Cuatro testimonios de abusos y robos en la frontera
Cuatro mujeres deportadas de la frontera hablaron con Amnistía Internacional Venezuela, dieron su testimonio sobre la manera en que tuvieron que dejar su casa y su vida, también compartieron la pesadilla del traslado hacia Colombia y como sobrevivieron en el proceso.
Confusión y terror
Luz Chacón, desde el albergue Bella Vista, declaró que fue sacada de su casa en Mi Pequeña Barinas, en San Antonio del Táchira, y la maltrataron físicamente durante la detención.
«A mí y a mi madre nos agarraron como a las 8 de la mañana el 23 de agosto y nos llevaron para una cancha, allí estaba mi hermana recién parida, tenía 15 días con su bebé y a la Guardia no le importó, nos montaron como sardina en lata en una patrulla, llegamos a la Aduana, allí nos agarró migración, les pedí agua y no había, mi hija de 4 años empezó a pedir comida como a las 11 a.m. y no me dejaron comprarle nada, le tuve que dar dinero a un policía para que me comprara algo y me dio un refresco con golosinas y no me dio vuelto. A otros funcionarios les dije que mi hija necesitaba comer mejor y me mandaron a tomar agua de la llave (no potable). De allí salimos como a las 5 de la tarde y entramos a Colombia como a las 8 de la noche», manifestó.
Luz también dijo que en el momento de su detención, muchas personas, en medio de la confusión y el terror, salieron corriendo y dentro de la multitud golpearon a su hija, dejándole un ojo morado. Debido a este hematoma, la “Lopna” quería quedarse con la pequeña,pues además del golpe, había nacido en Venezuela.
Amenazas y extorsiones
«Me puse a discutir con dos guardias mientras estuve en la aduana, porque me amenazaron de meterme una bolsa de droga y dos armas. Todo fue por no dejarme golpear y pedir comida para mi hija», expresó.
Luz se quejó de que los trataron como “ganado”. Ella tenía documentos de residencia, pero no le sirvió. Sus hermanos salieron corriendo en el momento que empezaron a sacarlos de sus casas mientras se la llevaron a ella. Sin familia o lugar a dónde llegar en Colombia, afirmó que si no es por los albergues quién sabe dónde estaría, puesto que los únicos ahorros que tenían los guardias que llegaron al barrio se los quitaron.
«Mi esposo no fue deportado el mismo día que yo porque se escondió, dos días después se vino por el río a buscarnos, pero pagando. También tuvo que pagar por sacar algunas cosas de la casa y traerlas, gracias a Dios los primeros días la policía colombiana se metió al agua y nos ayudó a pasar las cosas. Hubo mujeres que se cayeron en el río cargando camas, todos con miedo que los agarraran, a otros se les cayeron los televisores al agua. No se sabe qué es peor, si pasar por el río o por el puente, y pasar todo el día aguantando hambre y sol», reveló.
De igual forma, Luz dio gracias a Migración Colombia en el puente internacional Simón Bolívar, que las recibió a ella, a su madre e hija, les dio comida, pañales y todo lo que necesitaban antes de trasladarlas a un albergue.
Me tumbaron la casa
Kelly, albergada en el hotel La Unión, explicó que tiene una hija pequeña que nació en Colombia, su esposo es venezolano y vivieron 6 años en La Invasión, San Antonio del Táchira.
Después de dos días escondidos dentro de la casa, la guardia los sacó a la fuerza y a su esposo lo “corretearon” antes de pedirles sus documentos. Cuando pudieron agarraron su ropa, salieron hacia Colombia y se dieron cuenta de que ese mismo día les tumbaron la casa.
“A mi hija la empujaron en el momento en que nos sacaron de la casa y se cayó al piso haciéndose un chichón en la cabeza. Nos atacaron verbalmente por ser colombianas y a mí también me hicieron caer. Nos botaron como basuras y nos tocó pasar por el río hasta Colombia, gracias a Dios los vecinos de Villa del Rosario en Cúcuta nos recibieron y al día siguiente nos registraron para darnos un albergue”, expresó.
Al tiempo, Kelly se pregunta qué va a pasar con su hija cuando salgan del refugio.
“Mi esposo ya consiguió trabajo en una construcción pero necesitamos a dónde irnos a vivir, las ofertas de trabajo son en otros departamentos donde no conocemos a nadie, necesitamos ollas para hacerle tetero a nuestra hija, además ayudas extra para arrancar.”
