El hambre, arma de destrucción masiva
¿A quién beneficia esta alarma desatada por la subida de los precios de los cereales que recogieron algunas Bolsas? No se trata de un tsunami ni de una mala cosecha excepcional, ni de una imprevista sequía. Algunos poderes están agitando el fantasma del hambre para aterrorizar a las poblaciones, e intentar justificar las propuestas de seguridad que nos preparan. No está la situación alimentaria peor que en años pasados. Obsesionados por el terrorismo y por unas guerras en Iraq y en Afganistán, imposibles de ganar al modo tradicional, preparan una salida “airosa” trasladando nuestro imaginario del terrorismo al hambre como auténtica arma de destrucción masiva que afecta a miles de millones de víctimas inocentes.
Las agencias nos informan de que la purificación étnica, la erradicación o el exterminio físico de los grupos étnicos hostiles a los gobiernos autoritarios no requieren alta tecnología, nada de misiles sofisticados, de ántrax o de cabezas nucleares.
En el caso de Sudán, escribe el Director de Acción contra el Hambre, el uso de mercenarios para quemar las aldeas, destrozar las cosechas y las reservas de comida ha precipitado a más de un millón de personas al exilio. Así, una gigantesca hambruna, provocada por el gobierno de Jartum se ha cobrado miles de vidas humanas.
El hambre como arma de destrucción masiva no ha llegado a Estados Unidos o a Europa. Sin embargo, el hambre como amenaza será utilizada cada vez más. Por eso han llegado informaciones tendenciosas capaces de ocultar la realidad con el estallido del miedo.
De un mal endémico que venimos padeciendo, sosteniendo y manteniendo por no adoptar medidas enérgicas, justas y adecuadas, ante el ominoso silencio y la ineficacia culpable de la Organización Mundial del Comercio, ahora van a echarles la culpa del hambre a los hambrientos. No sería la primera vez en la historia: vagos, destruyen los bosques, incapaces de prever, se empeñan en cultivos de subsistencia, no saben planificar, ni exportar, ni industrializarse como es debido.
En esta “puesta en escena”, cadenas de alimentación que pertenecen al gigante Wal Mart y Costco decidieron restringir la venta de arroz a sus clientes sobre todo restaurantes y comercios.
Con esta absurda medida en el país más rico los precios en la Bolsa de Chicago llegaran a subir cerca del 3%, para romper la barrera psicológica de los 25 dólares cada 45 kilos. En Tailandia la subida fue del 5%, y el arroz alcanzó su precio récord: 1.000 dólares por tonelada. Brasil suspendió las exportaciones, mejor dicho, las grandes compañías que inciden en las especulaciones mediante acaparamiento, retenciones o lanzamiento masivo para desestabilizar los precios.
La directora del programa de alimentos de la ONU, J. Sheeran, ha declarado que la ayuda alimentaria que proporcionan les cuesta un 40% más que el pasado, porque casi todos los productos se han encarecido. Como causas de esta situación aludió las nuevas necesidades de alimentación en China o India, los biocombustibles y el precio del petróleo. El gran volumen de inversiones en los mercados de materias primas contribuye al alza de los precios en las bolsas.
Pero el hambre no es una fatalidad, ni un destino, ni tampoco una cuestión de azar. No es el designio de los millones de personas que pasan hambre, como tampoco es una casualidad que el 97% de ellos vivan en países empobrecidos.
Se ha reconocido por organismos independientes, como Acción contra el Hambre, que el problema tiene solución con actividades relacionadas con la nutrición, la salud, la seguridad alimentaria, el agua y saneamiento.
La violencia es el instrumento que tienen los poderes para ejercer el poder sobre la propiedad, las riquezas y el control de la población. La población civil se convierte en rehén de los intereses económicos y de poder de estos grupos armados, ya sean rebeldes, paramilitares o gubernamentales.
En ocasiones todavía se piensa que el hambre es fruto de la superpoblación, de una mala gestión política, de la escasez de alimentos, de unas infraestructuras insuficientes o de un desastre ecológico. Hoy el hambre es un arma empleada por algunos gobiernos para eliminar grupos molestos de población dentro de su propio país, escribe Mariló Hidalgo, en Fusión. Han convertido al hambre en un arma de guerra aquellos que han hecho del beneficio económico y de la prepotencia financiera el eje y objeto de sus acciones. Como si el mundo fuera un tapete en el que los seres humanos no juegan más que el papel de datos que se mueven o elimina según las sacrosantas leyes de un mercado que sólo sirve a sus intereses.