Economía

¿Puede el mal servicio eléctrico tumbar gobierno?

Me preocupa la ingenuidad con la cual mucha gente de oposición se contenta con la precaria situación de nuestro sector eléctrico. Piensan que el caos de apagones y racionamientos que está viviendo nuestro país, con alta probabilidad de empeorar, puede ser la gota que derrame el vaso y convenza a los sectores de nuestra población que se mantienen afines a la revolución y todavía conservan sus esperanzas, de que el modelo comunista que se nos quiere implantar no funciona.

Yo tengo mis reservas al respecto. El mensaje reivindicativo es muy poderoso y ha logrado escurrir el bulto de sus responsabilidades a través de culpabilizar a otros. Puede incluso atribuir la responsabilidad a los mismos funcionarios revolucionarios encargados de la prestación del servicio acusándolos de incompetentes o vendidos, pero preservando la bondad del modelo. Pueden decir que, al fin y al cabo, las personas arrastran vicios del pasado y muchos no logran convertirse en el hombre nuevo que necesita la revolución, pero el modelo socialista termina saliendo indemne del percance y mantiene la ilusión en la población.

Un buen ejemplo al respecto lo constituye el estado Vargas. A mí me cuesta imaginar que exista en dicho estado tan siquiera una persona afín a la revolución. Me resulta evidente que el caos en Vargas después del deslave de 1999 y la posterior caída del viaducto son el fruto del modelo aplicado en la solución de los problemas y no de la capacidad de los responsables de atenderlos. El trato de la revolución a los habitantes de Vargas ha sido prepotente y populista. Pero los candidatos oficiales han seguido ganando elecciones y las encuestas dicen que ha sido uno de los estados más chavistas. Yo tengo la esperanza de que estas circunstancias cambien, especialmente con el mensaje de progreso y apertura económica que está llevando Roberto Smith, pero lo que queda claro es que la convicción de la gente no se modifica con los fracasos, siempre y cuando se puedan esconder tras un discurso que culpabilice al pasado y renueve la esperanza.

Con el servicio eléctrico pasa algo similar. Todos los actos oficiales en el sector, a propósito de una inauguración o una promesa, le dedican la primera hora a demonizar al neoliberalismo anterior que deterioraba las empresas para justificar su privatización y así regalárselas al imperio. Es un discurso falso y vacio, pero efectivo. La realidad es exactamente al revés, los problemas que arrastra el sector desde el pasado se deben al viejo populismo que se concentró en Cadafe e impidió la transformación de esta empresa, o a las crónicas congelaciones de tarifas que hundieron las finanzas de las empresas impidiendo su modernización, y todas esas rémoras se han acentuado en esta década. Pero hay que considerar, nuevamente, que el discurso es efectivo e inmuniza a la revolución contra los fracasos.

Por eso creo que no debemos ser tan ingenuos para alegrarnos por el derrumbe de la calidad del servicio eléctrico y el aumento de los “apagones”. Por el contrario, hay que insistir en proponer alternativas para que los problemas se corrijan. Las interrupciones del flujo eléctrico son criminales y además socavan nuestra calidad de vida y nuestra competitividad económica.

Aunque resulte paradójico, un país destruido y lleno de miseria ofrece un caldo de cultivo ideal para que prospere cualquier doctrina resentida. Al comunismo no se lo combate con caos y pobreza sino con progreso.

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