James Tobin y el impuesto que lleva su nombre
Este distinguido personaje, premio Nobel de Economía 1981, quien hiciera todos sus estudios en Harvard hasta alcanzar el doctorado (Ph.D) en 1947, se conoce como el economista keynesiano estadounidense más distinguido. De allí que se encuentre también formando parte de los críticos más severos de la corriente monetarista que encabeza Milton Friedman. En efecto,(%=Link(«http://www.eumed.net/cursecon/textos/tobin-antiglob.htm»,»Tobin»)%) no ha dejado nunca de sostener la tesis que la teoría keynesiana original, relacionada con la determinación del ingreso, puede ser aplicada, por extensión, a la comprensión y tratamiento de la problemática macroeconómica surgida a partir de la década de los 80.
El premio Nobel le fue otorgado por su larga y meritoria labor teórica sobre la elasticidad-intereses de la demanda de dinero, por sus estudios empíricos sobre consumo y ahorro, sobre el análisis de cómo las variables financieras afectan la propensión al gasto, por la incorporación de la variables dinero y ciclo de negocios a sus modelos econométricos que intentan determinar el crecimiento económico, por su posición crítica a las bases teóricas que sustentan el monetarismo y, finalmente, por su defensa del control de la demanda, en oposición a las conclusiones adversas de la «nueva macroeconomía clásica» que hasta hace poco representaba el «pensamiento único».
Su respuesta a la corriente monetarista consiste esencialmente en demostrar, tal como concluye en el artículo que sintetiza todo su trabajo anterior sobre flujos financieros (%=Link(«http://netec.mcc.ac.uk/WoPEc/data/Articles/mcbjmoncbv:1:y:1969:i:1:p:15-29.html»,»A General Equilibrium Approach to Monetary Theory»)%). In: Journal of Money, Credit and Banking, febrero 1969), que la manera mediante la cual la demanda agregada puede ser principalmente afectada, por eventos ocurridos en el sector financiero, es a través de los cambios producidos en el costo de sustitución de los activos empresariales. No obstante, Tobin reconoce que la política monetaria también puede conducir a los mismos resultados, al influir sobre las tasas de inflación y desempleo, pero no admite que sea la única vía posible. En efecto, sus análisis demuestran que ellos se pueden igualmente obtener como producto de cambios derivados de la preferencia del agente económico por activos basados en dinero efectivo, bonos o acciones. En consecuencia, Tobin concluye que la política monetaria es sólo uno de los elementos a ser tomados en cuenta, sin ser necesariamente el más importante.
Al dedicarse a estudiar el grave problema de la pobreza y a pesar de sus grandes diferencias con M. Friedman en materia monetaria, Tobin comparte su propuesta consistente en establecer un ingreso personal, anual, mínimo garantizado bajo forma de impuesto sobre la renta negativo. Otras áreas de la economía, tratadas por J. Tobin, son las relacionadas con la deuda pública y su manejo, así como las políticas activas para estimular el crecimiento económico.
Paradójicamente, no obstante su largo e importante trabajo en los campos de las ciencias económicas antes brevemente descritos, el nombre de Tobin se hace amplia y mundialmente conocido por el impuesto que lleva su nombre (tax Tobin) el cual, según su proyecto (%=Link(«http://www.globalpolicy.org/socecon/glotax/currtax/original.htm» ,»A proposal for international monetary reform»)%), Eastern Economic Journal, vol.4, 1978, p.153-159), debería pechar todas las transacciones financieras especulativas internacionales. La aplicación de ese impuesto persigue reducir la enorme vulnerabilidad de los países emergentes a la volatilidad de los bruscos y masivos desplazamientos de inversiones especulativas colocadas a corto plazo, los cuales han provocado, en algunos de ellos, crisis económicas tan profundas como prolongadas que han impuesto enormes externalidades y, por ende, cargas muy costosas a sus poblaciones. En claro apoyo de esta afirmación, podemos citar la crisis mexicana de 1994 y su efecto «tequila» sobre la economía argentina , la que afectó tres años más tarde a todo el sur- este asiático y que tuvo su origen en Tailandia, la crisis rusa de 1998 y, últimamente en 2001, la «debacle «argentina.
