Economía

Las divisas petroleras parecen causar alzheimers económico

Ahora que volvemos a tener precios petroleros «relativamente altos» (o no tan bajos como hace poco) y que los podremos mantener por algún tiempo, vuelven aparecer recetas para malgastar las divisas petroleras y así repetir errores del pasado por insistir en ignorar la incapacidad de la economía para utilizarlas eficientemente y convertirlas en recursos productivos.

Esto me evidencia la existencia del alzheimer económico en nuestro país, que mencioné en un artículo anterior y parece ser contagioso (o será que no se quiere aprender de las experiencias históricas), porque las recetas están dirigidas a repetir inevitablemente los resultados negativos del pasado que los mismos proponentes critican y consideran consecuencias de equivocados análisis y políticas económicas. Nos presentan fantasías como si fueran realidades, fundamentándolas en acusaciones (erradas) sobre imaginarios errores del pasado y en argumentaciones económicas (igualmente erradas) sobre potencialidades inexistentes del presente.

Si bien estos desaciertos petroleros provienen de las recetas propuestas por muchos comentaristas de prensa, en esta ocasión limitaré mis comentarios a las recetas del economista y amigo Maxim Ross en sus dos últimos comentarios en (%=Link(«http://www.eluniversal.com/»,»El Universal»)%) del 12 y 19 de enero, 2001 (otros comentaristas también vienen diciendo más o menos lo mismo, incluyendo a conocidos expertos petroleros que no son economistas).

Maxim Ross, refiriéndose al uso de las divisas petroleras a partir de la primera subida significativa de los precios petroleros en 1974, acusa a la «DIRIGENCIA POLITICA de no haber sabido manejar el recurso petrolero» y «a nuestra incapacidad para pensar y resolver el problema con entera claridad» por causar El Gran Desperdicio debido a dos terribles errores–«la idea de sembrar el petróleo que promovió el trasvase de recursos altamentente productivos a sectores sumamente ineficientes» y «la tesis de las indigestiones monetarias creadas por el recurso que llegó a verlo como un enemigo», ignorando (o quizás más bien negando) así las verdaderas causas del Gran Desperdicio.

Suspira con melancolía que la dictadura de Pérez Jiménez tuvo la misma virtud de dictaduras pasadas (constructoras del «Partenón y las pirámides»), «capitalizando el petróleo en una moderna infraestructura», como si eso fuera una verdadera capitalización de las divisas y como si no estuviera contemplado en la «siembra del petróleo» que el mismo Ross admite es imposible de lograr.

Y vuelve a suspirar con perplejidad e incomprensión, como en 2000 «tamaña cantidad de ingresos no movió la economía» habiéndose gastados y esfumados en «el tremendo aumento en las importaciones y la salida de capitales», como si esto no fuese reflejo de las «indigestiones monetarias» que rechaza (mientras otros caracterizan como indigestión económica o monetaria, enfermedad holandesa, reducida capacidad de absorción de recursos líquidos, bajo multiplicador petrolero y débil matriz insumo-producto).

Maxim Ross propone capitalizar el petróleo mediante la constitución de un fondo petrolero «…retirando una proporción del ingreso petrolero…10 o 20%…durante 5 o 10 años, además de una alícuota del excedente de precios…A la vuelta de 10 años…debería recibir todos los ingresos fiscales petroleros excedente». Condiciona el uso de los fondos a «…que rindan lo mismo que el petróleo: la tasa de retorno de los proyectos que financie debe ser igual o mayor que la petrolera…medida en dólares y las actividades a financiar tendrían que ser internacionalmente competitivas y generadoras de divisas (para) evitar que suceda lo mismo que con el FIV …». Sin embargo, añade que «una proporción de los recursos tendría que destinarse a financiar la reconstrucción de nuestra deteriorada infraestructura».

