Ascenso social y universidad
Si hubiera que escoger un indicador para medir el desempeño de la revolución bolivariana, después de 9 años, ese sería la movilidad social. Un proyecto dirigido a los excluidos de siempre, a los desposeídos, descamisados y explotados, debería ser evaluado por la transformación que han experimentado estos sectores durante su ejercicio.
Cuando a finales del siglo XVIII se produce en Europa la revolución burguesa los cambios resultan evidentes en poco tiempo. No sólo se produce una democratización del bienestar, sino de los símbolos de estatus. La música y el teatro salen de los palacios de la nobleza y se abren a todo el que pueda pagar una entrada. Igual ocurre con la movilidad geográfica y la libertad de mercado. En paralelo se logra una mayor participación política que no ha dejado de ampliarse hasta hoy. Eso sí se puede llamar revolución.
Pero los resultados de la nuestra, después de estos 9 años, son decepcionantes. Salvo la exagerada exhibición de riqueza de los llamados “boliburgueses”, la situación de nuestra población desposeída es lamentable. Sin entrar en la discusión sobre si están ligeramente mejor o peor que hace 9 años, lo que resulta evidente es que no se ha producido ningún cambio sustancial. Si en el pasado los que nacían pobres o ricos tenían una alta probabilidad de continuar pobres o ricos toda su vida, en la revolución actual dicha condición es similar.
Se ha logrado aumentar el empleo, pero el progreso sólo conlleva cantidad, no calidad. Todas las empresas del estado han aumentado su nómina, en algunos casos la han duplicado, pero producen lo mismo y en muchos casos menos. Eso significa disminución de la productividad, lo cual no puede calificarse como revolucionario. En paralelo se han creado numerosos empleos burocráticos improductivos. Estos empleos, además de no producir riqueza generan mecanismos forzados de adhesión a la revolución, con lo cual nadie sale de la pobreza. Permiten mantener aplacadas las necesidades pero condenando al pueblo a la pobreza de la sumisión. En el momento en que te reveles estás botado. Por allí no cambia nadie su condición de pobre.
Un ejemplo notable lo constituye el acceso a la universidad, que fue el principal mecanismo de ascenso social en los primeros 20 años de la democracia. El porcentaje de alumnos de clase media, formados en colegios privados, que entra a las universidades, sigue siendo muy alto y sobre todo sin ningún cambio notable producto de la revolución. La razón es muy sencilla, los bachilleres que provienen de colegios privados superan a los de liceos públicos en los exámenes de admisión porque están mejor preparados. Esto indica que la educación pública, que debería ser el principal mecanismo para combatir la pobreza, no está cumpliendo su función. Hay que recordar que los jóvenes que aspiran a ingresar a la universidad este año cursaban segundo grado de primaria cuando comenzó nuestra revolución. A estas alturas las cosas no han mejorado en lo más mínimo y probablemente han empeorado con tanta bobada socialista que se enseña ahora. Se podrán cambiar los mecanismos de admisión a las universidades, pero esto no ataca el problema de fondo que es la calidad de la educación pública.
De esta manera, todo sigue igual. En esta revolución si usted nace pobre tiene elevadas probabilidades de mantenerse pobre toda la vida. La tan mentada “inclusión” que se promete es sólo un discurso vacío. Se ha logrado incorporar más gente a un ingreso de subsistencia pero sin productividad y con alta dependencia de la adhesión política. Así, ni se sale de la pobreza ni se gana en dignidad. No hay revolución sin un cambio en los mecanismos de ascenso social que dan acceso al bienestar y al poder de manera sostenible.