El cambio económico
Igual que sucedió en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, en los más de tres años de período del actual, ha estado presente la idea del cambio económico. En ambos, sin embargo, más han sido las medidas efectistas o, también, las de efectos negativos reales, que los resultados positivos en cuanto a crecimiento, cambio económico –ni que decir institucional- registrados para el ciudadano.
En la literatura y cultura económicas está suficientemente claro lo que se entiende como cambio estructural en la economía. La modificación de la posición y presión de distintos sectores económicos, la distribución del empleo junto a los cambios en sus grados de especialización o tecnificación, los aumentos en la productividad y el mejor desempeño de la nación y su agentes en términos de competitividad y niveles de bienestar alcanzado, son, entre otros, parte de los elementos que tradicionalmente se evalúan para tales asuntos.
Es claro que esto es un proceso dinámico donde el factor tiempo no es irrelevante. Pero, también, es claro que su relevancia no debe llevar a desplazar la materialización de expectativas positivas sólo para el largo plazo. No se requiere mucha agudeza para verificar que tales cambios no se han dado en el período transcurrido del gobierno del Presidente Chávez. En atención a estos menesteres, pueden ubicarse por lo menos tres perspectivas que han estado presentes sobre el cambio económico.
La primera, es la manera tácita que tiene el “gran líder” y el “gobierno revolucionario” de concebir el cambio estructural. El calificativo de tácita deriva de que, aun con sus deseos, esta manera de concebir el cambio económico cada día se les hace más difícil de materializar. La misma concierne a las ideas socializantes que, cuando han podido o considerado pertinente, han asomado, aunque la Constitución, grosso modo, diga otra cosa. No habiéndose materializado un proceso socialista-comunista, los “revolucionarios” han optado por una especie de justicialismo puntual, atendiendo a aquellos instrumentos que consideran permitirán materializar la revolución con el transcurrir del tiempo, como es el caso de la Ley de tierras. O, con aquel tipo de pastiche repetitivo, como son buena parte de las llamadas medidas sociales y productivas –comunicadas por el Presidente el 28-2-02- que buscan, entre otras cosas, compensar efectos de otras como la flotación del bolívar y que hemos considerado en otra nota (L.P. España las ha llamado, con justicia y precisión, “medidas chimbas”; El Nacional, 2-3-02)
La segunda, atañe a la idea reciente de que el cambio económico puede mantenerse, apuntalarse, ampliarse, profundizarse o realizarse, según el caso, con el cambio de ministros. Es larga la experiencia venezolana en estos menesteres. En una cultura que ha sido –y hoy día más que nunca lo es- altamente presidencialista, debe tenerse a mano la pregunta de ¿para que sirve un ministro? Normativamente, puede uno pensar que los ministros requieren autonomía y posibilidad de que sus opiniones sean tomadas en cuenta. El ciudadano podría así evaluar si un ministro lo está haciendo bien o de manera diferente a sus predecesores. Si no es este el caso, pasan a ser entonces los ministros, funcionarios que acoplan su punto de vista a lo que quiere el Presidente o a lo que se denomina en ciertos ambientes la línea política. Es el caso así que, en los últimos gobiernos, ha habido ministros con preparación, pero totalmente fútiles en términos de sus determinaciones, porque el Presidente de turno es el que ha determinado todo el rumbo o han pasado a formar parte, junto con él, de una especie de camarilla que no tiene que ver con el sentido más responsable del trabajo en equipo, del respeto de distintas opiniones y, en último lugar, de la democracia. Curiosamente, fue, en ese particular segundo gobierno de Caldera, donde a algunos ministros se les dio – con mucha conveniencia para el Presidente- más autonomía.
La tercera, atañe a la perspectiva de una especie de relativo consenso que se ha venido estructurando con planteamientos originados y discutidos en distintos ambientes y que no tiene que ver con los extremistas del neoliberalismo, ni con la perspectiva tecnocrático-conservadora que se mantiene en algunos ambientes públicos o privados. Se trata, realmente, de que debe diversificarse la economía, con sus respectivas consecuencias en las exportaciones y con el aumento de las interrelaciones técnico-económicas y comerciales entre sus áreas petrolera y no petrolera. Se trata, también, de que ello debe apuntalarse en el desarrollo de la competitividad y la productividad, respetándose los derechos de propiedad privada, impulsándose el cambio institucional y la meritocracia –que no siempre está presente en los grados o en todos los lugares donde se dice que lo está- e impulsando un cambio institucional que aparte aquella poco productiva y disciplinada imagen, que se ha desprendido de los ministerios y que en el actual gobierno revolucionario se ha mantenido y profundizado en su resultados negativos.
Para este tercer perfil del cambio económico, pueden anotarse dos ideas que se han venido difundiendo y aceptando en distintos ambientes, aun con lo que es su preliminar carácter obvio. La primera idea es que, la materialización de este tercer perfil requiere atender, considerar y beneficiar a los sectores menos favorecidos en la distribución del ingreso. Esto es, no debe seguirse teniendo indiferencia ante los perniciosos efectos de la concentración y regresión de esta última, que no es, por lo demás, un tema descubierto por los “revolucionarios” o su “gran líder”. La segunda idea, atañe a la vieja problemática de profesionalizar la gerencia pública que se ha venido extendiendo hacia el propio perfil que deben tener los políticos y funcionarios, así como hacia los que, de nuestra parte, hemos llamado líderes del desarrollo en una nota anterior. Dure lo que dure el actual gobierno, los próximos políticos y funcionarios se encontrarán –y deberán encontrarse- con un ambiente mucho más exigente.
En cualquier caso, de cambio económico, muchas cosas siguen sólo en proyecto.