposición de las masas un mundo televisivo vasto, aunque cuestionado a menudo por no ser participativo o por su deficiente contenido. La TV ha desplazando sigilosamente a la lectura, la cual requiere de tiempo y de capacidad reflexiva. Por medio de aparatos incluso portátiles nos acostumbramos, desde la infancia, a relacionarnos con sucesos ocurridos en Beirut o Australia a través del televisor. Sirva de ejemplo inmediato la cobertura multimillonaria, en televidentes, que tuvieron los funerales de la princesa Diana de Gales, y los de la madre Teresa de Calcuta. En comparación al posible libro biográfico o a la revista ilustrada que pretendiera reseñar tales eventos, no sólo sería necesario usar cantidad de hojas de papel hecho con pulpa de madera, impreso con tintas, que en la actualidad alcanzan costos excesivos, para generalmente convertirse en basura. No pretendo atacar ni defender tal o cual medio de comunicación. Sin embargo el Internet y sus posibilidades lucen cada vez más asombrosas. Relacionado con la TV o «caja boba», resulta contrariamente participativo e interactivo. Compararlo con el volumen tradicional luce difícil e innecesario, se hace cuesta arriba la lectura del «Ulises» de Joyce, o de cualquier otra obra literaria de envergadura, por medio de un monitor o pantalla, que inclusive genera un paralelismo con la lectura en cascada parecida a la del rollo de papiro.
Se plantea al «Internet» como posible depósito del conocimiento humano, y así me enteré que ya existía un proyecto llamado «Gutenberg» por medio del cual se pretende preservar la memoria contenida en libros y archivos, que hasta hace pocos años reposaba en delicados microfilms, inestables por su condición química, lo cual era un primer intento desesperado por conservar el material impreso sobre papel fríable y perecedero, o de tener fácil acceso en bibliotecas públicas a piezas raras o únicas, tan sólo disponibles a los investigadores o especialistas. Ray Bradbury, en su texto «Fahrenheit 451», sugirió la posibildad, en su caso específico, por razones ideológicas, la destrucción minuciosa de tomos y volúmenes indeseables.
La revista «Venezuela Analítica» atendiendo una propuesta del Sr. Roberto Hernández Montoya ha logrado introducir unos doscientos títulos, en lo que constituiría algo así como un fondo ediorial de la propia revista, por medio de lo que él mismo ha titulado «Bitblioteca».
Cada cambio fundamental durante el desarrollo e historia del libro, siempre ha generado resistencias culturales, estéticas o de gremios organizados. A los bibliófilos de la edad media les fue difícil aceptar una de las mayores realizaciones de la civilización: la impresón por medio de tipos móviles fundidos, materializada hacia 1450, en, Maguncia, Alemania por Johann Gutenberg y por otros colegas. Los puristas consideraban que el papel fabricado con algodón y trapo no podía equipararse al pergamino, material escriptóreo tradicional pero sumamente costoso, pues debía elaborarse por medio de pieles animales. El hecho impresor, la reproducción masiva, alegaban muchos durane el período incunable europeo, no podía compararse a la bella caligrafía de monjes o láicos especializados en dicho oficio. Lo mismo ocurrió con las imágenes que perdieron su unicidad y su caracter de verdaderas obras de arte en miniatura, por ejemplo las ilustraciones realizadas por los hermanos Limburgo para el «Muy preciado libro de horas del Duque de Berry», hacia 1414. la multiplicidad requirió sucintas representaciones xilográficas, talladas en relieve sobre maderas. Al imprimirse la maravillosa»Biblia de Gutenberg o de las 42 líneas» surgió el factor de la reproducción relativamente masiva, los tirajes superaban 300 o 500 ejemplares, cuando hasta entonces el libro desde su anigüedad era realizado uno tras otro.
Qusiera finalizar este inento de ubicar al libro ante «las nuevas tecnologías», tomando en cuenta un factor que caracteriza al Inernet: su sentido virtual, su ubicuidad. Tal amplitud cognoscitiva incorpora disciplinas propias de la producción editorial, como el diseño gráfico, enfrentando éste novedosos retos con audacia e imaginación.. Asimismo creo que el Internet, aún jóven, crece y descubre cada día sus propios códigos expresivos, vale decir, su lenguaje particular. En lo personal me atrae la ausencia de barreras, sus autonomía en cuanto a leyes para existir.También desconcierta que existan transgresores y agentes o detectives que operan bajo la difusa ley cibernética, con el objeto de evitar la piratería y preservar cierta ética dentro de algo intangible, que tan solo se hace concreto por medio de la máquina impresora. Surgirán nuevas generaciones regidas por un pensamiento que presumo un tanto «enciclopédico», incluso renacentista. La velocidad de acceso a la información es otro factor que seduce al cibernauta.
El libro tradicional, el hábito de la lectura de ficción, poesía o filosofía, tan sólo debería sentirse acosado por un problema que considero ajeno al Internet: los altos costos de producción editorial, y en Venezuela un sistema educativo deficiente a nivel básico y superior, ese sí constituye un verdadero problema que necesita soluciones, quizás el Internet pueda colaborar. Cuando este medio se haga más accesible, tanto como la televisión, habrá que analizar nuevos fenómenos, pero eso parece asunto destinado a clarividentes o profetas.