La feria de la plaza
Juan Liscano expresó en una ocasión que veía y escribía sobre Venezuela haciendo observaciones desde el segundo piso de su oficina en la avenida Urdaneta. . Ojalá yo pudiese tener esa capacidad. Necesito un panorama algo más amplio para hacerlo. Hoy amaneció la plaza de Turmero llena de toldos. Afanosamente, Funes, diligente obrero de la Alcaldía barría con una hoja de palma, a manera de escoba, el siempre inmundo piso de la Plaza Mariño. Ya estaban instalados algunos toldos similares a los que se utilizan en las fiestas aunque sin ornamentación. A media mañana acudí al evento. Eran integrantes de diversas misiones que se agruparon, luciendo sus correspondientes cachuchas rojas, para dar a conocer sus logros. Inicié mi recorrido “placero”. En el primer toldo exhibían hortalizas. Unas auyamas, algunas lechozas, paqueticos de cebollín y ajo porro, así como bolsitas con ají dulce y picante. Adquirí una de las primeras. Había sido empacada en una bolsita plástica. Escrupulosamente pesada: 250 gramos. Como adorno o reclamo publicitario una prolija estrella, recortada en el imperialista “foamy” en la cual se lee: “la 8va estrella”. Más adelante había un “stand” dedicado a derivados lácteos en el cual exhibían unos vasos plásticos de yogurt, obtenido según una de las vendedoras a partir de leche en polvo (importada por supuesto) y unas cremas que según la informante eran de purita leche de vaca. La próxima venta correspondía a “cárnicos”. Unos chorizos empacados en platos plásticos (de foamy), cubiertos con “plast film o envoplast” (todo gringo). El precio no era atractivo. El aspecto satisfactorio. Después venían postres diversos, plato navideño (Bs. 4.000,00), cerámicas de molde, agencia turística y panes caseros. Mi mal y fracasado paso por la Escuela de Psicología me dio la facilidad de comprender el sentido de la empatía que, utilizando términos coloquiales es ponerse en los zapatos del otro. Vi la estrellita de foamy que publicitaba los ajíes y me puse en los zapatos de esas personas que participan en esa feria. Cuántas ilusiones; cuantos deseos de progresar; cuantas necesidades se proyectan satisfacer… Pero comenzaron mis preguntas. ¿Cuan productivo puede ser cualquiera de esas actividades? ¿Son competitivas? Porque el ají que compré estaba más caro que en el supermercado de los chinos. Un pan de esos que venden, manufacturado con harina imperialista, en moldes de pan “de sándwich” ¿competirá con el que vende la panadería dirigida por Misael? Ese pan de jamón amasado a mano y horneado cuando mucho en un “horno de gavetas”, le latirá en la cueva con los que hornean en un horno moderno, con inyección de vapor de agua y mediciones exactas de temperatura? ¿Y esa cerámica, horneada en hornos gringos o franceses, pintada con pinturas inglesas, competirá con las que venden en las tiendas tipo 999, que importadas de China, se venden hasta en 2 piezas por Bs. 1.000,oo Tras terminar esas preguntas, se apoderó de mí un sentimiento de tristeza. Muy pocas de esas cooperativas sobrevivirán. Abundarán las desilusiones y surgirán más odios. Morirán las esperanzas hasta que “otro hombre a caballo” nos vuelva a ilusionar y volvamos a darle una cuota de poder, que en el caso de que sea un hombre honesto, muy pronto se desilusionará ante la incompetencia de quienes le rodearán. Y se repetirá el ciclo, dándole la razón al viejo amigo de San Felipe, Manuel Eduardo Cordero, quien en medio de uno de nuestros reencuentros expresó que siempre seríamos el patio trasero de una potencia.
No soy economista y poco de ese asunto he estudiado pero creo que con panes de jamón, cilantro, cebollín y chorizos no vamos a ninguna parte. Las grandes potencias mundiales exportan; tienen industrias que transforman materias primas, si compradas baratas a otros, mejor. Son competitivos y productivos. Se desarrollan dentro de un mercado mundial en el cual han de ofrecer calidad y precio. Venezuela es todo lo contrario. Buhoneros por doquier que no se transarían por un salario mínimo, insuficiente para mantener una familia. Alquiler de celulares, venta de CDS y DVDS quemados, comercialización de jeans contrabandeados y de paso con marcas falsificadas; taxis sin control, manejados por profesionales universitarios y el olor sincrético de los palitos de incienso hindú con el de la parrilla con yuca y la cachapa con queso. Algunas veces oigo al gobernador de mi estado (Aragua) en los actos de graduación de los policías. Les hace una serie de preguntas; edad, lugar de nacimiento pero la más curiosa es ¿Y cual es tu profesión? A lo cual responden: TSU en informática, en Mercadeo, en Electrónica o Profesor graduado en el Pedagógico y hasta uno que otro abogado. ¿Es o no un contrasentido que profesionales especializados en esas áreas se desempeñen como policías? Y no estoy despreciando a la policía. Un policía debe tener formación profesional como policía y luego especializarse en otras áreas. No lo contrario porque eso no significa otra cosa que trató de obtener empleo acorde a sus conocimientos y no lo obtuvo. Si su inclinación era ser policía, se hubiesen inscrito en una Academia de Policía y no en una Universidad para graduarse como especialistas en otra cosa.
Indudablemente vamos por mal camino. Es natural que se trate de aplacar las necesidades de un pueblo pero paralelamente se debe hacer todo lo necesario para que ese pueblo viva decentemente de un empleo o de una industria propia, productiva y competitiva, que ese obrero o industrial en ciernes cuente en su futuro con todos los beneficios que merece quien ha trabajado toda una vida. No será un logro del populismo…