Economía latinoamericana
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Ciudad de Guatemala (AIPE)- Para evaluar el éxito de políticas económicas debemos eliminar de las cifras macroeconómicas los efectos de las remesas familiares. Estas son otra evidencia del fracaso de la política económica predominante en América Latina. Ante la ausencia de un futuro promisorio, cientos de miles de latinoamericanos optan por emigrar a Estados Unidos o a Europa. Los sacrificios personales y riesgos que eso implica demuestran el grado de desesperación de esa gente.
Esto no quiere decir que no ha habido crecimiento económico. Muchos han encontrado nichos de prosperidad, el número de ricos ha aumentado y la clase media ha crecido, pero también ha aumentado la población que no gana lo que ganaba hace 25 años, en términos de salario real; es decir, si tomamos en cuenta la depreciación de sus monedas. Mucha gente vive hacinada en barrios pobres, a pesar del gran aumento de viviendas construidas desde que los bancos centrales se dieron cuenta que las tasas de interés son importantes en la vida real de las personas, especialmente para la adquisición de vivienda a largo plazo, en la que los intereses son el componente principal de las mensualidades.
Algunas tasas de crecimiento impresionan, donde a pesar de los desatinos de sus gobiernos las economías crecen por accidentes de la naturaleza, como el caso de Venezuela y el petróleo o Bolivia y el gas, pero detrás de tales estadísticas macroeconómicas, da tristeza ver la predominante miseria.
La pregunta es por qué el persistente fracaso en pleno siglo XXI, a pesar de los programas de ayuda económica y abundantes expertos participantes en imponentes y elegantes cónclaves. ¿Dónde está la falla? ¿Qué se ha hecho mal? ¿Es acaso permitido cuestionar si fallaron las universidades donde se entrenaron a tantos funcionarios ineptos?
Para muestra un botón. Un tema popular de los cónclaves y estudios sobre desarrollo es la redistribución de la riqueza. Muchos creen que la causa de la pobreza se debe a la desigual distribución de la riqueza y que, por tanto, el remedio es su redistribución, a través del sistema impositivo, con la aplicación de impuestos progresivos sobre los ingresos. Pero también conceden que la manera de desalentar es fijando impuestos y la manera de fomentar es quitándolos.
También se reconoce la necesidad de invertir capital para la creación de empleos y que la competencia por emplear gente es lo que hace que aumenten los salarios, como también mejorar la productividad de la mano de obra. Entonces, siendo el motivo de toda inversión obtener un rendimiento competitivo, ¿no es increíblemente desacertado ponerle un impuesto progresivo al rendimiento de las inversiones? ¿No es esa la manera más efectiva para desalentar la inversión y mantener baja la demanda de trabajo, todo lo cual disminuye las fuentes de ingresos fiscales derivados de la producción? Entonces, ¿por qué insistir en la redistribución, con todos sus efectos empobrecedores?
Otra pregunta: si en América Latina no se hubiesen establecido los bancos centrales en el siglo XX, ¿acaso hubiéramos sufrido las galopantes inflaciones y demás desaciertos monetarios que tanta miseria han causado en países pobres y hasta en los que fueron ricos como Argentina y Uruguay?
___* Rector emeritus, Universidad Francisco Marroquín, Guatemala.
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