Irak y la Nueva Estrategia Energética de los Estados Unidos
Los Estados Unidos se aprestan a lanzar un ataque masivo contra Irak, a pesar de que el gobierno de este país acaba de proponer el envío a Bagdad de una comisión del congreso norteamericano y de una misión de expertos de la ONU, con el propósito de despejar el temor, expresado insistentemente por los líderes de la mayor potencia mundial, acerca de la existencia en territorio iraquí de fábricas de armas de destrucción masiva, de tipo nuclear, químico o bacteriológico. Ante la reacción aparentemente contradictoria e injustificada del presidente Bush, al reiterar sus propósitos bélicos, sin que ya exista causa aparente para llevarlos a cabo, buena parte de la opinión mundial ha quedado perpleja, disgustada o, cuando menos, desconcertada. En Europa, únicamente el gobierno de Su Majestad, contrariando el deseo del 51% de su propia opinión pública, ha ofrecido ya su apoyo a los Estados Unidos, poniendo a su disposición un ejército de 30.000 hombres en caso de que producirse el ataque. Alemania y Francia, por el contrario, anunciaron oficialmente en días pasados su desacuerdo con toda acción bélica, a menos que la decisión provenga de un mandato del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. No obstante, aún si éste fuera el caso, el canciller alemán, Schroeder, adelantó su opinión contraria al vaticinar que sus consecuencias serían negativas.
Nosotros pensamos que esa decisión, aparentemente irrevocable, no obedece a un simple empecinamiento, propio de la impulsividad de un solo hombre dispuesto a realizar sus planes personales a ultranza. Eso equivaldría a subestimar la inteligentia de ese gobierno y las instituciones de ese país. Por el contrario, al considerar la crítica situación crecientemente deficitaria de los Estados Unidos en materia energética, motor principal de su economía, una tal resolución nos conduce inevitablemente a la conclusión de que estos nuevos planes de guerra tienen, una vez más, una relación muy estrecha con el petróleo. En efecto, recordemos que de todas las reservas mundiales, actualmente probadas, el 60% aproximadamente se encuentra justamente entre Irak y los países musulmanes vecinos y que éstos conforman hoy la zona políticamente más explosiva e inestable del planeta. Ello se debe, no sólo al grave problema judío-palestino y a la sempiterna rivalidad existente entre los gobiernos musulmanes unitas y shiitas de Irak e Irán respectivamente, sino a la creciente inestabilidad política de Arabia Saudita. Esta se ha venido progresivamente agudizando debido, en parte, al deterioro de su economía rentista y a la presencia, desde la operación «Tormenta del Desierto», de tropas norteamericanas en «Suelo Santo».
La inestabilidad de la Casa Saud, representa probablemente el elemento más preocupante para los Estados Unidos, ya que es justamente en Arabia Saudita donde se encuentra ubicada la mayor proporción de las reservas de petróleo del Medio Oriente. Además, para contribuir a ensombrecer aún más un probable escenario futuro, derivado de la eventual caída de esa monarquía, es igualmente probable que el próximo gobierno árabe resulte hostil a los intereses occidentales y exija la salida inmediata de los «marines» de la península. Si esto llegase a suceder, el gobierno de los Estados Unidos podría enfrentarse a una de dos decisiones, ambas muy difíciles, a saber: plegarse a la voluntad de las nuevas autoridades, lo cual conllevaría la renuncia a continuar ejerciendo una influencia efectiva en esa zona álgida del mundo o negarse a ello, lo que equivaldría a una declaración de guerra al nuevo gobierno árabe. En este último caso, las consecuencias, tanto a nivel regional como internacional, serían imprevisibles pero ciertamente desastrosas para el mundo entero.
Del análisis anterior se desprende que, desde una óptica fríamente calculadora, los intereses de los Estados Unidos estarían mejor protegidos, a futuro, al optar por atacar a Irak sin más demora. Esa estrategia le proporcionaría el pretexto de reforzar considerablemente, sin mayor oposición real, su contingente de tropas ya presente en suelo árabe. Luego, una vez derrocado el régimen de Sadam Hussein y reemplazado por un nuevo gobierno pro-occidental, los Estados Unidos podrían reconcentrar parcialmente esos efectivos y equipos militares en Arabia Saudita, incrementando considerablemente, con su presencia activa, el soporte necesario para que la casa Saud pueda mantenerse en el poder.
El escenario antes expuesto, al desechar toda consideración de tipo ético y moral, representaría una solución pragmática para asegurar el abastecimiento de una parte vital de los requerimientos energéticos actuales y futuros de los Estados Unidos. La parte faltante, para completar su volumen de importación que alcanzará a 20 millones de barriles diarios en 2020, podría provenir en buena parte de Venezuela, tal como lo planteamos en nuestro artículo anterior, «Un Proyecto hacia una Venezuela Post-petrolera». El complemento, estaría distribuido entre México, Canadá, Rusia y algunos países de la extinta Unión Soviética ubicados entre los mares Caspio y Aral. Por cierto, el punto de embarque más seguro y económico para el petróleo producido en esta última zona, con destino a los Estados Unidos y demás mercados mundiales, es el Mar Arábigo, para lo cual será indispensable construir oleoductos que crucen todo el territorio afgano de norte a sur.