¿Atrapados en su personalidad política?
Los que retienen el poder desde 1999 se mueven con estrategia instrumental en el tablero político. El pragmatismo de Hugo Chávez hizo del populismo una filosofía nacional
Aunque es una verdad de perogrullo, no son pocas las personas que atribuyen al destino el engancharse, una y otra vez, con el mismo tipo de pareja maltratadora.
Repiten el ciclo conquista-enamoramiento-decepción-guayabo-autocompasión. Atrapados en ese loop, se niegan a asumir que es su personalidad afectiva, y no el hado, quien los sabotea. Son sus propios francotiradores. Una lectura del “Laberinto sentimental” del español José Antonio Marina, quizá les daría mayores luces sobre el tema.
Haciendo un símil, tal vez infeliz, ¿no podríamos pensar que los políticos que hacen vida en Venezuela tienen una marcada personalidad política que los hace reaccionar igual , una y otra vez, a las seducciones y agresiones del régimen? Eso los hace predecibles, no pocas veces cómplices y, desafortunadamente, limita su horizonte-país.
Los que retienen el poder desde 1999 se mueven con estrategia instrumental en el tablero político. El pragmatismo de Hugo Chávez hizo del populismo una filosofía nacional. La fiesta de subsidios, regalías y corruptelas fue pactada por casi todos los sectores, hoy exterminados. Nicolás Maduro recibió el testigo en 2013 y, sin el carisma, pero con el último coletazo de los fabulosos ingresos petroleros, ha logrado mantener a flote esta franquicia (piensen en Argentina, Brasil, Bolivia, Nicaragua, Perú y México como sucursales que entran y salen del negocio) de exterminio .
Tras ocho años de una gestión que ha hecho de la destrucción del país su política pública más visible y exitosa, Nicolás Maduro se erige en el 2021 como el jugador con la mejor mano en una mesa de negociación en la cual los opositores (¿reales?) aceptaron participar a pesar de que el oponente tiene las cartas marcadas: la locación, la facilitación de Noruega y la ansiedad electoral como tentación pavloniana para políticos ávidos por alcanzar jugosos presupuestos de alcaldías y gobernaciones y no de atajar la cotidiana violación de Derechos Humanos en Venezuela.
Son lustros de observar a Henrique Capriles y sus aliados, así como a Leopoldo López y los suyos; enganchados ante las posible conquistas de “espacios de poder” que, reiteradamente, devienen en accidentadas gestiones, bombardeadas por “protectorados”, situados entregados en gotas y saltos de talanquera de sus compañeros de partido tras los jugosos maletines que han evolucionado de dólares a billeteras digitales cargadas con petros o bitcoins.
En esos quinquenios, los ciudadanos votantes solo logran palpar la aceleración de su empobrecimiento y el aplastamiento de sus Derechos Humanos básicos. Mientras, los partidos consiguen oxigenar a su dirigencia, que ha aprendido a vivir del dinero que fluye durante los meses de los procesos electorales, pero luego la sequía de logros los nivela, en mengua y tristeza, con el resto del país no militante en su tolda.
Es urgente romper con la persecución de liebres-señuelos. Capriles, López y Guaidó tienen que salir de ese círculo vicioso, que deviene en hartazgo para quienes aún hacemos vida en el amenazado territorio venezolano.
Las caras visibles de la oposición oficial deberían abandonar esa relación tóxica con el régimen, que no sólo les socava su reputación (los nivela con los Zambrano, Fermín, Fernández y tantos otros ya empantanados) y la de sus partidos, sino que contribuye activamente con la sistemática aniquilación de Venezuela.
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