No mezclar churras con merinas
El ex presidente Bill Clinton consiguió 6.000 millones de dólares para sus planes educativos, ambientales, energéticos y sanitarios. Le ayudaron desde Bill Gates a Barbra Streisand, Mike Jagger, Lance Amstrong, Kevin Spacey, Salma Hayek, Demi Moore, y hasta el matrimonio Obama.
A diario nos invaden con imágenes de artistas, deportistas, modelos y personajes famosos que viajan a los países más empobrecidos invitados como parte de campañas de organizaciones humanitarias. Van vestidos como coroneles Tapioca o Mogambos, besan a niños, los cogen en brazos y se dejan fotografiar de acuerdo con las directrices del realizador.
Madona en Malawi, Beckham en Sierra Leona, Sean Penn en Haití, Angelina Jolie en Etiopía, Oprah Winfrey en Sudáfrica, Hellen Mirren en Uganda, o al cantante de U2, Bono, en mil viajes de solidaridad con los más pobres de la tierra.
Siempre acompañados de equipos con un gran montaje profesional, aviones privados, caravanas de vehículos todo terreno, campamentos a lo Memorias de África y reservas en los mejores hoteles de la gira. Unos gastos enormes. Dicen que es por la imagen que prestan para despertar las conciencias de los poderosos. Como si éstos no tuvieran otros medios de información sobre los desastres que causan con sus decisiones, o de sus estruendosos silencios.
Hellen Mirrer, al regresar de Uganda, fue recibida por el Secretario del Foreing Office, a Naomi Campbell le regaló unos diamantes Charles Taylor, dictador de Liberia, durante una cena en casa de Mandela. Ella, no lo recordaba y creyó que eran “piedras sucias”. Como Giscard d’Estaing con los diamantes de Idi Amin Dada.
Algunas ONG han creado departamentos de relaciones públicas para fichar a famosos. Estos hacen lo mismo: sus asesores les buscan causas que realcen sus imágenes públicas.
En los spots humanitarios no reciben dinero pero contribuyen a este circo que puede enmascarar auténticas necesidades de asociaciones que reciben esas ayudas sin acometer las causas radicales de la pobreza, hambre y enfermedades.
Muchos famosos han creado sus propias fundaciones a través de las que canalizan sus donaciones a proyectos de ONG, que les desgravan en sus declaraciones a Hacienda.
¿Cómo es posible que entidades financieras, empresas multinacionales y fortunas descomunales mantengan sus cuentas en paraísos fiscales o se escuden en fundaciones y fondos de dudosa transparencia y luego aparezcan en los medios respaldando proyectos de ayuda solidaria?
Importantes organizaciones como Amnistía, Oxfam, Unicef, Human Rights Watch aparecen en spots televisivos para denunciar el hambre en el mundo, enfermedades endémicas como malaria, sida o tuberculosis en esos países, cuyas materias primas son explotadas por compañías de los ricos países del Norte.
La participación de los famosos en causas humanitarias no siempre tiene un interés altruista o de justicia social. Las marcas Beckham, Jolie, Clooney, ganan valor al verse asociadas con campañas para crear un mundo mejor, escribe John Carlin. Sus posibilidades de ganar más dinero patrocinando ropa o colonia o café se incrementan.
Cuando se reflexiona sobre esos contratos con futbolistas o entrenadores que, duerman o entrenen, de día o de noche, en vacaciones o enfermos llegan a ganar más de mil euros cada minuto, uno se siente mal.
Muchas personas que trabajan en las ONG se quejan por ensuciarse las manos de esta manera. Se dan casos de cooperantes en proyectos en esos países que se indignan ante la atención que reciben los famosos que aterrizan, pasan una mañana con los olvidados de la tierra y vuelven a sus escandalosas mansiones cuando los voluntarios sociales han estado compartiendo los peligros y la pobreza día y noche, durante años. Y encima se ven obligados a dedicar muchas horas de trabajo en la organización de la invasión circense que los famosos generan.
¿Por qué, en lugar de pedir dinero para ayudar a esos pueblos empobrecidos, no denuncian la codicia de un modelo de desarrollo económico inhumano e injusto? ¿Por qué no luchan porque se supriman las subvenciones a los agricultores de Estados Unidos y de Europa para que puedan competir con sus productos esos pueblos y sociedades a las que luego se pretende “ayudar”? No es ayuda lo que necesitan sino un comercio justo, que no sean compañías multinacionales quienes explotan sus recursos naturales y su mano de obra barata, cuando no en condiciones de semiesclavitud.
¿Es comprensible que países con grandes reservas de litio, coltan, hidrocarburos, uranio, madera, níquel, bauxita, diamantes, platino, plata y oro vivan en la miseria? Hablamos de países que pasaron de una despiadada colonización a la dependencia más absoluta.
No, no es bueno mezclar churras con merinas.
José Carlos García Fajardo
Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Fundador de Solidarios para el Desarrollo