“Consumismo” ¿Una Maldición? ¡Todo lo contrario! de éste depende la Humanidad
Para comenzar, no existe diccionario serio que haya aceptado el vocablo “consumismo”—al que los marxistas ortodoxos—los comunistas—definen como el desperdicio del dinero en productos o servicios superfluos o “sin valor”—consumismo es simple y llanamente un término derogatorio usado por los comunistas para manifestar su odio a lo que ellos llaman “capitalismo” (algo que hace siglos ya no existe en ninguna parte), al haber evolucionado hacia algo innegablemente beneficioso para toda la humanidad: la economía de libre mercado.
Los verdaderos economistas—aquellos que han desarrollado las leyes de la economía, descubiertas por el pensador escocés; Adam Smith, y expuestas en su magistral obra de 1776 titulada. Una Indagación sobre la Naturaleza y Causas de la Riqueza de las Naciones, hablan de la existencia de un valor real, que es el precio de mercado de cualquier producto o servicio ajustado conforme a la existente inflación; por ejemplo, cuando yo era un niño pre adolescente, mi mamá me enviaba a la bodega del barrio caraqueño donde me crié a comprar un (1) bolívar de “jamón crudo” y una similar cantidad de “jamón cocido”; y recibía del bodeguero una media docena de lonjas de cada tipo de jamón por cada bolívar—en 2008; ese “jamón crudo” que es el mismo jamón serrano de hoy, tiene un precio superior a los 100 mil bolívares el kilo (100 BsF.), y en consecuencia inaccesible a cualquier familia humilde que habite en cualquiera de los barrios caraqueños; porque la inflación ha provocado que su valor se haya incrementado espantosamente durante las últimas tres o cuatro décadas—pero al igual que cualquier otro producto o servicio—todo lo que es vendido y comprado posee un valor intrínseco; expresado tanto por su precio de mercado, como por el valor real al que se refieren los economistas; es decir, no existen los productos ni los servicios “superfluos” o “sin valor”—como mienten los comunistas intoxicados por la religión fundamentalista inventada por los desquiciados pensadores alemanes llamados; Karl Heinrich Marx y Friederich Engels, y expuesta en su mamotreto de 1848; titulado El Manifiesto Comunista.
El consumo, la compra en los mercados, desde los productos agropecuarios y otros tipos de alimentos, hasta las lucecitas para el árbol de navidad y el nacimiento, o cualquiera de los muchos productos que permiten adquirir las canciones que nos gustan en formato MP3—o cualquier adorno para la belleza femenina—desde infantil hasta longeva—y miles de millones de otros productos y servicios hace tiempo existentes o recientemente inventados—sostiene a toda una extensa cadena de prosperidad que involucra desde la imaginación de algún diseñador o emprendedor (hombre o mujer); las materias primas necesarias, a los trabajadores y a sus patronos, a los comercializadores, transportistas, almacenadores, distribuidores y expendedores; sin olvidar a los creativos de las empresas de publicidad y mercadeo y a los medios de comunicación social—y a toda la sociedad misma—la que al albergar una miríada infinita de gustos, necesidades y deseos, permanentemente estimula el constante crecimiento de ese consumo.
Sin un vigoroso consumo la humanidad se desliza cada día hacia niveles de existencia precaria; como están comprobando hoy amargamente los marxistas ortodoxos—los comunistas—que gobiernan algunos países productores y exportadores de petróleo, quienes después de pasar una década intoxicándose—e intentando intoxicar a otros países—con las ingentes sumas de petrodólares que les permitían mantener una falsa ilusión de que la locura de la religión fundamentalista de Marx y Engels era posible, están viendo como el desplome del consumo mundial ha destruido el precio de mercado de su petróleo; y en consecuencia, ha vaciado las arcas con las cuales financiaban su absurda utopía.
La prosperidad de las naciones—y de toda la humanidad—depende de una vigorosa economía privada y un libre mercado en constante crecimiento y expansión—y la médula de esa prosperidad es el consumo.