Economía

Transición política y crecimiento económico

1. Una respuesta airada

Las declaraciones recientes del CENDA, de Venancham, de Fedecámaras y de algunos de los economistas más conocidos y destacados del país, acerca de la caída del Producto Interno Bruto durante el primer trimestre del 2000 y de la agudización de la recesión, han provocado la ira del Presidente de la República y de varios de sus ministros. El malestar ha llevado a Hugo Chávez a cometer algunos cuantos desatinos, como ése de decir que el PIB es un indicador que sólo puede calcularse anualmente. El desagrado del Jefe del Estado y sus colaboradores se ha mostrado de forma desembozada, porque las denuncias sobre el deterioro creciente de la economía se producen en un ambiente donde el Gobierno pierde popularidad cada vez con mayor rapidez, y donde hay, ahora sí, quien capitalice el descontento desde el punto de vista electoral.

El Gobierno, en vez de decir qué es lo ha hecho, cuáles metas se han cumplido,. cuáles programas se han instrumentado, cuántos nuevos empleos se han creado, ha respondido a las denuncias descalificando a los que enjuician el desempeño oficial por “formar parte del pasado” y formulando nuevas promesas. Una administración que ya tiene catorce meses de ejercicio tendría que rendir cuenta de lo cumplido. Pero es tan poco lo que desde Miraflores se ha alcanzado, que los planes por venir siempre resultan un buen refugio para intentar ocultar la desidia.

2. Una excusa tramposa

Desde que el Banco Central de Venezuela anunció, a finales del año pasado, que el PIB en 1999 había caído 7.2 %, Hugo Chávez ha intentado justificar ese retroceso por las “malas políticas de los 40 años” y por la necesidad que tenía el Gobierno de darles prioridad a los cambios políticos que promovieran la transición desde el puntofijismo a la V República. Colocar el énfasis en la reforma política, desde la óptica de Chávez, supuestamente implicaba descuidar, o al menos colocar en un segundo plano, el desempeño de la economía. Este argumento es falaz. Tanto en Venezuela como en el exterior pueden conseguirse ejemplos que demuestran que importantes cambios políticos orientados a promover el tránsito de un régimen a otro, se han combinado con avances significativos en el campo económico.

En Venezuela, por ejemplo, el gobierno de Eleazar López Contreras asumió nada más ni nada menos que el reto de sacar a Venezuela del “gomezalato”, tal como llamó Rómulo Betancourt al régimen patriarcal y semi feudal de Juan Vicente Gómez, y establecer las bases de una democracia moderna en el país. Si de cambios políticos modernizantes y democráticos se trata, el mandato de ELC significó un avance sideral con respecto a lo que habían sido las casi tres décadas de dictadura gomecista. López Contreras sentó las bases para que surgieran los grandes partidos modernos, para que se ampliara la actividad sindical, para que la sociedad civil se fortaleciera, para que se redefinieran las relaciones entre los distintos poderes públicos a partir de la autonomía y el equilibrio entre ellos, y para que el Estado dejara de ser ese poder omnímodo frente a una sociedad civil raquítica y atemorizada. El general asumió con calma y cordura todos estos cambios. Sin hacer mucha alharaca, permitió que la nación se sacudiera del despotismo de los viejos gomecistas, que se negaban a perder los privilegios de los que habían disfrutado durante largo tiempo. Para promover esas transformaciones no exigió que se alargara el período presidencial. Al contrario, propuso que este lapso se redujera de siete años a cinco, sin reelección inmediata.

En el campo de la economía, a pesar de las enormes limitaciones del país, la gestión de ELC fue eficiente. Sin embargo, donde su Gobierno se destacó desde el comienzo fue en el campo de los servicios públicos. El famoso Programa de Febrero, que el general anunció a la nación después de las jornadas de protesta que se produjeron precisamente durante el mes de febrero de 1936, resumió lo que se sería la actuación de su administración en los años posteriores. Ese plan, que cubría desde la atención al menor abandonado hasta la construcción de carreteras, se cumplió en casi su totalidad durante los cinco años que duró esa administración. El país, a sólo dos meses de ELC haber asumido la presidencia, ya sabía cuál rumbo tendría. Cuáles eran las medidas que se tomarían para reactivar el empleo y mejorar las condiciones de vida de unos trabajadores que habían sido explotados de forma inmisiricorde por unos patronos que habían contado con el respaldo de Gómez. ELC combinó los cambios políticos trascendentes con un desempeño eficaz del Gobierno en todos los niveles.

Si salimos de nuestro territorio podemos encontrar ejemplos parecidos en varias partes del mundo. España es un caso que se cita con frecuencia. Al igual que Gómez en Venezuela, Franco tras su muerte había dejado a España sumida en el atraso económico y político. Con instituciones concebidas para mantener intacto el poder autoritario del viejo caudillo, España tuvo que emprender un conjunto de reformas que la sacaran del foso y le permitieran equipararse a las grandes naciones europeas. Tarea nada sencilla, dada la inmensa fuerza del franquismo. Desde tiempos del gobierno de Adolfo Suárez se fomentan los cambios políticos e institucionales, sin descuidar el ámbito económico. A los pocos años de haber muerto Franco, la claridad de objetivos y la continuidad de las políticas durante el período de transición del franquismo a la democracia, dieron los resultados que se buscaban. España avanzó por el camino de la libertad sin descuidar la modernización de su economía. Hoy es uno de los países europeos con mayor tasa de crecimiento y, mejor aún, con una distribución del ingreso cada vez más progresiva y equilibrada.

Así es que una cosa son los cambios políticos y la transición, y otra muy distinta es la ineptitud. El gobierno de Hugo Chávez es de una incompetencia astronómica. Esto nada tiene que ver con los cambios institucionales, por lo demás bastante discutibles, que ha promovido. La caída del PIB el año pasado y lo que va de éste, nada tienen que ver con la aniquilación de las cúpulas de AD y Copei. Esa merma se relaciona es con la manifiesta negligencia del Gobierno para crear las condiciones que se requieren en el mundo actual para reactivar la economía.

3. Las perspectivas

Si después del 28 de mayo Chávez continúa en el poder, las perspectivas no son nada halagadoras. El desplome de la economía continuará. Chávez ha utilizado un estilo de gobernar que difícilmente va a modificar. Además, cada vez se le hará más difícil de formar un Gobierno confiable y con la autoridad necesaria para crear confianza entre los agentes económicos. Venancham declaraba a comienzos de esta semana que el clima de incertidumbre y desconfianza sigue creciendo. La inseguridad jurídica, la inseguridad personal, los ataques a la propiedad privada, especialmente las invasiones, son todos factores que han creado una atmósfera que ahuyenta a los inversionistas. Ahora bien, éste no pareciera ser un problema que le preocupe a Hugo Chávez. Lo que al comandante sí le quita el sueño es ver cómo utiliza al Ejército para soportar su proyecto político. Si para imponer este plan necesita alejar los capitales y acabar con lo que queda de clase media, pues lo hará.

Sin embargo, los venezolanos no estamos condenados a que Hugo Chávez se relegitime en el poder. El es derrotable. Catorce meses de pésimo gobierno, en medio de una de las bonanzas fiscales más importantes de las últimas décadas, deberían ser suficientes para que el pueblo que lo ha apoyado, despierte. Cualquier cambio modernizante y democrático del país, y toda mejora en nuestro futuro pasa por la salida de Chávez de Miraflores. Hay que aprovechar que el próximo 28 de mayo tendremos la oportunidad de sustituirlo de forma pacífica.

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