¿Es mejor la guerra o el desarrollo?
Maoista, Trokista, Anarquista o cualquiera de los otros epítetos que se usan en la tradición de las revoluciones verdaderas o falsas son tomados generalmente muy en serio y a veces en forma casi religiosa por quienes se los adjudican o comparten. Hemos escuchado algunas de estas expresiones por funcionarios de la actual administración, que se las adjudican.
En el caso del Presidente de la República pierde uno la posibilidad de ubicarlo en uno de ellos, dadas sus ejecutorias, su contexto y evolución. En cualquier caso, en tiempo reciente se ha tomado por iniciativa recordar o usar el nombre de Antonio Gramsci para hablar de hegemonía y bloques históricos. Fue este italiano el que alguna vez dijo de manera intensa que la sociedad socialista a construir no consistía en sustituir un orden por otro sino que se trataba de construir el orden en sí. Claro que, la terminología, indudablemente que en este activista y pensador tuvo su historicidad en su oposición al nuevo orden de los fascistas que enfrentó.
No es Gramsci un pensador rígido, tampoco amodorrado. Una mente amplia y flexible que abordó numerosos aspectos que pueden encontrarse en frases cortas de sus cartas y cuadernos de la cárcel, entre otros medios. Su historicidad además deriva de las luchas de los núcleos obreros de la Italia de comienzos del siglo XX –pero, además, en el contexto de la aparición del bolchevismo-. Como pasa en otros casos, trasladar sin mayores conocimientos o detenimientos el pensamiento de Gramsci a la realidad venezolana actual es realmente una temeridad.
Gusta el Presidente actual en hablar de hegemonía. En realidad dice Gramsci, pensando indudablemente en su percepción de las sociedades europeas, que la sociedad civil es la hegemonía político cultural de un grupo social sobre el resto de la sociedad. Realmente, nuestra sociedad civil, existe solo de avanzado el siglo XX hacia acá. En cambio, nuestro Estado, es el lugar donde llegan los buscadores de renta y los incipientes agentes de la sociedad civil porque saben que allí está el dinero. Dinero petrolero, dinero rentista. La hegemonía se construye desde el Estado y hacia el Estado, que permanentemente ha buscado -en distintas administraciones y en la actual- impedir el desarrollo de la sociedad civil. La hegemonía construida pasa a ser deforme y desviada por la propia dimensión económica y política del estado rentista. Y esta administración no se diferencia de las anteriores en este aspecto.
Así, en Venezuela existe actualmente una carencia relevante en lo que atañe a proyectar algo cercano a una estrategia de crecimiento y desarrollo creíble, entendible y ejecutable pero sobre todo que sea producto del consenso de los distintos agentes económicos y sociales. En tal sentido, la estrategia que se ha propuesto en documentos de la actual administración es cada día más una estrategia que trata de materializar una hegemonía para establecer una especie de socialismo rentista. A comienzo de los noventa, aun con todo lo polémico que podía ser señalarlo, se podía afirmar que Venezuela era una nación prospera -aunque los criterios del consenso tampoco se buscaron-.
Hoy día se ha profundizado el rentismo petrolero y cada minuto se aleja la posibilidad del consenso. La ausencia del consenso y el surgimiento de hendiduras y resentimiento han alimentado en Venezuela la idea del conflicto para algunos. Rodilla en tierra, no pasaran son algunas de las expresiones con las que actual administración expresa esta posibilidad.
Leí alguna vez, en algún escrito de E. Hobsbawm, que la tranquila nación Suiza del siglo XX, había tenido numerosas guerras internas durante las primeras décadas del siglo XIX. En el siglo XIX, se albergaron variadas esperanzas, deseos o previsiones sobre posibles guerras civiles a lo interno de lo que hoy son las naciones más avanzadas. Lo cierto es que, en el caso de las naciones europeas y EE.UU., con el avance del capitalismo y distintos procesos internos, para el siglo XX -al menos en la segunda mitad-, se acabó la posibilidad, la previsión o las tentativas de que hubiese conflictos nacionales de los que tradicionalmente se ubicaron como guerras civiles.
