Economía

Venezuela: Auge y caída

Venezuela gozó en más de la mitad del siglo pasado de una etapa amplia de crecimiento sostenido, seguida por una etapa también prolongada de decrecimiento, el cual se ha acentuado en forma muy importante en el último quinquenio. Desde 1950 hasta 1977, el producto per capita creció a una tasa interanual promedio de 2,77%. A partir de 1978 hasta 1998 decreció a una tasa interanual promedio de (1,04%), y en el presente quinquenio, suponiendo una caída del producto en 2003 de 11%, la tasa de interanual de crecimiento negativo del producto per capita sería de (6%), una debacle, como se evidencia en la figura 1.

Figura 1

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Venezuela. Producto per capita

Ciertamente parece un proceso atípico. La impresión inicial es que la base económica e institucional del país durante este lapso de más de medio siglo no ha tenido un cambio cualitativo tan grande como para generar comportamientos tan divergentes. Sin embargo, es posible que la implosión del segundo período se deba al agotamiento de un esquema que arrojo buenos resultados en su primera etapa. Como era de esperarse, la implosión ha generado un grado alto de pobreza y fragmentación social. La importancia de buscar una explicación consistente es obvia: puede ayudar a recuperar la senda del crecimiento.

¿Cuál explicación?

Los intentos explicativos del comportamiento económico de los países petroleros resaltan el comportamiento negativo de los últimos tiempos. Tanto así que Auty (1993) califica de “maldición” la dotación amplia de estos recursos naturales. Sin embargo, no existe consenso de cuales son los mecanismos de transmisión de la “maldición”. A continuación intentamos mostrar como las explicaciones genéricas no cuadran adecuadamente con el caso venezolano y sugerimos una explicación específica.

Los enfoques explicativos usuales se podrían clasificar en tres tipos básicos. En primer lugar, explicaciones basadas en el comportamiento de los precios relativos de las materias primas, la tesis Prebisch-Singer. Los países en desarrollo, exportadores de materias primas e importadores de bienes manufacturados, habrían experimentado una declinación de los términos de intercambio, y ello explicaría el estancamiento económico de los mismos. El problema de este tipo de explicación para el caso de Venezuela es que el alto crecimiento del primer período coincide con un comportamiento declinante de los términos de intercambio, excluyendo el lapso 1974-77.

Recientemente se ha planteando que la volatilidad de los términos de intercambio sería el elemento explicativo clave, vía su efecto negativo sobre la inversión. Por ejemplo Mendoza (1997) desarrolla un modelo estocástico de crecimiento endógeno donde este es el factor determinante. Ramey y Ramey (1995) confirman que la volatilidad tiene un efecto negativo sobre el crecimiento, y Blattman, Hwang y Williamson (2003) concluyen que importa tanto la tendencia como la volatilidad de los términos de intercambio. En Venezuela, el periodo inicial de la implosión está asociado a la volatilidad y declinación de los términos de intercambio, pero la debacle de este quinquenio está asociada a una mejora relativa de los términos de intercambio y cierta reducción en la volatilidad.

Un segundo tipo de explicación está relacionada con la “Enfermedad Holandesa”. La idea central de este enfoque es que el ingreso externo extraordinario que reciben los países, por ejemplo por exportaciones petroleras, los especializa en la producción de no-transables. Sí las innovaciones tecnológicas se concentran en el sector transable manufacturero (tesis Balassa-Samuelson), la “Enfermedad Holandesa” explicaría el mal comportamiento de estos países por el sesgo hacia los no transables. Sachs y Warner (1995) desarrollaron un modelo de este tipo para explicar el mal comportamiento económico de los países petroleros. Es difícil sostener esta tesis para el caso venezolano. ¿Cómo explicaría el extenso período inicial de crecimiento, justamente cuando las exportaciones petroleras tuvieron mayor importancia?

El tercer tipo de explicación enfatiza los aspectos institucionales y políticos. La literatura actual sobre el crecimiento resalta las características de estructura institucional como el elemento fundamental subyacente que explica el comportamiento económico de largo plazo, lo que se ha llamado las “fuentes profundas” del crecimiento. A raíz del aporte de Norht (1990), las corroboraciones empíricas sobre la influencia de las instituciones en el crecimiento se han multiplicado. Por ejemplo, Rodrik, Subramanian y Trebbi (2002) mantienen que la calidad institucional se sobrepone a las condiciones de localización y a la apertura como elemento determinante del comportamiento económico de largo plazo. Planteamientos análogos hacen Hall y Jones (1999) y muchos otros autores.

Karl (1997) acuño el término de Petro-Estado para destacar la debilidad institucional de los países de la OPEP. Aron, Tornell y Velasco (1992) sugieren que los países pobres ricos en recursos naturales tienen derechos de propiedad mal desarrollados, siendo este el elemento que impulsa la fuga de capitales hacia los países ricos por motivos de precaución. El estudio empírico de Sala-i-Martín y Subramanian (2003) sobre Nigeria confirmaría la importancia de la calidad institucional en la determinación del comportamiento económico de los países petroleros. Refriéndose a este caso señalan: “El despilfarro y la corrupción relacionada con el ingreso petrolero mas que la Enfermedad Holandesa han sido los responsables de su pobre comportamiento económico”.

Otros destacan la inestabilidad política, por ejemplo Alesina y Perotti (1993). En Venezuela, si bien en este quinquenio se ha producido un deterioro institucional agudo asociado a un desplome económico, es difícil pensar que los cambios institucionales previos, que ocurrieron entre 1950-1998, puedan explicar sí solos el paso del auge y la subsiguiente declinación, que arranca en 1978.

Hacia una explicación específica

Sobre la evolución tan dispar del comportamiento económico venezolano se han intentado distintas explicaciones. Rodriguez y Sachs (1999) argumentan que la caída económica se debe a la declinación del ingreso petrolero. Puente (2001) evalúa empíricamente la importancia del “residuo de Solow” y encuentra una productividad global de los factores negativa, excluyendo la década de los cincuenta. Hausmann (2001) propone que el período de implosión se podría explicar por la declinación del ingreso petrolero y su incidencia negativa en el sector no transable.

En nuestro criterio, una explicación específica incorporaría el funcionamiento económico a un marco institucional concreto. Incluiría al gobierno (siguiendo el modelo de Barro y Sala-i-Martín, 1992), el receptor de los ingresos por exportaciones petroleras, potencial creador de externalidades y el agente que decide el rumbo del sector petrolero.

Se tendrían tres elementos explicativos: la evolución (tendencia y volatilidad) del ingreso petrolero (por términos de intercambio y por volumen), el gobierno y el financiamiento de su gasto, y la evolución de la estructura institucional. El auge inicial estaría ligado ingresos petroleros altos y estables, y a la capacidad del gobierno para crear externalidades en situación de equilibrio fiscal y con baja presión impositiva doméstica. La implosión estaría asociada a la caída del ingreso petrolero real per capita acompañada del aumento de la volatilidad, la pérdida de la capacidad fiscal para generar externalidades y, finalmente, al deterioro institucional. Y quizá a lo que es más importante: la falta de cambios institucionales adecuados para hacer frente al agotamiento de un esquema que inicialmente produjo resultados positivos. Las consecuencias habrían sido aumentar la incertidumbre y reducir la rentabilidad de la inversión en el sector no petrolero. Ello podría explicar no sólo la caída, sino también la importante fuga de capitales, que se ha acentuado en este quinquenio. En todo caso, la idea de combinar aspectos económicos e institucionales podría arrojar luces acerca de los cambios requeridos para retomar el crecimiento.

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