La contradicción de Chávez
El presidente Hugo Chávez está atrapado en una contradicción que está minando su acción de gobierno. He aquí la contradicción: su deseo de acabar con todo vestigio de propiedad privada y de economía y mercado y la utilidad que el sistema de propiedad privada hoy le proporciona, en cuanto al abastecimiento de bienes y la provisión de servicios. Ello es lo que explica en que en muchos casos, con sus conocimiento básicos de marxismo aprendidos a última hora, diserte acerca de las falencias del capitalismo, sobre la plusvalía como categoría de la economía política clásica, la explotación de los trabajadores por parte de los capitalistas y al día siguiente alabe a los empresarios, reconozca la propiedad privada y haga llamados a los empresarios a realizar inversiones en Venezuela, es decir a explotar a sus trabajadores. Esto constituye un dilema insalvable, equivalente a manejar un vehículo con pie en el acelerador y el otro pie en el freno. Si el discursos de Chávez fuese congruente con la práctica del gobierno, ya hace rato habría acabado con lo que queda de propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales de Venezuela. ¿Por qué no lo ha hecho? Por razones tácticas. Porque no ha llegado el momento todavía. Así de simple. Su avance es gradual debido a que no tiene la fuerza política suficiente para hacerlo ni cuenta con el apoyo para medidas más radicales, no por su falta de convencimiento. El dogma marxista es muy claro: la propiedad privada es la base del capitalismo y tiene que ser exterminada para lo cual se requiere un sistema autocrático en lo político. De otra manera ella termina venciendo en la medida en que el mercado persista como regidor del comportamiento de la economía. La propiedad engendra más propiedad, los pequeños propietarios quieren crecer y hacerse grandes y con ello el esquema socio económico basado en la propiedad con sus consiguientes valores de democracia política, separación de poderes y libertad de prensa, se impone y reproduce como medio de vida. Aunque la interpretación marxista de la sociedad es mucho más compleja, fue Lenin quien la simplificó y la transformó en una práctica para la toma y la administración del poder político. Por esa razón en todas las experiencias socialistas conocidas prevaleció el marxismo-leninismo como modo de gobierno, que asombrosamente Chávez reivindica, sin percatarse de los horrores en que degeneraron esos episodios en la antigua Unión Soviética y sus países satélites. Así como no se puede ser cristiano sin reconocer la unicidad de Dios y su profeta en la tierra, nadie puede ser marxista sin convencerse de que la propiedad privada de los medios de producción debe ser abolida. En ese sentido la fuerza política más coherente de las que apoyan al gobierno es la del Partido Comunista que desde hace un buen rato viene abogando por la estatización de la banca, la industria y el comercio, para procurar repetir en Venezuela el ensayo soviético en el siglo XXI. Tarea complicada la que tiene Chávez entre manos. Por eso apela a su elenco de empresarios a los cuales mantiene durante horas dictándole una especie de curso intensivo de marxismo-leninismo, en cada una de sus cadenas de radio y televisión, algo que con una lectura de un par de páginas quedaría suficientemente clarificado. Cada vez que se ve en dificultades porque la opinión pública se fatiga de su discurso confrontacional, muestra Chávez su cara de dialogante y sube al estrado de Miraflores al quinteto Vollmer, Cudemus, Pérez Abad, Campos y Belandia para que le sirvan de espalderos en su intento de reconexión con una parte importante del país, que al ver el apellido Vollmer a la diestra del Presidente puede concluir que después de todo no es tan temible el presidente que un miembro de la alcurnia oligárquica venezolana respalda al mandatario. Vollmer funge como buen vocero oficioso del gobierno frente a una baja sensible que sufrieron los empresarios socialistas cuando su líder máximo y jefe de Empreven, Alejandro Uzcátegui, avisado oportunamente se dio a la fuga, en una muestra de confianza plena en la justicia venezolana, antes de que la policía lo atrapara como socio de Arnee Chacón. Fugitivo Uzcátegui, alguien debía tomar el testigo de los nuevos empresarios y nada mejor que un Vollmer. Pero como cada quien defiende lo suyo y busca lo que cree le corresponde de la renta petrolera, el quinteto está muy lejos de andar pensando en utopías gaseosas y en proyectos que saben irrealizables como esa quimera llamada el socialismo del siglo XXI. Su proyecto son los créditos baratos que otorga el gobierno, por esa razón el auditorio desde donde el presidente Chávez anunció que los intereses bancarios para los préstamos se rebajarían a la mitad, casi se derrumba por los aplausos. Mientras escuchaban la clase magistral del presidente, funcionó más de una calculadora mental sacando cuenta sobre qué hacer con ese dinero constante y sonante del Fondo Bicentenario, especie de mina a la cual hay que explotar rápidamente. Propietarios y empresarios unos, gestores otros, el quinteto al fin y al cabo está más cerca de la defensa de la propiedad privada que del socialismo.