Economía

Alegría de tonto

La crisis económica internacional que ha estallado en EE UU sólo puede alegrar a un tonto. En un mundo cada vez más interdependiente, ningún país podrá sacar algún provecho duradero de tal desastre.

El precio del petróleo ha estado en auge gracias al fuerte crecimiento económico de China e India, que ha hecho aumentar la demanda considerablemente. También ha influido la especulación financiera que se ha hecho con las materias primas.

Pero si ocurre una recesión mundial, el petróleo volverá a ser barato porque la desaceleración del crecimiento económico moverá hacia la baja los precios de la energía fósil. Esto, que a todas luces parece una verdad de Perogrullo, se deja de lado cuando algún líder de un país petrolero canta la crisis del capitalismo con desenfado, es verdad, pero con mucha ignorancia.

En realidad, nada tiene qué celebrar un país monoproductor de energía que depende del consumo de los países más industrializados. Entre esta categoría de países monoproductores se encuentra Venezuela, un país que a pesar del declive de su producción, se ha hecho mucho más dependiente de la venta de hidrocarburos.

En estos diez años de franco deteriorio de la industria petrolera nacional, los planes de expansión se han modificado o, simplemente, abandonado. La cifra oficial de producción de crudo es un misterio que el gobierno venezolano oculta pero que organizaciones internacionales (hasta la OPEP) dejan descubrir. Esta cifra estaría por debajo de los dos millones y medio de barriles diarios.

De este volumen, un poco menos de la mitad es vendido a EE UU, el primer socio comercial de Venezuela; a muy larga distancia de Colombia que es el segundo. De manera que después de una década de palabrería antiyanqui (incluída la rocambolesca expulsión del embajador ausente del ominoso imperio), Venezuela importa más que nunca de los EE UU y sigue dependiendo de los dólares gringos para colocar el pétroleo extraído de sus campos y plataformas costa afuera.

Ya estamos viendo el desplome del precio del petróleo. Ha rondado los sesenta dólares. (Que, por cierto, si fueran coherentes los furibundos chavistas deberían endilgar este retroceso a su jefe: así como decían que el aumento de los precios era gracias a él). Si los inversionistas piensan que la economía mundial sufrirá una recesión, de nada valen las histriónicas bravatas contra Bush o las amenazas (nunca cumplidas) de cerrar los grifos para no enviar pétroleo al Norte.

Los pronósticos son preocupantes, pero también es cierto que la crisis podría durar menos que en otras oportunidades y sus consecuencias menos perjudiciales. Y para resolverla se tendrá que aplicar un conjunto de medidas que busque la eficacia y no el cumplimiento de algún esquema ideológico determinado que pudiera complicar aún más las cosas.

En sus memorias, “Con nombre propio”, el estadista John K. Galbraith habla de cómo Franklin D. Roosevet con mente abierta y oyendo a todos los que pudieran aportar soluciones llevó a cabo la recuperación de los EE UU después del desplome de 1929 que llevó a la Gran Depresión. Para Galbraith Roosevelt: “Era un hombre con inteligencia y con una profunda percepción de la responsabilidad social, pero también carecía de credo social propio, a qué atenerse. Lo cual quiere decir que era posible persuadirlo, que estaba abierto a cualquier solución bien razonada para los grandes y dolorosos problemas del momento. Como consecuencia, docenas e incluso cientos de personas podían pensar que estaba en sus manos convencerlo y proporcionarle la fórmula que se necesitaba”.

Ciertamente no respondía Roosevelt a ninguna intoxicación ideológica. No veía en la Gran Depresión la muerte del capitalismo, ni mucho menos su suplantación por el socialismo que ya estaba fracasando en la Unión Soviética. Enfrentó con gran coraje político la situación y logró entusiasmar al pueblo estadounidense para levantar su economía.

Por el contrario, esta crisis mundial nos consigue a los venezolanos mal preparados y repitiendo errores cometidos con anterioridad. La bonanza petrolera, como otras veces, no ha sido usada para diversificar nuestra economía o para resolver alguno de nuestros inmensos problemas.

Y tenemos el agravante de un Presidente que no escucha a quien no lo adula, que está rodeado sólo de focas que aplauden sus chistes malos, sus insultos y su alegría de ver cómo nuestro principal socio comercial sufre los embates de la crisis.

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