Economía

Un país, dos visiones

En la medida en que se acerca la fecha de las elecciones nacionales a celebrarse el 3 de diciembre de 2006, más se evidencia que Venezuela se enfrenta a una encrucijada que puede decidir el curso de la historia, por lo menos para el mediano plazo. Se ha puesto sobre la mesa para que los electores decidan, dos opciones diametralmente opuestas. Una que propone el llamado socialismo del siglo XXI y otra que encarna la nueva democracia social. A lo largo de los ocho años de gobierno del presidente Chávez su pensamiento evolucionó por un sinuoso camino que arrancó con el fascismo, reflejado en las tesis de Norberto Ceresole, pasando por la Tercera Vía liderada por Tony Blair, hasta aterrizar en el socialismo, según Heinz Dieterich. Este salto ideológico con garrocha que ha ejecutado Hugo Chávez se ha reflejado en una manera particularmente trágica de gestionar los asuntos económicos de Venezuela. Así, entre 1999 y 2001, la política económica estuvo regida por una ortodoxia al mejor estilo de los manuales del Fondo Monetario Internacional, toda vez que en materia fiscal el Gobierno procuró alcanzar, sin lograrlo, el equilibrio presupuestario. En materia monetaria el BCV mantenía el tipo de cambio anclado en un sistema de bandas con el objeto de disminuir la inflación y la política monetaria era absolutamente pasiva al acomodarse la cantidad de dinero al nivel de actividad económica. En ese tiempo, el rol del Estado en la economía era limitado y se establecieron pocas entidades públicas al crearse solamente el Banco del Pueblo y el Banco de la Mujer.

El cambio sustantivo ocurrió en 2003, cuando el papel del Estado en los asuntos económicos empieza a aumentar y socialismo comienza a formar del discurso oficial a partir de agosto de 2004. De esta manera, en Venezuela se está configurando un capitalismo de Estado cuya expresión visible es un mega Estado que literalmente ocupa todos los espacios de la vida del venezolano, desde las actividades de explotación del petróleo hasta la decisión sobre la forma en que los ciudadanos usan su ingreso producto de su trabajo y cómo se alimentan, toda vez que Cadivi otorga las divisas para la importación de bienes y servicios según criterios devenidos desde órdenes presidenciales. Si el presidente Chávez estima que un bien es suntuario, Cadivi lo elimina de la lista de artículos con acceso a las divisas preferenciales. Esta ampliación sin precedentes del Estado tenía necesariamente que traducirse en un sistema de control político de prácticamente todas las esferas de la vida nacional, siendo el más peligroso la ideologización descarada de la educación. El Estado posee el petróleo, el aluminio, la bauxita, el hierro, el correo, la venta de alimentos, una línea área, una empresa de turismo, una fabrica de vehículos militares, plantas para elaborar fusiles, bloques, cemento, para procesar tomate, plátanos, caña de azúcar, café, maíz, algodón, leche, oleaginosas, es el propietario de las mayores extensiones de tierra, tiene galerías de arte y hasta manufactura cuadernos, pantalones y camisas. ¿Por qué no se apodera de toda la economía de una buena vez y hace a su gente su siervo? La nación se está transformando en un inmenso taller bajo las órdenes de un señor con poderes absolutos. El Estado es el Dios en Venezuela y como el Estado se transfigura en quien lo dirige, por tanto Hugo Chávez es una especie de Dios. La desintitucionalización del país es tal que cosas tan básicas como la entrega de una beca escolar no la realiza quien hace las veces de ministro de educación sino el Presidente de la República.

Debido a que el plan del Gobierno es la liquidación de la propiedad privada, Hugo Chávez compró la idea de que Venezuela debe adoptar el trueque y que esa forma de transar un bien por otro es el socialismo del siglo XXI. De seguir aplicándose este mecanismo de intercambio, Venezuela estaría retornando a la época precolombina, antes de que las calaveras de Colón anclaran en la pequeña Venecia. Este ensayo, que con toda seguridad fracasará, ya le está costando muy caro a los venezolanos. Es como si en este tiempo en lugar de usar un avión para transportarse usásemos los carros de mula.

Frente a esta visón retrógrada de lo que es un país se alza otra, totalmente diferente que sin renunciar al contacto con la población olvidada rescata los valores de la modernidad, la institucionalización y la justicia social. De esta manera, para que Venezuela como nación pueda crecer de manera sostenida y con ello generar ingreso y empleo, tiene que insertarse en el comercio mundial y penetrar los mercados internaciones no solamente con materias primas como sucede actualmente, sino con productos manufacturados y servicios de valor. Con la conquista de compradores del resto del mundo nuestras fábricas podrán trabajar a plena capacidad para satisfacer la fuente inagotable de crecimiento: la economía mundial. Ello implica un esfuerzo acrecentado por capacitar la mano de obra y potenciar la innovación técnica para lo cual el concurso de las universidades naciones con el sector público y privado es de importancia capital. En forma paralela debe marchar Venezuela al rescate de la majestad del Gobierno y la separación efectiva de poderes como herramienta para asegurar un sistema de pesos y contrapesos que limite las tendencias siempre hegemónicas del Poder Ejecutivo. Similarmente, la refundación del Poder Judicial, eliminando la injerencia partidista debe ser la garantía para impartir justicia independiente. Con ello se lograría la despersonalización de las decisiones políticas y la figura del Presidente de la República ya no sería vista como una especie de emperador sino como la del representante de la sociedad con la mayor responsabilidad del país. Se sustituiría así frases tan infames para una vida civilizada como “el comandante en jefe Hugo Chávez”, “mi comandante”, “el líder único de la revolución”, por la de “el ciudadano presidente”.

En materia social, Venezuela debe marchar gradualmente a la sustitución del esquema clientelar de reparto del ingreso petrolero, que ahora en Venezuela pasa por la exclusión política, por otro de transferencias directas a los sectores previamente identificados como aquellos en situación de pobreza y a donde necesariamente debe llegar la mano generosa del Estado, no para perpetuar su situación de pobreza sino para ayudarlos a salir de ella.

Esta en las manos de los venezolanos está estos dos modelos, radicalmente diferentes. Lo que nadie podrá decir después es que no sabía lo que estaba en juego.

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