El Fondo de Inversiones de Venezuela fue creado en 1974 principalmente como caja de ahorro, para mantener las divisas invertidas en el exterior, porque se sabía que la capacidad de absorción de la economía nacional no permitiría la utilización eficiente y productiva en el corto plazo de las cuantiosas divisas petroleras producidas por el alza de los precios. Sin embargo, bajo ciertas condiciones excepcionales y criterios estrictos de rentabilidad (competitividad) y generación de divisas, se permitiría el financiamiento del componente externo (exclusivamente divisas) de algunos grandes proyectos, mientras se expandía la capacidad de absorción y se generaban nuevos proyectos rentables generadores de divisas. Es decir, con los mismos criterios que propone Ross en 2000, pero sin la locura de usar los recursos antes de expandir la capacidad de absorción, ni de financiar infraestructura, como propone Ross contradiciéndose, porque la construcción o reconstrucción de infraestructura no es compatible con una tasa de retorno igual o mayor a la petrolera y no es generadora de divisas (pero además, sólo el componente externo de una porción de la infraestructura podría calificar).

Las divisas petroleras únicamente representan capacidad de importación. Su conversión a bolívares tiene el mismo efecto inflacionario que cualquier expansión monetaria (inorgánica, para usar un término que gusta a muchos economistas, a pesar de no tener sentido), excepto que tiene de respaldo la válvula de escape que representan esas divisas para satisfacer la demanda inflada mediante importaciones y salidas de capital, cuyo uso exagerado es precisamente indicador de la incapacidad de absorción (o la indigestión monetaria).

La utilización eficiente de esa capacidad de importación, como proviene de un recurso no renovable, se mide por la conversión de las divisas (recurso liquido) en bienes de capital (recurso productivo) para lograr el propósito de «capitalizar el petróleo». Pero este ritmo de conversión tiene poco que ver con el ritmo en que las divisas se conviertan en bolívares, existiendo un desfase de tiempo más o menos largo entre ambos. Se presentan graves consecuencias cuando la conversión de divisas en bolívares excede el crecimiento real de la inversión (formación de capital) y, por tanto, de la capacidad de producción. Esto tiene que ver fundamentalmente con la productividad de los factores de producción, especialmente del capital (pero también del recurso humano y la capacidad gerencial y de organización), entre otras razones. Los coeficientes incrementales y promedio capital/producto y trabajo/producto sirven como indicadores de eficiencia o ineficiencia.

El FIV se convirtió en problema a los 9 meses de su creación, cuando se modificó el estatuto para reducir el flujo de divisas que lo alimentaban (dejando más para la conversión en bolívares y el presupuesto y consumo nacionales) y para ampliar y aumentar el financiamiento de proyectos en el corto plazo (incluyendo los que menciona Ross y la infraestructura, y eliminando la restricción al componente externo de los proyectos).

Como miembro fundador de Directorio del FIV, participé en su instalación y formulación inicial de criterios y políticas operativas. Renuncié antes de cumplir el año por no estar de acuerdo con las modificaciones del estatuto para permitir lo que se vuelve a proponer en las recetas del 2001—el derroche inmediato de los recursos por no dar tiempo para materializar la expansión necesaria de la economía que le permita absorber las divisas eficiente y productivamente.

La debacle económica que hemos vivido durante los últimos años ha destruido capacidad de absorción y anulado el poco crecimiento que pudo gozar en años anteriores, disminuyéndola quizás a niveles similares a los de 1974. La productividad de los factores de producción, incluyendo aspectos de organización y gerencia, también se ha visto seriamente afectada y sensiblemente disminuida. Y aunque no he visto estudios sobre la matriz insumo-producto, estoy seguro que se mantiene tan escasa e incompleta como la que elaboramos hace 30 años en las investigaciones que desarrollamos en (%=Link(«http://www.ucv.ve/CENDES/main.html»,»CENDES»)%) para el proyecto Estilos de Desarrollo.

No debemos cometer el error de creer que, con el pasar del tiempo, estos obstáculos (o restricciones) al crecimiento de la economía han sido necesariamente superados y que por la magia de Mandrake podemos darle un chispazo de arranque a la economía y aumentar de inmediato la absorción de las cuantiosas divisas que tenemos con la eficiencia y productividad que todos quisiéramos. Intentarlo es repetir los errores del pasado, pero con impacto mucho más serio y profundo. Es preferible ser cauto y ‘errar’ por defecto que por exceso.

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