La pérdida de empuje de la economía de los EEUU y sus posibles consecuencias
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La Reserva Federal americana se encuentra ante un dilema de muy difícil solución, tanto en el presente cómo aún más en el futuro. Se trata de fijar una política monetaria que resulte efectiva en mantener la inflación bajo control y, al mismo tempo, que permita revertir la creciente tendencia, observada desde hace ya algo más de tres décadas, la cual marca una lenta pero casi ininterrumpida reducción de la tasa de crecimiento económico de los EE.UU.
En efecto, recordemos que mientras hace unos 40 años, el PIB de la primera economía mundial crecía a un ritmo satisfactorio, cercano al 4% anual, éste comenzó a reducirse paulatinamente, a partir de principios de los 70, con un breve realce ocurrido durante el segundo quinquenio de los años 90, hasta descender, en los últimos años, a niveles cercanos e incluso inferiores al 3%. Las expectativas, correspondientes al tercer trimestre del año en curso, giran alrededor del 2.8% y todo indica que ellas son aún menos prometedoras para el 2007.
De acuerdo con lo publicado la semana pasada en The Economist, análisis con el cual estamos básicamente de acuerdo, la explicación principal del descenso del PIB, antes citado, se halla en dos elementos fundamentales. Ellos serían: la creciente escasez del factor trabajo (L) y el aumento cada vez menos significativo de su productividad. El primero de los factores antes nombrados tiene su origen tanto en el envejecimiento de la población, al considerar que la generación conocida como la de los “baby-boomers” se está acercando a su edad de jubilación, cómo por la renuencia creciente de los jóvenes y mujeres a trabajar, por una parte, así como por la creciente hostilidad demostrada por el gobierno de los EE.UU. hacia los inmigrantes, por la otra.
La reducción de la mano de obra disponible, así como de sus índices de productividad, hace que el número, diseño y variedad de productos manufacturados en ese país disminuya y sea cada vez menos competitivo. Esto resulta cierto y en forma creciente, tanto en el mercado nacional como en el internacional. De allí que el déficit de la balanza comercial de los EE.UU. haya venido aumentando constante y considerablemente, a lo largo de estos últimos años, hasta alcazar actualmente niveles, nunca antes imaginados, de casi un billón métrico – trillón americano – de dólares por año.
Si al déficit antes citado, le sumamos el de origen fiscal, el cual reviste proporciones igualmente preocupantes, nos encontraremos, en algún momento, frente a la necesidad de que ese país permita un deslizamiento, amplio y progresivo, de su moneda hacia niveles más bajos. Sólo de esa manera, los EE.UU. podrán, a mediano plazo, aumentar la competitividad de sus productos en el exterior y reducir la de los foráneos en su proprio territorio.
No obstante y allí el dilema al que se enfrenta la Reserva Federal y al que hicimos alusión al comienzo. El mismo consiste en el hecho que al renunciar, tal como lo decidiera esa prestigiosa institución en días recientes, a elevar de nuevo las tasas “cortas” de interés, manteniéndolas al 5.25% p.a., ella prefiere claramente arriesgar un aumento moderado de la inflación antes que renunciar a tratar de revitalizar la economía. A raiz de ese anuncio, los agentes económicos podrían percibirlo como una señal negativa, temiendo así la aproximación de una crisis económica de mayor o menor envergadura y duración. De averarse lo anterior, ello podría impulsarles a optar por la liquidación, cuando menos parcial, de sus posiciones en dólares e invertir esos capitales en otras monedas y en otros mercados financieros, bien sea en Europa o en Asia.
En el caso de que la situación futura llegase a evolucionar en ese sentido, las finanzas del gobierno de los EE.UU. se verían doblemente penalizadas. Por un lado, la crisis reduciría los ingresos fiscales y forzaría una reducción equivalente de los gastos, lo cual afectaría seguramente la instrumentación de las reformas tan necesarias y desde hace tanto tiempo esperadas, en el campo de la educación, formación, salud y de las pensiones. Por otro lado, la menor entrada de capitales especulativos y directos extranjeros contribuiría a agravar considerablemente la estabilidad de la moneda y a profundizar la crisis económica, con la consiguiente conformación de un peligroso círculo vicioso, del cual es posible salir sólo a base de medidas dolorosas. No obstante, medidas de ese tipo, por su impopularidad, no son de fácil adopción por parte de políticos y gobernantes, debido a lo cual la salida de ese círculo vicioso se haría aún más cuesta arriba y lento. Mientras ello ocurre, la población de los EE.UU. en general, pero sobre todo sus ciudadanos más económicamente vulnerables, verían disminuir su poder adquisitivo y, en consecuencia, su nivel de vida.
Finalmente, cabe recordar que de presentarse la situación aquí descrita a grandes rasgos, los países de la Unión Europea se verían igualmente afectados, pues aún sigue siendo válida la conocida expresión que reza : « Cuando en materia económica los EE.UU. estornudan, Europa contrae la gripe ». De allí, la urgencia que reviste para los países latinoamericanos lograr la consolidación de un bloque económico-comercial importante el cual, al poder ejercer un mayor grado de influencia en los mercados internacionales, le permita defenderse mejor ante esas eventualidades, cuya ocurrencia, a mediano o largo plazo, resultaría seguramente peligroso descartar.
* Ing. Químico – University of Oklahoma at Norman (1958).
PhD. en Ciencias Económicas – Université Paris IX-Dauphine (2000) .
Investigador Asociado a la Escuela Doctoral – Université Paris IX-Dauphine