Economía

La otra cara del apartheid

Siempre que nos referimos a la discriminación sistemática que aplica la revolución a todo el que piense diferente, pensamos en la enorme cantidad de profesionales valiosos que han sido despedidos. Es lógico que así sea porque son los que han sufrido en carne propia los efectos de una segregación totalitaria que ha cambiado radicalmente sus vidas. Los 20.000 trabajadores de PDVSA son emblemáticos al respecto, pero son muchos más y los tenemos en todas las instituciones. Montones de venezolanos que han perdido su trabajo y son víctimas junto con las organizaciones que han desperdiciado su talento.

Pero este artículo no se dedica a los que se han ido sino a los que se han quedado. Desde que se hizo evidente que tener opiniones propias era peligroso, se puede estimar que por cada disidente debe haber 4 o 5 profesionales en instituciones públicas que han optado por callarse para conservar su empleo. Hay que reconocer que es el comportamiento más lógico. Es difícil optar por retirarse y salir al mercado de trabajo en un sector privado que se está encogiendo año tras año. Es mucho más razonable someterse y pasar agachado, tratando de humillarse lo menos posible, pero cuidándose de no decir nada que suene neoliberal o contrario a los principios sagrados de la revolución. Lo peor es que son principios volubles y cambiantes, en consecuencia, lo mejor es ser reactivo y remar para donde vaya la corriente.

El sector eléctrico constituye un buen ejemplo al respecto. No me he encontrado un solo profesional que defienda la llamada “generación distribuida”, pero cuando les preguntas por qué no exponen su criterio y se oponen a la misma se encogen de hombros y responden que eso viene de arriba. Es lo mismo que decir que viene de los asesores cubanos, los cuales no sólo recomiendan la solución sino que hacen negocios como intermediarios en la adquisición de los equipos. Alguno se atrevió a decirme: “tienen que pagarnos el petróleo que les mandamos”. En este ejemplo en particular la línea que dicta la revolución no tiene un pelo de socialista, es un tema técnico que tiene que ver con la definición de una escala adecuada para atender a un problema. La línea se aparta de cualquier principio revolucionario y se asocia con un compromiso con el gran socio ideológico del proceso, a pesar de que sus planteamientos surjan de unas condiciones muy distintas a las nuestras y resulten inconvenientes en nuestra realidad.

Ejemplos como éste sobran y nuestros profesionales, que en el tema eléctrico están mucho mejor formados que los asesores, se callan y se calan todo lo que venga. Obviamente la situación es frustrante para ellos, no hay peor Gulag que el que se apropia de la conciencia. Pero también es dramática para nuestras organizaciones. Cualquier empresa que caiga en esta práctica se condena a perder la capacidad de generar ideas. El apartheit convierte a los profesionales en eunucos, en consecuencia no se les puede pedir que preñen.

A esto se suma el cortoplacismo mediático de la revolución que obliga a presentar anuncios y promesas día tras día. En estas circunstancias sufre la reflexión y la visión de largo plazo. La planificación queda reducida a producir los acartonados mensajes “socialistas”, que tienen mucho más de propaganda que de visión empresarial. Hay que reconocer que resulta cuesta arriba producir ideas “socialistas” en sectores como el petrolero, petroquímico, eléctrico o siderúrgico, mucho más cuando los que conocen el sector se callan y esperan a ver cuál es la línea. Es claro que los asesores cubanos tienen poco que ofrecer en cualquiera de estas áreas. Ojalá los concentráramos en atender nuestro deporte a ver si nos ayudan a formar un Alberto Juantorena.

En definitiva, esta otra cara del apartheit revolucionario no afecta económicamente (por ahora) a la gente, que sigue cobrando 15 y último, pero es demoledora para nuestras empresas

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