No nos referimos a conflictos particulares como son los de Yugoslavia, los de los vascos o los que se han tenido en Irlanda. No. Nos referimos, estrictamente, a una guerra civil. A la guerra civil que E. Balibar ubica en su libro Sobre la dictadura del proletariado (1977), como necesaria, dado -según sus análisis de los planteamientos de Lenin- un determinado nivel de desarrollo de la lucha de clases. Cuando leí esto, hace casi treinta años, no reflexioné sobre los espacios que como naciones pudiese tener de referencia este autor. En realidad, él no aborda esa problemática en detalle y, además, es difícil percibir las posibilidades de esta idea en las regularidades de la actual vida europea.
Hoy en día, puede uno preguntarse: ¿se puede albergar la posibilidad de considerar una guerra civil en Noruega, Suecia, Francia o Los EE.UU.? Para muchos, y con razones diversas, esto no pasaría de ser una pregunta extravagante. Y es que, en realidad, de lo que se observa en la dinámica nacional y política de tales naciones, la respuesta no puede ser sino la de un contundente no. Por lo demás, no afecta esto el resaltar que a algunos europeos les parecen curiosos, llamativos y hasta justificados algunos conflictos –aun armados- en las latitudes del mundo en desarrollo. Visitan, hacen estudios y departen sobre conflictos no pensables para la propia Europa.
Observamos, contrariamente, que en las naciones latinoamericanas y más recientemente en Venezuela, con las particularidades de los grupos políticos en el poder, se nos habla y amenaza sobre que «Si esta revolución fracasa, vendrá una revolución por las armas…». ¿Qué es esto sino el planteamiento de una posible y hasta inevitable guerra civil -en el contexto de la dinámica reciente vista para Venezuela-, según sus proponentes, e independientemente de su utilidad para la «revolución» o la sociedad venezolana en general?
¿Qué es lo que ha hecho que este fantasma desaparezca de las naciones desarrolladas? ¿Qué utilidad tiene esta problemática para pensar, adecuadamente, el encaminamiento de la Venezuela actual hacia el bienestar y el desarrollo? Las respuestas van en varias direcciones. Veamos tres que son de interés.
Primera, en las naciones avanzadas -incluido EE.UU.-, aun con todos sus problemas, se logró alcanzar el desarrollo económico y sus expresiones en la consecución de un nivel -o piso, según los casos- de bienestar de los ciudadanos que tiene como base un alto ingreso per cápita y que sigue siendo imagen objetivo para variadas naciones en desarrollo. El disfrute de un alto nivel de vida o en la calidad de vida de A. Sen, ha tenido su terrenalidad. Las calles limpias -que han llamado la atención del Presidente Chávez en algunos de sus numerosísimos viajes-, la atención de tragedias y el avance tecnológico, entre otros tantos elementos, no han sido fantasía, sin significar esto una apología de todo lo que pasa en esas naciones.
Segunda, la existencia de la sociedad civil en el sentido de Gramsci o Hegel (en este como gran invento de las sociedades modernas y espacio del ciudadano y sus intereses). En esas naciones, como es conocido existe sociedad civil. Se trata –adicional a lo señalado más arriba- de aquel concepto que Marx le reconoció a Hegel -del que se había nutrido- haberle dado su debido papel en la dinámica de las sociedades y que para algunos en Venezuela ha servido para mamar gallo, aun con su posición en algunos períodos de la «revolución» (se trata de actores como Luis Miquilena cuando todavía era concilieri del actual Presidente y preguntó -al oír el término- con que se come eso). Adecos, copeyanos y chavistas, a todos le ha preocupado el desarrollo de la sociedad civil. Es esta, en nuestra opinión, uno de los factores que en las sociedades desarrolladas ha alejado el fantasma de la guerra que hemos señalado. Su presencia ha permitido la canalización de la creatividad de los individuos y la gestión, participación y sanción social, cuando es el caso, para la solución de los problemas que son de su interés. Hoy día, en el lenguaje de la economía neoinstitucionalista, se resalta la importancia de las instituciones que permiten resolver los conflictos entre diversos agentes económicos y sociales. Contrariamente, la perspectiva de organizaciones comunales vistas por algunos miembros de la actual administración está planteada desde y para el conflicto.
