Economía y sociedad
La sociedad no se reduce a la economía, pero no hay sociedad sin economía. El instinto de conservación y de realización llevan al hombre a buscar sustento y abrigo, y algo tan importante y tan indefinido como la “felicidad”, sueño poco material, pero que es vivido como esperanza envuelta en materialidades. Ese interés propio desarrolla la inteligencia y el “egoísmo” como motor del individuo; es una determinante de la condición humana y un aguijón infinito que a lo largo de la historia desarrolla de manera prodigiosa la racionalidad instrumental, conoce y descifra la naturaleza e inventa instrumentos y medios para conseguir sus objetivos vitales.
Tan originarias e irreducibles como el interés propio son la compasión y la solidaridad, que hacen sentir como propio el mal y el sufrimiento ajeno (com-padecer) y compartir las alegrías del otro. No hay individuos que sean plenos en su aislamiento que, desde su yo satisfecho, luego deciden relacionarse con otros individuos también solitariamente completos. Por el contrario, todo humano nace como fruto de una relación social, se desarrolla humanamente gracias a los cuidados amorosos de los padres y cercanos, entra en relación con otros muchos seres humanos, siempre buscando el “interés propio” y también el interés de “nos-otros”. En el encuentro entre el yo y el nosotros crece una realidad humana singular y humanizadora: la ética. Fuera de la sociedad no hay humanos.
Le economía es ardua. Conseguir comida, vivienda, vestido, es trabajoso y en su búsqueda milenaria, los hombres desarrollan la inteligencia e instrumentos más eficaces y exitosos. Se especializan en los trabajos y establecen una relación humana a cuenta de los productos de su trabajo, para compartir, intercambiar, vender y comprar o para producir juntos con más eficiencia y eficacia. Nada de esto es fruto del capitalismo de los últimos siglos de la humanidad, sino condición humana de los primeros días y del futuro. El interés propio y el “egoísmo” no son el mal, ni lo antihumano, sino la condición de posibilidad para lo humano, pero requieren una relación dialéctica con la solidaridad y la ética como libertad y responsabilidad creadora que cuida del otro. No hay convivencia posible sin solidaridad y en ese intercambio nacen la autoridad política, las leyes justas, hasta el estado nacional y la autoridad internacional, precisamente porque la gente es egoísta y también porque es solidaria. Pero la economía no es el mercado, ni la sociedad es el Estado. Ambos, mercado y estado, son instrumentos de la sociedad y su sentido humano.
El desarrollo actual (superado el estado de necesidad) también conserva su carga de inhumanidad y de opresión. La abundancia libera y al mismo tiempo oprime. De la libertad responsable depende su uso humanitario.
El exitoso desarrollo económico actual establece tres realidades nuevas amenazantes:
– Dinámicas económicas que atentan contra la vida y comprometen gravemente el hábitat, destruyen miles de especies animales y vegetales y arriesgan el agua, el aire, la temperatura, en fin, la vida humana en la tierra.
-Inmensas corporaciones económicas con más poder que muchos gobiernos y que anteponen sus intereses (positivos o no) a los del conjunto de la humanidad. Así como a las dictaduras de reyes y sistemas totalitarios se les pusieron controles democráticos, también la dictadura económica los necesita de manera urgente y global.
-El otro gran peligro es el pan-economicismo socio-cultural que, como dulce droga, lo penetra todo, crea la ilusión de la salvación por el consumo infinito, mientras descuida y ahoga las otras dimensiones humanas: el hombre para la economía y no la economía para que los seres humanos tengamos una vida más humana.
El economicismo de este capitalismo lo modela todo (incluso en Rusia y China). Todo poder (político y económico), como bien dice el Evangelio, tiende a absolutizarse y a oprimir. De ahí que la participación ciudadana, la responsabilidad ética con un nuevo humanismo mundial, las instituciones que regulan y protegen a nivel nacional y mundial, sean más necesarias que nunca.
La sociedad debe cultivar las demás dimensiones humanas, sobre todo los valores, la trascendencia, la ética y la solidaridad, que no surgen como subproductos espontáneos de la economía.