Economía

Cara de pueblo y políticas neoliberales

Tremendo drama el de América Latina. Quizás la frase mas irónica y dramáticamente feliz para relacionar es la que alguna vez -entendemos- expresó el mexicano (%=Link(«http://www.area.com.mx/monsivais/»,»Monsivais»)%) en el sentido de que, ante los resultados negativos de unos y otros, hay que seguir intentando nuevos fracasos. Se trata de que el soberano, y lo que algunos «revolucionarios» gustan en llamar el pueblo-pueblo, elige políticos con propuestas justicialistas, populares y de redistribución de la riqueza y estos terminan ejecutando y tomando medidas neoliberales o de inercia y poca creatividad. Claro, siempre existe la excusa de que una cosa es ser gobierno -o enfrentarse a lo que algunos gustan en llamar la lógica de los hechos- y otra oposición. Esta excusa, que termina siendo cómoda, no resalta que el poder político se disfruta, reproduce y justifica a si mismo, aislándose de las naciones en lo que representan como conglomerado social.

Para no arrancar criticando al vecino, hay que decir que Venezuela es ejemplo excelso de estas dinámicas, cuando consideramos -aunque más no sea- los tres últimos gobiernos: Carlos Andrés Pérez II, Rafael Caldera II y (%=Link(«http://analitica.com/bitblioteca/hchavez/default.asp»,»Hugo Chavez»)%) La democracia con equidad y la concertación del primero, terminaron en tecnocratismo e indiferencia a la crítica. La salvación del país, las críticas al neoliberalismo anterior y a las viudas del paquete (expresión del Presidente Caldera), del segundo, terminaron en dos años de control económico y en un cambio de timón que culminó con un triunfalismo sin razón, cuyo destino final era salvar al propio gobierno, al presidente y al familia real. La constituyente, la «revolución» y el «resurgir de un pueblo», las críticas al capitalismo salvaje y cuanta improvisación haya pasado por la mente de los «revolucionarios» que tienen que ver con el tercero, van por la vía contraria de lo que solo el gobierno y el propio poder político ubican como un juego exitoso.

Si se revisa el escenario latinoamericano puede uno precisar que los últimos gobiernos electos ofrecen, en la figura de sus candidatos, mas o menos lo mismo: anticorrupción, reforma del Estado, mejor reinserción económica y atacar la pobreza, ente otros tantos elementos. Lo curioso es que, por una parte, hace uno, dos o tres lustros, se ofrecía lo mismo y, por la otra, varias de sus economías han tenido sus asesores y conductores, que, supuestamente, las han logrado nivelar. Son los casos de Bolivia, Argentina, el México «exitoso» de antes de 1994. ¿No existió acaso un Cavallo I y un triunfal Sachs en sus asesorías latinoamericanas?

Se sabe que solo los ilusos o los acomodaticios, llegan a creer que en numerosos países de América Latina o en la Venezuela actual se ha detenido el crecimiento de la pobreza. Por lo demás, los complicados problemas de transculturización, identidad o, más importante para nuestros intereses, la voluntad de pensar con autonomía y definir estrategias sensatas de crecimiento y desarrollo sigue entre las carencias considerables. Sin embargo, hoy más que nunca parece que las restricciones para atender estos asuntos se las impone la propia región y sus gobernantes más que el imperio u oscuros intereses internacionales, que algunos buscan conseguir.

Es este el complicado escenario donde se mueven las campañas electorales recientes en América Latina. De allí surgió un Fox generador de esperanzas y de posibilidades de cambio y que hoy día muchos aprecian como poco exitoso, aunque para él todo va muy bien. De allí surgieron un Alan García y un Toledo, cuyas diferencias en las propuestas económicas presentadas en la campaña electoral eran prácticamente imperceptibles. Ni que decir de un Hugo Chavez, que ya se mueve entre la esperanza y la decepción. En la falta de soluciones e inestabilidad que la mayoría de las naciones de la región presentan en cuanto a crecimiento y bienestar, no es fácil, dentro del drama y la evolución señalada, diferenciar, entre populistas neoliberales y neoliberales populistas. De cierta manera, bordea estos procesos y situaciones, la ausencia de la verdad y el manejo demagógico de distintas promesas. También en política económica y las factibilidades e intentos de impulsar el crecimiento y desarrollo, es fundamental enfrentar a la verdad y a las posibilidades reales, a los distintos agentes que en la sociedad y la economía participan.

Los gobiernos justicialistas latinoamericanos se empecinan siempre en presentarle a los grupos políticos de su interés -entiéndase como los sectores menos favorecidos en la distribución del ingreso- un panorama de soluciones cercanas y de mejoramientos que no se han dado. Curiosamente, para esa labor consiguen amigos en los -criticados para otras cosas- organismos internacionales- que les permiten afirmar cosas como que el crecimiento de la pobreza se ha detenido. Los mismos gobiernos -entre otros el de Venezuela- se enorgullecen, por tener actitudes modernizantes en las áreas de telecomunicaciones, mientras sucede que es simplemente uno de los sectores inevitablemente más dinámicos dentro de la -criticada por ellos mismos en varios casos- globalizacion. Igual sucede con los casos de los nombramientos de conductores de la política económica en el Perú de Toledo, que podrán, seguramente, seguir con lo que en América Latina es la trampa del ajuste permanente. Puede reconocerse, sin embargo, que en el discurso de toma de posición del Presidente Toledo hubo elementos de provecho: llamar al consenso, no presentar demasiadas promesas aun con su planteamiento de guerra frontal a la pobreza y alertar sobre problemas estructurales de la economía y necesidad de articulación con los factores internacionales.

Querer a Venezuela y preocuparse y atender los sectores menos favorecidos es factible con la inteligencia y la preparación de numerosos venezolanos. Pero, ello requiere, dejar la demagogia.

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