Tercera, la democracia. Muy relacionada con las dos anteriores, la democracia en las naciones desarrolladas, aun con sus imperfecciones, defectos o resultados negativos es muy superior a la que se observa y ejecuta en nuestras naciones. Se trata, por ejemplo, de eventos de la democracia estadounidense donde el congreso sienta al presidente Clinton a interrogarlo y él, correspondientemente, procedió a responder sin altanería y sin soberbia. Se trata, también de las democracias europeas, donde se paga con los cargos y otras cosas, si se toma una medida inadecuada y no de la fanfarronería que para algunos en Venezuela se resume a «y lo digo responsablemente», aunque el pronunciante sea un esperpento de la moralidad. Le he observado al autor de En busca de la Revolución, William Izarra, un conjunto de reconocimientos a la democracia directa que se aplica en EE.UU. Se le pudo leer en 2001: «…En las comunidades norteamericanas encontramos uno de los modelos más explícitos de democracia directa. La comunidad organizada del pueblo de EE.UU., se involucra en la gestión de su propio destino. Entre otras múltiples tareas, la comunidad decide acerca de sus autoridades, programas de desarrollo, normas de transporte, regulaciones ambientales, impuestos, conductas policiales, castigos a la delincuencia, administración de los centros de recreación y regulaciones en los campos deportivos. Como sociedad más avanzada, aun con sus limitaciones que las tiene, su práctica puede servir de referencia para ser aplicadas en nuestro medio.» William E. Izarra. El Universal. 22-6-01, Pg. 2-12.
Puede uno preguntarse: ¿por qué entonces la revolución? La «revolución» en curso en Venezuela y que el autor de la cita -quien públicamente ha sido ubicado como radical dentro del proceso y más aun ideólogo u orientador- ayudó y ayuda a impulsar, tiene fundamentos y definiciones anticapitalistas, antimercado y anti todo lo que tenga que ver con cosas diferentes al colectivismo. Aun con las reservas que están en la cita, visto el planteamiento contenido en ella, podría haber sido pronunciada por un exegeta del modelo organizacional civil estadounidense.
En lo que respecta a los elementos señalados, es claro que en Venezuela existe actualmente una carencia relevante en lo que atañe a proyectar algo cercano a una estrategia de crecimiento y desarrollo creíble, entendible, ejecutable y de consenso. Hoy día puede afirmarse que, las distorsiones económicas están apuntalando lo que viejas teorías del desarrollo ubicaron como el dualismo económico que, en el caso venezolano, atañe principalmente a la presencia de un sector petrolero y uno no petrolero en un contexto económico rentista y que se ha beneficiado grandemente de los altos precios petroleros en años recientes. Se le junta ahora un tipo de dualismo que compone la dicotomía sector formal e informal con numerosas implicaciones sociales, fiscales, tributarias y sanitarias. Por el lado de la sociedad civil, hay esperanzas en su posible impulso desde variados estratos de la sociedad, aun con todos los obstáculos que la percepción ideologizada del «gobierno revolucionario» trata de imponer. Por el lado de la democracia, el déficit es altísimo del lado gubernamental, dado el control cerrado que tienen los grupos políticos en el poder en las instituciones, el autoritarismo y las perversiones que ubican las opiniones diferentes como expresadas por enemigos de la «revolución»; sin embargo, como contrapeso, debe señalarse que, del lado de buena parte de los ciudadanos y de las fuerzas de pensamiento, organización y reservas de valores, hay un enraizado sentido democrático y algunas ideas que podrían ayudar para buscar el desarrollo.