Joseph Stiglitz, un hombre honesto
Pienso que nuestro malestar consiste en no saber lo que queremos y matarnos por alcanzarlo. El Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, ha escrito un libro apasionante titulado «El malestar de la globalización». James Galbraith lo ha definido como «una guía sobre el mal gobierno de la globalización. Stiglitz lo ha visto de cerca, sabe de lo que habla y lo explica de un modo sencillo». Sólo los sabios se expresan con claridad, pues de la abundancia del corazón hablan sus bocas.
A todos mis alumnos y ex alumnos les he enviado copia de la espléndida entrevista que le hizo la periodista Sol Alameda y que publicó el diario español «El País». No tiene desperdicio. Se siente la complicidad entre la formidable periodista española y el genial economista justo que fue cocinero antes que fraile y sabe lo que pasa en las cocinas del BM y del FMI. No en vano fue vicepresidente del primero y asesor del presidente Clinton antes de ser galardonado en 2001 con el máximo premio del mundo de la economía.
«La globalización puede ser una fuerza benéfica -dice- pero hay que replantearse profundamente cómo ha sido gestionada». Y, más adelante, «El FMI y el Tesoro de EEUU aprovechan la situación de los países en crisis para promover su ideología y sus intereses». De ahí que los jefes de Gobierno de países en desarrollo tengan miedo a enfrentarse al FMI porque temen que les castiguen que se venguen.
Desde su atalaya como docente universitario y después de su experiencia de gobierno escribe sin prejuicios: «Siempre me había interesado el desarrollo económico, pero lo que vi entonces –en la Casa Blanca y en el Banco Mundial (entre 1993 y 1997)– cambió radicalmente mi visión, tanto de la globalización como del desarrollo. Escribo este libro porque en el Banco Mundial comprobé de primera mano el efecto devastador que la globalización puede tener sobre los países en desarrollo, y especialmente sobre los pobres de esos países. Creo que la globalización –la supresión de las barreras al libre comercio y la mayor integración de las economías nacionales– puede ser una fuerza benéfica, y su potencial es el enriquecimiento de todos, particularmente de los pobres; pero también creo que para que esto suceda es necesario replantearse profundamente el modo en que la globalización ha sido gestionada, incluyendo los acuerdos comerciales internacionales que tan importante papel han desempeñado en la eliminación de dichas barreras, y las políticas impuestas a los países en desarrollo en el transcurso de la globalización».
Stiglitz denunció duramente el escándalo Enron que, en otros países menos poderosos y desarrollados que EEUU, hubiera provocado una avalancha de dimisiones políticas pues no era sino la punta del iceberg como lo demuestra el nuevo escándalo de WorldCom y los que se avecinan en el poderoso mundo de las comunicaciones, las industrias armamentista y energética para dar paso a la denuncia de la opaca pero todopoderosa trama financiera que las sustenta. Si la prestigiosa auditora Andersen ha caído en la más vergonzosa de las colusiones con el poder económico que se supone debería controlar, esperemos importantes revelaciones que echarán por tierra los excesos de la imaginación. Una vez más, se puede engañar a algunos durante un tiempo pero no a todos permanentemente.
Parecía que las denuncias de los Grupos de Resistencia Global eran cosa de «violentos antisistema, anarquistas y gamberros – dice Sol Alameda- que quieren acabar con todo». Lo importante es que un Nobel de Economía, asesor del Presidente de EEUU y vicepresidente del Banco Mundial se decida a «tirar de la manta» y explique, razone y denuncie una situación de malestar y de injusticia social de dimensiones mundiales. Hasta ahora estas cosas las leíamos y escuchábamos de labios de los llamados líderes antiglobalización: N. Chomsky, Sami Naïr, Ramonet, Petrella, Susan George, Joaquín Estefanía, Carlos Taibo, Cassen, Vivian Forrester, el también Nobel de Economía Amartya Sen, el ex Director General de la UNESCO Mayor Zaragoza o mujeres excepcionales como Mary Robinson o la Directora de la OMS Grö Harlem y tantos otros. Pero la denuncia de Joseph Stiglitz es demoledora por sus datos, su estilo y su transparencia cuando afirma que «la política económica es responsable de las grandes diferencias en la vida de la gente. Buenas políticas económicas pueden provocar una vida mejor, malas políticas la empeoran. Es obvio, pero hay que repetirlo una y otra vez».
Lo más terrible que podría sucedernos es lo que Mayor Zaragoza denomina el «irremedismo» cuando aborda estos fundamentales problemas en «Los Nudos gordianos». Como bien sabemos, el gran Alejandro resolvió el problema cortándolos con su espada.
Nosotros todavía poseemos la espada de la palabra, del grito, de la denuncia y de la propuesta alternativa por otro mundo más justo y solidario. Callar en tiempo de injusticia social es convertirnos en cómplices del sistema porque, encima, esta loca carrera neoliberal impuesta por el pensamiento único y los grupos de poder que la animan no tiene futuro. De ahí que prestigiosos académicos no vacilen en ver en ella elementos totalitarios de un nuevo orden que no tiene nombre pero que huye de la luz como la enfermedad y la locura.
Que nadie se engañe con la envoltura aparentemente democrática de los poderes que rigen el mundo porque se apoyan en la fuerza de las armas, del dinero y de la explotación de los más débiles. El repunte totalitario que se avizora no es repetición de los fascismos o de comunismos obsoletos, sino la imposición de la razón de la fuerza sobre la fuerza del diálogo. Como tampoco Napoleón reprodujo el esquema de Luis XIV, de Federico o de Catalina para implantar un nuevo imperialismo en nombre de los más preclaros valores republicanos de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad entre todos los pueblos.
*Presidente de la ONG Solidarios y Director del CCS