Mil caras, un obsesión de poder por Ramón Hernández
Jorge Rodríguez Gómez nació en Barquisimeto y despacha, tanto como alcalde como vicepresidente del PSUV, en la Casa Anauco Arriba, una de las pocas casonas coloniales que quedan en Caracas y que es patrimonio público. Ahí pernocta, desde ahí declara y ahí comparte con sus conmilitones. Es un sitio paradisiaco, el último resquicio de aquella ciudad que alardeaba de ser la sucursal del cielo.
Rodríguez Gómez es psiquiatra y esta es la segunda vez que ejerce como alcalde del Municipio Bolivariano Libertador. Sucedió a Freddy Bernal que también repitió como primera autoridad. En su libro de vida, el hijo del ex dirigente del MIR y fundador de la Liga Socialista, también se presenta como escritor y poeta. Es autor de un cuento poco leído, pero su poesía sigue inédita. Su carrera como funcionario ha sido más relampagueante. Fungió como presidente del Consejo Nacional Electoral y fingió magistralmente, una actuación insuperable, ser independiente, no estar atado a logias partidistas.
Tuvo en sus manos la automatización del voto y la realización de procesos comiciales cuyos resultados, sospechosamente, favorecieron al gobierno. Todos recuerdan que la empresa de las máquinas de votación lo halagaron con un viaje a un SPA a Florida, pero pocos que entre las dos y tres de la madrugada, cuando la oposición celebraba el triunfo en el revocatorio presidencia de 2004, el CNE anunció unos resultados preliminares e irreversibles en los cuales se invertían las cifras que todos tenían por ciertas y se proclamó vencedor a Hugo Chávez.
Sin músculo y sin organización, quizás sin vocación de poder, la oposición no supo reclamar ni denunciar, pero Jorge Rodríguez si tuvo suficiente cara dura para estrenar flux el día que fue juramentado como vicepresidente ejecutivo de la República. Un salto imbatible y solo posible en un proceso revolucionario amañado en ideología y pragmático en la administración de la bolsa del pan y del dinero.
En horas, y sin haber transitado el camino de Santiago, el personaje que aparecía como un impoluto, incontaminado y transparente independiente, modelo de equidad, que decía actuar con más equilibrio que el sabio Salomón, se fue a Dorsay a comprarse el traje para asumir el segundo puesto ejecutivo de la República. Ni Richard Burton o Pedro Infante habrían actuado mejor.
En ninguna parte aparece la fecha en la cual la militancia del PSUV lo eligió vicepresidente de la organización, tampoco se sabe si lo incorporó el dedo de Chávez ni que opina Diosdado Cabello de sus ambiciones de ocupar Miraflores tan pronto como Nicolás Maduro saque sus corotos, pero muchos dicen que con la misma costumbre de Chávez anda de incógnito por Caracas con cuatro guardaespaldas encapuchados en motos de alta cilindrada, un camioneta blindada a prueba de morteros y una ambulancia atrás, mientras lee cuentos de H. P. Lovecraft en el puesto del copiloto.
Toda Caracas, incluidos los municipios en territorio de Miranda, tiene la certeza de que Jorge Rodríguez no tiene el don de la ubicuidad, que si bien siempre está al lado del presidente, nunca lo ve en funciones de alcalde. No se ocupa ni le preocupan los desastres en que está sumida Catia, ni las oscuranas de Alta Vista y Bella Vista, la degradación de las escalinatas en el barrio El Amparo, mucho menos la ausencia de servicio de aseo urbano en todo el municipio aunque triplicó la tarifa de recolección y del botadero La Bonanza. El transporte público, las escuelas, los servicios de salud, el tráfico, la delincuencia, el deterioro de calles y aceras no perturban su sueño. Rodríguez cuando despacha en la Casa Anauco Arriba se imagina que es el conde de Nueva Segovia o el marqués de Bradomín con extravagancias incrementadas.
Oratoriamente más articulado que sus compañeros de tolda, camarilla es más exacto, ha incursionado en situaciones de hecho, como la toma y destoma del Capitolio Federal en días de guardar, y en teoría dirige debates que trazan estrategias políticas, “revolucionarias”, pero no de contingencias humanitarias. Libertador está cerca de los 3 millones de habitantes y su mayoría está a la merced de los desastres naturales y de los caprichos políticos.
Mientras gasta el alcalde gasta 2 millones de dólares en festivales musicales, los hospitales de Los Magallanes, de Lídice, el Periférico, el Materno Infantil del 23 de Enero, el Vargas, el de Coche y también la Maternidad Concepción Palacios andan en la penuria y el Cementerio General del Sur es un desastre. Dirá que no es su responsabilidad, pero es médico, aunque psiquiatra discípulo de Edmundo Chirinos, y lo menos que podría sentir es un poco de compasión humanitaria por ese caraqueño que ilusionado con su “amor” por cada una de las parroquias caraqueñas le dio su voto y la responsabilidad de administrar su mil millonario presupuesto, ahora devenido en caja chica. Permuto peluquín por chaqueta de postín llena de condecoraciones.