Cuando la clase obrera fue al paraíso
Hace ya mucho tiempo que la clase obrera dejó de ser la vanguardia de la revolución, o de las revoluciones. En todos los países capitalistas desarrollados los obreros han encontrado un espacio que les permite incorporarse al estatus y vivir razonablemente. Esto significa mucho más que reproducir su condición obrera de forma ampliada, significa también superarla, lo que implica acceder a una vivienda formal, levantar a su familia y sostener la educación de sus hijos para que sean algo más que obreros. En Europa el hijo de un obrero lo tiene más difícil y tiene que ser mejor estudiante, pero con su esfuerzo puede acceder a la educación superior igual que el hijo de un intelectual.
Hay que recordar que para Marx la clase obrera era la única vanguardia posible de la revolución, por lo que creía que ésta sólo podía producirse en los capitalismos avanzados que poseían una sólida base obrera. Pero aquellos trabajadores que habían sido despojados de sus destrezas por el capitalismo inicial, por las máquinas y la división del trabajo, encontraron su espacio dentro del capitalismo avanzado. La tecnología fue automatizando los trabajos no calificados y el obrero fue especializándose cada vez más, hasta incorporarse al sistema y perder su condición de vanguardia revolucionaria. Es decir, se convirtió en un pequeño burgués.
Pero esto no iba a descorazonar a nuestros idealistas revolucionarios. Si el obrero perdía su condición de liderazgo había que encontrar otra vanguardia de papel y ésta no podía ser otra que los excluidos. Lo arrancó Lenin con su teoría del imperialismo. La otra cara del capitalismo es el imperialismo. Así, unos países se desarrollan a costa de otros, los cuales se someten y se empobrecen. Ahora se podía conformar una nueva vanguardia revolucionaria: el lumpen proletario, los desempleados de los países en desarrollo, los grupos étnicos tradicionalmente excluidos, las masas de campesinos con economía de subsistencia. En conjunción, todos aquellos grupos que no pueden incorporarse a la producción de un mundo globalizado.
Estos grupos tienen una ventaja adicional: tienen mejor prensa que la clase obrera, en especial, que la clase obrera incorporada al capitalismo. El mundo intelectual, y la mayoría de la gente, simpatizan con todos los grupos excluidos ¿Y cómo no simpatizar? ¿Cómo no verlos como víctimas? A todos nos apasiona la ilusión de la bondad de la inocencia, desde mucho antes de Russeau, esa vida que imaginamos en armonía con la naturaleza, antes que el consumismo los corrompa.
Estos grupos ofrecen a la revolución otra ventaja adicional: son baratos. Son presa fácil para el populismo dadivoso, ya que se conforman con un ingreso mínimo con la excusa de desempeñar una actividad improductiva, al igual que en el pasado se conformaban con espejitos. De esta forma son presa fácil para ser “colonizados” por la revolución. Cuatro dádivas y un buen discurso inclusivo los satisfacen.
Mucho más si hay recursos para hacer una revolución rentista. Tal vez el gran aporte teórico de nuestro socialismo endógeno del siglo XXI sea brindar un ejemplo de una revolución populista basada en la renta petrolera. Mientras las revoluciones del siglo XX desembocaron todas en sociedades de esclavos la nuestra conduce a trabajadores que no producen pero reciben una tajada mínima de la renta petrolera. El juego parece trancarse cuando los humildes pensionados reclaman por la carencia de servicios básicos: vivienda, agua y luz, a los cuales no pueden acceder, pero allí entra a jugar la esperanza. ¿Cuánto dura el juego? Mientras dure la esperanza.
Entretanto los obreros cada vez son menos, la revolución los va destruyendo al desestimular la inversión. Curiosa revolución marxista que destruye a la clase obrera