Doblemente desplazada
Lida Martínez, desplazada de conflicto armado interno en Valledupar, (capital del departamento del Cesar, Colombia) y ahora deportada desde Venezuela, comentó que se despertó asustada en la madrugada, ya que estaban golpeando a varios hombres afuera de su casa, entonces su esposo salió corriendo acompañado de su hermano, por miedo a que les quitaran una plata que tenían ahorrada, y ella se quedó sola con sus tres hijos y su cuñada.
«Al otro día llegó la Guardia Bolivariana y entraron a la fuerza a mi casa, me revolcaron todo y la dejaron patas pa´rriba. Entonces me preguntaron si yo era colombiana o venezolana, les dije que era colombiana desplazada por los grupos armados y que mi hija de 3 años es venezolana», agregó.
El guardia preguntó que por qué no había pedido el documento de refugiada ante las autoridades, “lo que pasa es que yo solamente viví en San Antonio del Táchira y en Maracaibo”, habría contestado ella, a lo que él habría respondido que su condición no le importa ni tiene validez, “así que vaya, agarre una maleta y a su hija porque se tiene que ir”. Poca gente tramita ese documento por desconocimiento, según explica el Jefe de la Oficina de ACNUR Cúcuta, Hans Kristian Hartmark, y porque, además, el mismo sólo puede solicitarse en Caracas.
«Mi casa era de bloque y enseguida le pusieron en la pared la D de demolición y dijeron que me la iban a tumbar, esta casa va pal´suelo, por no ser venezolana´ me dijeron. Yo les mostré los documentos de mi hija pero eso no les valió, lo único que respondieron era que si quería se las dejara. Ni loca, tendrían que matarme pero es mi hija y me la llevo», contó Lida.
Confiscación ilegal dela GN
A Lida la llevaron con su hija a un terreno abierto, bajo el sol, y vio cómo la guardia sacaba sus pertenencias de la casa, tomaron las que eran de mayor valor, y cuando su hija lloró del hambre, no les importó, solo le indicaron que tenía que esperar a que la deportaran, que seguro en su tierra les daban comida.
«Yo tengo los documentos del terreno de la casa en Mi Pequeña Barinas, un permiso para la compra del gas, pero el guardia dijo que por órdenes del presidente tenían que desalojar la zona fronteriza porque que esos terrenos no le pertenecían a nadie», añadió.
Otra de las doblemente desplazadas es Andrea, quien se quejó que el gobernador del estado Táchira fue antes del cierre de la frontera al barrio “La Invasión” donde vivía, con la promesa de cedular a un grupo de colombianos, y en vez de darles una citación para sacarles el documento, se los llevaron para el comando policial con el chantaje de que tenían 20 días para sacar la cédula y si no que asumieran las consecuencias.
«Si mi familia y yo somos refugiados colombianos, se supone que el Estado venezolano debe protegernos, pero como no fue así, agarré a mis 2 hijos y huimos a Colombia con mucho miedo, porque nos sentimos desamparados aunque nos hayan asilado desde el año 2010», lamentó.
Andrea recuerda que el 21 de agosto del presente año la obligaron a salir de Venezuela, aunque en el año 2010 el mismo gobierno les dio asilo y los ceduló.
Regularizar situación administrativa no es fácil
«Para nosotros es muy difícil ir a Caracas a renovar las cédulas ya que hay que gastar mucho dinero. Así que agarré a mis 2 hijos y pagamos para pasar por el río con mis tres trapos, tenía miedo que se quedaran con mi hija pequeña que es venezolana».
Andrea todavía se pregunta si la guardia iba a esas casas a “requisar” o a robar, porque vio cómo se llevaron sus pertenencias de valor, además se llevaban a los hombres para investigar si tenían antecedentes penales, lo hicieron con su esposo.
«Mi familia y yo no tenemos familia en Colombia, solo necesitamos donde construir una casa y tener algo seguro. Las entidades se han portado muy bien, y para nosotros Colombia siempre va a ser lo mejor», manifestó.
Andrea, reconoció la labor humanitaria que están cumpliendo de manera espontánea funcionarios de la policía colombiana, el ejército y otros organismos que trabajan voluntariamente para darles tranquilidad, así como de gente común y corriente del lado colombiano.
«El día que fui por segunda vez a mi casa la conseguí destruida, pero al llegar a Colombia de regreso por el río Táchira la policía nos ayudó a trasladarnos. Por ahora, no queremos saber nada de pasar por la frontera”, expresó Andrea.