Ni de piquito ni del otro, sin pan, por Ramón Hernández
Por Ramón Hernández
En México el saco de harina de trigo de 45 kilos cuesta 19, 91 dólares, en la tienda Makro de Tunja, Colombia, el de 50 kilos lo venden por 27,85 dólares. En Venezuela, ese mismo saco puede valer 180.000 bolívares que a dólares a 10 bolívares serían18.000 dólares. Redondee en 50 dólares, por gastos de envío y le quedan 17.950 dólares por saco. Ese negocio inimaginable, más productivo que el petróleo y mucho menos peligroso que asaltar un banco o traficar drogas, se llama revolución bolivariana.
Venezuela necesita harina de trigo. El pan, como en buena parte del mundo, es parte fundamental de la comida diaria. Solo en Caracas hay 709 panaderías en manos de privados y 2 que se denominan socialistas, pero no producen por falta de materia prima.
En Cuba hubo panaderías como las de Caracas. Las regentaban canarios, andaluces y gallegos, o sus descendientes. Italianos llegaron muy pocos y portugueses casi ninguno. Después de que Fidel Castro con su pandilla se apropió de la vida cubana no solo desaparecieron las librerías y las tiendas de electrodomésticos, sino también las panaderías, donde vendían un café retinto, espeso y dulce como un sirope. Con la pulverización de las panaderías desapareció una punta de lanza civilizatoria. Un sitio para conversar, saludar al vecino y quejarse de las medidas antipopulares de la nomenclatura dominada por Fidel. El gobierno impuso el juego de dominó, que no permite hablar.
En Caracas, como en Maracaibo, Puerto La Cruz, Pampatar, Punto Fijo, Mérida, San Cristóbal y La Victoria, ahí subiendo para la Colonia Tovar, fue un pasatiempo urbano recorrer los domingos las tiendas de electrodomésticos. No necesariamente para comprar, era una especie de gesto, de acercamiento, al progreso, que siempre se disfruta más en la cocina. Nada alegra más que una nevera nueva.
Con el “dakazo” que perpetró Nicolás Maduro hubo una rapiña que entusiasmó electoralmente el espíritu golillero venezolano y fueron saqueados y arruinados los expendios de línea blanca, y ya cada uno sabe cuán imposible es adquirir el vaso de la licuadora o qué caro cuesta reparar la secadora o el microondas. Fue la dinámica que utilizaron contra las torrefactoras de café, las tiendas de artículos deportivos, las carnicerías, las haciendas ganaderas, las siembras de caña de azúcar, los fabricantes de aceite y los productores de arroz, con la que ahora se ensañan contra las panaderías.
La excusa para cerrarlas es que la gente hace cola por el pan y que las colas humillan al pueblo, que el comandante Chávez prohibió las colas. William Contreras, que nadie sabe de dónde salió y que no aparece como ganador ni en unas elecciones de la junta de condominio, es el superintendente para la defensa delos derechos socioeconómicos y el que organiza cuadrillas de más de diez personas, entre fiscales y funcionarios de la GNB y la PNB, para determinar si las panaderías caraqueñas expenden su principal producto a precio justo, siempre muy por debajo del costo de producción. Si cada uno se lleva un pan, si lo hubiera, y se toma un fresco y un café, las ganancias del día se irían por la alcantarilla. Son los que cierran y expropian negocios, el saqueo oficial.
Lo único que les importa es que no haya colas a las puertas de las panaderías y que la panificación sea constante. Freddy Bernal, repitiendo a Tareck el Aissami, dijo que era pecado mortal que el pan se elaborara en horarios limitados y ordenó que no se apagaran los hornos; que en lugar de ofrecer cachitos, golfeados, dulces, biscochos, acemitas o señoritas a placer, los tahoneros debían dedicar 90% de cada saco de harina a la producción de “canillas y pan francés”, sin que advirtieran el pleonasmo.
Eduardo Samán, que es farmaceuta, ha ocupado altos cargos en el gobierno chavista, arrastra el gran fracaso de las areperas populares que ofrecían perico con sardina y con la culpa de la desaparición de 97% de las medicinas de los anaqueles de las boticas, vive una etapa de reflexión, pero no de autocrítica. Ahora, después de 18 años arruinando a Venezuela, reconoce que es un contrasentido, tanto en la economía capitalista como en la socialista, vender pan, arepas o lo que fuere por debajo del costo de producción, que es la orden emanada de Miraflores, pero nadie con poder lo escucha ni le hace caso. Le ladra a la luna. Le tiraron tres trompetillas cuando dijo que el gobierno se equivocaba en la manera de importar medicinas, que no se debería dejar las necesidades de los enfermos, la vida, en manos funcionarios que solo se ocupan de multiplicar sus ganancias. Lo sacaron del negocio.
Los panaderos saben que para garantizar la producción continua de pan debe haber 120.000 toneladas de trigo mensuales en los molinos, otras 120.000 en tránsito y 120.000 en trámite. El gobierno, que tiene el monopolio de la importación de la materia prima, solo compra cada vez 30.000 toneladas. Una cuarta parte de lo que se necesita, pero clama porque que haya pan para todos.
Los más ingenuos creen erróneamente que la camarilla gobernante rectificaría la absurda medida si supiera que las panaderías generan 300.000 empleos directos y 1.700.000 indirectos. Lo revolucionarios son consecuentes, nada los desvía de sus propósitos, ni el empleo ni la vida de los otros. Solo les interesan los 17.950 dólares que ganan con cada saco que venden por los caminos verdes. Remato pan siciliano, sin camorra y recién horneado.