Economía

¡Libertad!

(%=Image(6351545,»R»)%)El título de esta nota, ha sido razón fundamental de innumerables luchas en la historia de la humanidad y de cambios en los regímenes sociales. Era lo que quería Bolívar y lo que quería Marx, cada uno por su lado. Es lo que se ha tenido de base en muchas revoluciones verdaderas y falsas. Pero es, también, lo que se ha ofrecido desde el pensamiento liberal en su sentido riguroso y se ha obtenido -aún con defectos- en los regímenes democráticos mejor estructurados.

Como pasa en variadas ocasiones, en nuestras latitudes -y no necesariamente por falta de inteligencia , cultura o formación- se llega rápido al extremo. Sea entendido en el caso de nuestros neoliberales extremistas o de nuestros particulares «revolucionarios». Aquellos, en la versión de varios de los vinculados al gobierno iniciado en 1989 -o segundo de Carlos Andrés Pérez- querían e intentaron imponer y desarrollar el mercado desde el Estado. Lo hicieron no tomando en cuenta otros planteamientos, cercenando la libertad de la sociedad venezolana, imponiendo ideas y políticas económicas con emotividad, ilusión, alta velocidad y en base a la comodidad que siempre permite el poder. Los «revolucionarios» actuales, por su parte, quieren concientizar y salvar a los venezolanos, imponiéndoles un modelo económico e ideas que ellos creen que los demás están obligados a aceptar, porque tienen el ejercicio del poder como gobierno, cuando realmente varios de ellos son solo zorros viejos o aprendices de revolucionarios. En este caso, también, hay un cercenamiento de la libertad.

Igualmente, el «gobierno revolucionario», cercena o amenaza la libertad al buscar imponer la sobredeterminación de lo colectivo sobre lo individual. Como siempre pasa con los extremos, sabemos que hay liberales o neoliberales que nos plantean que la solución está, de manera determinante, en el individuo. Contrariamente, las soluciones son intermedias, pues hay asuntos que -irremisiblemente- tienen un paso y un matiz individual y existen otros que solo se logran canalizar con las combinaciones de participación de sociedad civil y política o en verdaderas revoluciones culturales, tengan cualesquiera matices ideológico-políticos.

De la misma manera, cercena o amenaza la libertad el «gobierno revolucionario» actual, al querer imponer sus juicios y desprecios por la propiedad privada, desarrollando la propiedad estatal o conformando una especie de Estado invasor. Su arrebato ideológico percibe que, por ejemplo, redistribuir la propiedad de la tierra, significa generar desordenes e invasiones. Su justicialismo, por confusión, estilo, ignorancia o circunstancias se basa en el desorden.

Asimismo, cercena o amenaza la libertad el actual gobierno cuando busca convertir la educación en lo que un famoso filósofo llamó un aparato ideológico de Estado. Este debería, según los «revolucionarios», «crearle conciencia» a los estudiantes o, atropelladamente, y sin mayores consideraciones, permitirle a nuestros niños escuchar frases como la que uso el Presidente Chavez ante niños andinos, en el sentido de que hay libros que dicen muchas mentiras (cosa que puede ser de utilidad planteando un caso específico o en una discusión seria, pero muy dañina cuando lo dice quien lo dijo y como lo dijo).

Cercena o amenaza la libertad un gobierno que se ha dedicado a agredir a los medios de comunicación social, pues estos son escenarios para los disensos y posiciones contrarias a la adulación y a los apoyos irreflexivos y que además abonan -cuando de esos casos se trata- para enaltecer el significado de aquella valiosa frase: «¡Que viva la inteligencia!».

Cercena o amenaza la libertad un gobierno que llegó a ser gobierno, por la democracia -y sin sus principales líderes haber hecho cosas significativas para beneficiarse rápidamente de la concentración del poder- y que se ufana de estar llevando a cabo una revolución pacífica pero que, permanentemente, amenaza con las armas o recuerda, en expresiones de su «gran líder», que no se trata de una revolución desarmada. Algunos de los políticos de la izquierda más tradicional en Venezuela, cuando estaban plegados al antiguo bloque soviético, decían que era falsa la expresión de Mao de que «el poder nace del fusil» y, hoy día, apoyan a un gobierno invasor y perdido que se lo pasa recordándole a los venezolanos que el tiene los fusiles.

Cercena o amenaza la libertad, un gobierno que es capaz de aprobar 49 leyes sin haber tomado en cuenta de manera significativa las posiciones e interrelaciones entre los agentes económicos y sociales -cosa que es fundamental para la

economía política– y que cree que se la está comiendo porque ejecuta una idea de la consulta que es llamar a reuniones para que los otros oigan o aprueben lo que el ya tiene aprobado. Los anteriores gobiernos también hacían esto, el actual lo que ha hecho es llevarlo a un extremo.

El mejor rumbo socioeconómico que a futuro pueda tener la nación, debe apuntalarse en la independencia y la libertad individual y grupal, en la regularidad institucional, en el respeto a las leyes y a la posibilidad de elegir opciones, buscando, por consenso real, alcanzar lo que en economía se ha ubicado como dependencia de ruta. Sin extremismos, ni emotividades, puede decirse que, para alcanzar esto en la actualidad, se trata, de una lucha por la libertad.

El encaminamiento de la economía y la sociedad venezolanas son factibles. Algunos, con comodidad, piensan que hay algo así como que sufrir a Chávez. Eso podrá ser así, pero el drama es que, por solo mencionar las últimas dos décadas, ya Venezuela sufrió a Jaime Lusinchi, a Carlos Andrés Pérez II y a Rafael Caldera II.

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