Economía

Capitalismo de estado es un falso oxímoron

Un oxímoron es combinar en una misma frase palabras de significado opuesto; como por ejemplo: silencio atronador—frase que si tiene sentido porque puede convertirse en realidad cuando por ejemplo alguien le pide a una multitud: “griten sí los que están conmigo” y nadie de la multitud abre la boca para pronunciar algún sonido.

Ese sentido no puede surgir de la frase capitalismo de estado; porque la esencia del capitalismo es no permitir al estado ejercer ni regular las actividades comerciales; por lo que cuando el estado se involucra en ellas no pasa a ser capitalista, sino socialista, que es la actitud diametralmente opuesta al capitalismo, donde el estado lucha constantemente por monopolizar y regular las actividades comerciales de toda naturaleza y eliminar la propiedad privada.

Algunos políticos enamorados del socialismo y del populismo, cuando quieren criticar a un gobierno socialista o populista; en vez de criticar la verdadera esencia de las acciones del gobierno (el socialismo y / o el populismo), lo tildan de capitalista de estado, para que sus críticas no se dirijan al objeto de su amor, sino a su eterno contrincante: el capitalismo.

Eso no es sólo falsedad, cinismo, hipocresía y descaro; sino una postura arcaica, ya que el capitalismo contra el que siempre han luchado los socialistas y el Vaticano, dejó de existir hace décadas.

La esencia de ese capitalismo salvaje, como lo denominó el Papa católico romano; Juan Pablo Segundo (Karol Wojtyla), se expresó más nítidamente en la frase francesa laissez faire et laissez passer (dejar hacer y dejar pasar) que resumía una actitud en la cual el estado no se inmiscuía ni intervenía para nada en las actividades de los comerciantes.

Ya esa actitud (el capitalismo) hace décadas que dejó de existir, al ser literalmente erradicada por la proliferación de constituciones nacionales, leyes e instituciones, que no sólo se inmiscuyen hasta “en el tuétano” de las actividades comerciales, sino que las regulan minuciosamente y en no pocos casos en forma exagerada, como lo ejemplarizan desde la Declaración Universal de los Derechos Humanos, hasta las leyes laborales, ambientales, de control de la calidad, de tasas e impuestos, de responsabilidad civil, penal y administrativa, numerosos tratados y convenios internacionales y todo tipo de gremios y sindicatos.

Esa intervención del estado en el comercio no sólo abolió el capitalismo, sino que permitió florecer dos cosas nuevas en las que se fundamenta el progreso real de todo conglomerado humano: el libre mercado y la democracia representativa—pero no permitió florecer al socialismo—como todavía aún sueñan algunos—porque éste es una utopía definitivamente irrealizable e inalcanzable, como lo han comprobado amargamente; desde la Unión Soviética hasta Cuba; para sólo mencionar dos entre muchos ejemplos.

Así que quienes continúan hablando de “capitalismo de estado” deberían abrir sus ojos—y sobre todo sus mentes—para que vean que lo que ellos llaman así es un intento más por materializar la utopía socialista (y cristiana).

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