Sigo con mi letanía, Capriles, pon la luz (II)
D ecía la semana anterior que toda la generación de electricidad debe estar en manos privadas, como en el Brasil o Colombia o Francia o Japón. El Gobierno les compra electricidad a los generadores y les vende a los consumidores con unas generosas tarifas, gracias a que tenemos petróleo y fuerza hidroeléctrica abundante. Para eso contaremos con unos buenos reguladores y supervisores, gente seria, técnica, científica, y no este grupo de inadaptados e improvisados que hoy mandan.
Alí Rodríguez Araque fue ministro presidente de Corpoelec y no sólo no había trabajado o estudiado nunca algo de electricidad, sino que en su propia profesión de abogado jamás litigó. Nunca trabajó. Tuvo un tiempo en la guerrilla, como jefe de seguridad de Douglas Bravo, y de allí, chupulúm, para el Congreso de la República, y de allí, chupulúm, para ministro. Demasiado bien salimos de este improvisado gerente rojo planificando nada menos y nada más que el sistema energético venezolano.
Y en esta merienda de blancos y de amarillos (no podemos decir de negros por que nos demandan por racistas) toda la culpa la tiene la demanda. O sea, que nosotros los consumidores somos unos locos, que empezamos de pronto a consumir y a consumir electricidad, mandamos a instalar miles de bombillos de los más ineficientes, compramos millones de aires acondicionados, de secadoras, de calentadores eléctricos de un día para otro y el Gobierno, el buen Gobierno, fue sorprendido en su buena fe por unos venezolanos electrófagos, demenciales que sabotearon malamente, malvadamente los perfectos planes de Chávez / Rodríguez Araque / Rafael Ramírez / Navarro. ¡Yo te aviso, chirulí! Antes Venezuela estaba dividida en materia energética en seis regiones, ahora con la pelea interna del chavismo y con el negocio de montar planticas de electricidad en cada pueblo, cada gobernador hace lo que le viene en gana y todo el mundo anda por su lado. Qué desastre. Hoy en el sistema eléctrico venezolano hay más del triple de trabajadores de los que había cuando las empresas eran privadas, y el contrato colectivo que firmaron, demagógicamente, es simplemente impagable con el dinero que produce Corpoelec. Pasamos de empresas eficientes que pagaban impuestos municipales e impuesto sobre la renta a unas empresas técnicamente quebradas que, como no pueden cerrar, significan miles de millones de dólares en pérdidas.
A Corpoelec no le paga nadie del Gobierno. Ni los ministerios. Ni las alcaldías. Ni las gobernaciones. Los rojos rojitos saben que no les van a cortar el servicio; ahora, a los gobernadores y alcaldes de la oposición, si no pagan, les pegan el «alicate». La ley del embudo. Y claro que Corpoelec no les paga ni a Edelca ni a Pdvsa, y el desastre pica y se extiende.
Ahora estamos con el parque industrial a media máquina y CVG no consume sino la mitad de su demanda regular, y aun así hay apagones; por lo tanto, no es irresponsable decir que si estuviésemos al máximo de producción industrial el colapso sería total. Antes estaban Enelven, EDC, Eleval, Seneca, y ahora no hay sino Corpoelec y Cadafe.
La pérdida de energía por ineficiencia llega hasta 30% de la generación. Transformadores obsoletos, cables de transmisión dañados, turbinas en mal estado, con fallas mecánicas y eléctricas. Muchos de los ingenieros a los que pude consultar advierten peligro para los trabajadores porque la red de transmisión opera fuera de los límites de seguridad; digamos que una línea de 430 kv le meten 500 kv.
Qué cosa, antes les vendíamos electricidad a Colombia y a Brasil, ahora les compramos.
Por lo tanto, señor candidato, ponga la luz en su sitio. Gobierne para todos