PDVSA, ¿qué estamos esperando?
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Si se le compara con cualquier otro país, Arabia Saudita inclusive, Venezuela posee las mayores reservas de petróleo. Estas superan los 300 millardos de barriles, lo que representa alrededor del 20% de todas las reservas mundiales probadas. Es cierto que el 80% de las mismas se encuentra en la denominada Faja del Orinoco y que se trata de crudos extra-pesados. Su extracción y mejoramiento implica un costo cercano al doble de lo que requiere la producción de crudos convencionales. No obstante, a los precios actuales, debido a relativa escasez, su explotación no deja de ser un negocio muy lucrativo.
A ello se debe que hacia fines de los 90, gracias a la “apertura petrolera” adoptada por PDVSA y a pesar de que los precios eran entonces inferiores a 16 $/B, se hubiesen formado cuatro consorcios extranjeros que obtuvieron igual número de concesiones al efecto. La inversión total por ellos realizada, según las cifras suministradas públicamente hace pocos días, fue de 17 millardos de dólares, para una producción actual de 600.000 barriles diarios de crudo mejorado, convencional, entre 16 y 30º API. Por lo tanto, la incorporación de esa nueva producción representó un costo inicial de unos 30.000 dólares por barril. Ese costo cubre, además de las actividades de prospección, perforación y otras a ellas conexas, las instalaciones de superficie, las cuales no se limitan a los sistemas tradicionales de calentamiento, almacenamiento intermedio y tuberías de interconexión, sino que incluyen unas “quasi refinerías primarias”, indispensables para el mejoramiento, “upgrading”, de ese crudo, sin lo cual no sería exportable.
Hace días, el gobierno anunció la expropiación de dichas instalaciones, a menos que sus actuales propietarias acepten convertirse en socios minoritarios de PDVSA, según términos no precisados aún. A este punto, conviene reflexionar sobre dos hechos recientes de gran trascendencia. En primer lugar, nos referimos al anuncio hecho por Al-Naimi, ministro de petróleo saudí, quien aseveró que su país ha incorporado 3 millones adicionales de barriles/día, con lo cual estaría en capacidad de aumentar su producción a casi 15 millones de barriles diarios de crudo.
En segundo lugar, citamos la fuerte toma de conciencia que se ha oficializado recientemente, tanto en EE.UU. como en la UE, sobre los graves daños ambientales causados por las emisiones de CO2 a la atmósfera. Las conclusiones de los 500 científicos, reunidos en París para comparar los resultados de sus investigaciones en este campo, no dejan lugar a dudas. No se debe seguir aplazando las acciones tendentes a reducir aceleradamente esas emisiones. De lo contrario, la humanidad será testigo, hacia fines de este siglo, de desastres naturales de enormes proporciones. En consideración de ello, es previsible que muy pronto numerosos países adopten medidas eficaces, cuyos resultados, en términos de desaceleración en el consumo de gasolina, empezarán a hacerse sentir, probablemente de manera importante, dentro de unos veinte a treinta años.
En efecto, varias formas alternas de energía serán impulsadas en diferentes proporciones. Nos referimos a la eólica, solar, hidráulica y nuclear, sobre todo con fines de calefacción. En cambio, a fin de reducir el consumo de gasolina, se incentivará la mezcla con etanol en los vehículos, así como el accionamiento de éstos mediante el sistema híbrido o exclusivamente eléctrico. Seguidamente, en una segunda etapa más lejana, podrá imponerse la celda de hidrógeno. Simultáneamente, es probable que se comience a mejorar y privilegiar el transporte colectivo, junto con la aplicación de fuertes impuestos a los vehículos de uso personal o individual.
Ante estas expectativas, luce absurdo, por contraproducente, seguir retardando la explotación masiva de nuestros crudos convencionales y los de la Faja, pues corremos el riesgo de quedarnos con buena parte de nuestras reservas, las mayores del mundo, bien preservadas en el subsuelo por toda la eternidad. Su incorporación productiva, tal como se señaló antes, requiere invertir alrededor de 25.000 a 30.000 dólares por barril. Eso significa que para elevar nuestra producción de petróleo a 8 o 9 millones de barriles/día, es menester realizar una inversión cercana a los 150 millardos de dólares. Ello no sólo es perfectamente factible sino necesario, para así poder disponer de los medios con que modernizar el país, gracias a lo cual lograr por fin reducir substancialmente la pobreza que afecta a gran parte de nuestra población.
Es del todo evidente que en vista de la futura declinación del consumo mundial de hidrocarburos, dentro del plazo antes citado y prudencialmente estimado en unos treinta años, sería imperdonable el no aprovechar la coyuntura actual y, por ende, realizar gradualmente, en el transcurso de los próximos 7-10 años, una expansión extractiva similar a la aquí sugerida, Se trata de un programa ciertamente ambicioso pero realizable, siempre que se adopte una política pragmática, tendente a lograr el apoyo técnico, financiero y la tecnología requerida, a través de la asociación con empresas extranjeras altamente calificadas. Adicionalmente, se podría contemplar la máxima participación nacional, estatal y privada, en términos racionalmente viables.
*Ing. Químico – University of Oklahoma (1958)
PhD. en Ciencias Económicas – Université Paris IX-Dauphine (2000)
Investigador Asociado a la Escuela Doctoral – Université Paris IX-Dauphine
Investigador asociado al EURISCO