Podemos afirmar, sin ambigüedades, que todas estas crisis han tenido una causa fundamental común, cual es la liberación prematura y no adecuadamente reglamentada de sus mercados financieros, sin que antes sus economías hubiesen alcanzado la madurez y la fortaleza necesarias que les permitiese protegerse ante las grandes y súbitas fluctuaciones y, en consecuencia, contra los estragos económicos que los retiros masivos, imprevistos, de capitales especulativos de corto plazo pueden ocasionar en sus cuentas de capital. Concordamos con otro economista, Joseph Stiglitz, también galardonado en 1998 con el premio Nobel de Economía, quien opina que al producirse externalidades masivas, especialmente en un país emergente, las intervenciones reguladoras del Estado, en las áreas fiscal y bancaria, son deseables. Además, en su trabajo («Using tax policy to curb speculative short-term trading», Journal of Financial Services Research, vol.3, n°2-3, 1989, p. 101-115), el autor sostiene que, en lugar de oponerse a esas intervenciones, las instituciones financieras internacionales, así como aquellas de vocación multilateral, deberían actuar en la promoción de su eficacia. Pero por el contrario, como es ampliamente conocido, el FMI ha persistido en obligar a los países en desarrollo, necesitados de su auxilio financiero, a abrir sus mercados de capital, sin restricción alguna, condición sine qua non incluida en el Consenso de Wahington.
No obstante, justo es reconocer que desde hace algunos años, ante los repetidos fracasos del FMI principalmente, al propiciar, en lugar de evitar, varias de las peores crisis que han afectado a varios países y regiones del mundo, desde la década de los 80, algunas autoridades norteamericanas y europeas han venido interesándose cada vez más en la instrumentación, en escala planetaria, de un impuesto de tipo Tobin sobre las transacciones financieras que traspasen las fronteras. El mismo ex-secretario del Tesoro de los Estados Unidos, L.H. Summers fue coautor de un artículo, junto con V.P. Summers («When financial markets work too well : A cautios case for a securities transactions tax», Journal of Financial Services Research, vol.3, n°2-3, 1989, p.261-286), que puede ser interpretado como un acuerdo de principio con la «tax Tobin». Mucho más recientemente el propio Horst Köhler, nuevo recién nombrado director general del FMI, habría declarado, según lo afirmara H. Williamson, en el Financial Times de Londres el 10 de setiembre 2001, que ese organismo contemplaba nuevamente la conveniencia de que la «tax Tobin» pudiese ser aplicada a nivel mundial.
Finalmente pero no menos importante, resulta aleccionador constatar los logros significativos alcanzados por Chile, a partir de finales de los años 80, en el sector de las inversiones directas extranjeras (IDE). En efecto, a partir de 1989, una vez restablecidas la normalidad democrática y la estabilidad político-social, lo cual fue posible gracias a haberse formado, en 1989, una nueva y determinante institución denominada «La Concertación para la Democracia», ese país continuó en su propósito agresivo de atraer nuevas inversiones foráneas, programa éste que había sido iniciado durante el último período de la dictadura del general Pinochet pero con mucho menos éxito. El total aproximado de las IDE en Chile entre 1989 y 1999 fue de US$ 43 millardos, lo que corresponde, en promedio, a cerca del 7% del PIB y se compara muy favorablemente con el ingreso neto de todo tipo de capitales extranjeros a la región el cual, al incluir los paquetes de financiamiento excepcional o de auxilio financiero, no sobrepasó el 5% del PIB de América latina.
Estos resultados altamente positivos fueron contrarios a los vaticinados por el FMI. Este organismo ha sostenido hasta nuestros días, a pesar de la experiencia chilena y más recientemente de Malasia, que toda regulación, tendente a obstaculizar la entrada de capitales especulativos de corto plazo a un país, desalienta al mismo tiempo las inversiones extranjeras directas, verdaderas creadoras de riqueza. Ello ha sido ampliamente reconocido, a través del éxito aleccionador de Chile, por economistas profesionales, personalidades políticas e intelectuales, todos de fama internacional, tales como James Wolfensohn y Joseph Stiglitz del Banco Mundial, H. Summers, ex-Secretario del Tesoro de los Estados Unidos, Alain Touraine y Olivier Dabène, sociólogos e internacionalistas franceses y Fernando Henrique Cardoso ex-presidente de Brasil, así como por el « American Council on Foreign Relations » , cuyos miembros principales, Paul Krugman, Carla Hill, Paul Volker, Fred Bergsten, Barry Eichengreen, Martin Feldstein y Morris Goldstein señalaron, sin excepción, que Chile representa el ejemplo a seguir.