La OEA, Pilatos y la economía venezolana
“Con OEA o sin OEA ya ganamos la pelea”. Así se expresaba el cantante cubano Carlos Puebla en aquellos tiempos en que, de manera frecuente, Fidel Castro hablaba de la prostituida OEA, cuando quería resaltar la alta influencia de los EE.UU. en las decisiones y acciones del organismo. Parafraseando a aquel cantante, tal expresión puede aplicarse para Venezuela en sus condiciones de alta conflictividad política y económica, pues lo que se juega es la libertad y la estructura del régimen socioeconómico. Se trata no sólo de que la mayoría de los venezolanos no quieren el colectivismo sino que, el seguro fracaso futuro de este último, en las gestiones de personajes como los que hoy día detentan el poder político, nos llevaría a recoger, ya no el desarrollo perdido -que es de por sí es una ardua labor- y a enrumbar la economía por una ruta de consenso, sino -en ese caso- los pedazos y destrozos previsibles de la nación y la economía.
Cesar Gaviria le ha venido a presentar a los venezolanos las posibilidades nulas para actuar si los gobiernos no lo ayudan -cosa en parte cierta-, o que no tiene fuerza para materializar su convencimiento de que sí se deben hacer elecciones. Como diplomático -y paisa- se nos presenta impotente ante la cerrada posición del gobierno venezolano. Pero, además, se sabe que el contexto de estas posiciones e insinuaciones atañen a los intereses de EE.UU. de algo así como dejar tranquila la problemática venezolana, mientras eso pueda garantizar sus gestiones y necesidades, ante la bastante factible guerra con Irak. Un gobierno vacilador y mentiroso, se encuentra así a un Pilatos que le crea a la aplicación de la Carta Democrática una especie de colchón de rebote. La experiencia le demostrará al “Gran Líder”, cuando de su soledad y caída se trate, que la diplomacia pasará por sobre su ignorancia para decirle “se hizo lo que se pudo”.
Mientras, el significativo empuje de la oposición, expresado en una marcha increíble -pero muy real- como la del 10 de octubre, en un paro exitoso como el del 21 del mismo mes y en los efluvios variopintos, pero con un objetivo común, reunidos en la plaza Altamira desde el 22 de los corrientes, seguirá enfrentándose a unos políticos acomodados y necios que creen que engañan a los demás.
La economía, por su lado, seguirá brindando fracasos tempranos o cercanos, mientras el ministro de panificación y desarrollo, Felipe Pérez, ha pasado a tener, manejar y percibir su dólar particular, el cual reacciona favorablemente a sus designios o predicciones hasta en escenarios tan particulares como el del día de la marcha del 10 de octubre ya señalada, pues, al final de esa tarde, nos dijo que el mercado cambiario al percibir que la actitud de la marcha era pacifista y no golpista, se expresó en una baja del precio del dólar. Un mercado que sigue expresando desconfianza, pero también el alto grado de intervención del Ejecutivo, ha pasado a ser usado por el ministro señalado para aplicar sus particulares ideas sin importar el alto grado de empobrecimiento de la economía y la ciudadanía y como el mismo sigue expresando la profunda problemática de la elaboración de la política económica y la ausencia de una estrategia de desarrollo.
El problema es de los venezolanos. No del secretario de la OEA, ni de los EE.UU., y ni siquiera de los cubanos, pues estos últimos también saben ser pragmáticos y apechugarse en el espíritu del Fidel Castro de los años 2000, que busca inversiones y capitalistas para que inviertan en su Isla.
La velocidad de la dinámica económica y política, y particularmente el desempleo, la informalidad, la falta de obras, la corrupción, el descaro, la mentira y la desfachatez le tienen marcada una significativa cadencia a un régimen político fracasado, que el presidente Chávez cree que lo compensa el decir que hay que trabajar, después que la economía lleva cuatro años perdidos.