Europa a los 50: lecciones para Latinoamérica
El Tratado de Roma, mediante el cual se creó la Comunidad Económica Europea, cumplió 50 años el 25 de marzo. Los miembros fundadores fueron Alemania, Bélgica, Francia, Holanda, Italia y Luxemburgo. Medio siglo más tarde, 27 Estados-nación que hablan 21 idiomas han creado una unión económica para 494 millones de ciudadanos. No es una confederación, pero es lo más cercano a un Estado supranacional. La Europa unida es un contrapeso a la globalización unipolar. ¿Tiene Latinoamérica alguna lección que aprender del sistema de integración más completo de la Historia, que además se ha establecido en ejercicio de la voluntad de Estados soberanos y no mediante el uso de la fuerza militar?
Primera lección: compartir valores históricos y culturales comunes. La integración europea es posible gracias a la convergencia de tres principios medulares: democracia y derechos humanos, economía social de mercado y seguridad social para todos. Siglos de guerra y rivalidades geopolíticas cedieron el paso a la tolerancia y al respeto a todos los credos políticos y religiosos, a la igualdad de género, la no discriminación y la inserción de los excluidos.
Segunda lección: la integración económica precede la unión política. La integración europea se inició con el Tratado de París de 1951: unificar políticas para la industria del hierro y del acero. Han pasado por todas las fases de un proceso de integración auténtico y eficaz: zona de libre comercio, unión aduanera, mercado común, mercado único –libre circulación de bienes, servicios capitales y personas-, y unión económica y monetaria. No hay integración viable sin pasar por cada uno de estos estadios.
Tercera lección: visión a largo plazo y actuaciones graduales. La moneda única fue producto de un proceso cuidadosamente planificado y sincronizado: cumplidas todas las fases de la integración, se crean el euro y el Banco Central Europeo. ¿Se imaginan los latinoamericanos un Instituto Emisor que dirija autónomamente la política monetaria desde el Istmo de Panamá a Ciudad de México, La Habana, Caracas, Lima, Brasilia, Santiago y Buenos Aires? Ahí está el gran desafío histórico. El resto es romanticismo.
El Acta Única Europea, suscrita en 1985, instituyó el mercado único, es decir, la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas en todos los Estados de la Comunidad. Pero no lo hizo en forma apresurada y fijó una fecha de entrada en vigencia varios años después, el 1ro. de enero de 1993. El Tratado de la Unión Europea o Tratado de Maastricht de 1992, estableció la Unión Económica y Monetaria; pero la moneda única entró en vigencia en 1999, tomándose también un período de ocho años de preparación previa. Eso si, una vez entrada en vigencia una decisión, no hay marcha atrás.
Lo primero que tenemos que hacer los latinoamericanos es repensar nuestra propia integración, perforada constantemente por marchas y contramarchas y por decisiones unilaterales. ¿Comparten realmente los latinoamericanos los principios de democracia, derechos humanos, economía social de mercado y seguridad social para todos? ¿Estarían de acuerdo los suramericanos en que un guatemalteco eminente decida las tasas de interés de Uruguay? ¿Coincidiríamos en que un paraguayo capaz fuese la voz única de América del Sur en las negociaciones comerciales en el seno de la Organización Mundial de Comercio?
La integración económica total de Europa ha abierto la puerta a las primeras aproximaciones realistas de unión política. Los principios constitucionales de unión política están comprendidos en varios tratados, partiendo de la cooperación en materia de justicia y seguridad. Sin embargo, fue en el Tratado de Maastricht de 1992 que se dio un paso trascendental al darle rango constitucional a la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), la cual fue ampliada para incluir la Defensa Común en el Tratado de Ámsterdam (1997).
La Política Exterior y de Seguridad y Defensa Común de la Unión Europea, que con tanta habilidad, experiencia, preparación y tino lleva el español, Dr. Javier Solana Madariaga, es hoy un mandato constitucional de los 27 Estados de la Unión. ¿Aceptaríamos los latinoamericanos que un Solana argentino o cubano representen a nuestra región en Washington, Moscú, Jerusalén, Bagdad o Bejing, o en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas?
El sueño de Francisco de Miranda y de Simón Bolívar ha tenido más resonancia en Bruselas que en Tegucigalpa, Lima o La Paz. Debemos inventar nuestra propia integración, es cierto; no se pueden copiar modelos; pero es una verdad del tamaño de una catedral que la integración europea es un referente esencial, si de verdad quiere América Latina articular un proyecto integrador en el siglo XXI.